Con casi 80 años, Alfredo Cayetano “Freddy” Robotti se esmera en poner en marcha el museo familiar en homenaje a sus padres y abuelos, y en terminar de escribir un libro en el que busca contar “anécdotas, historias de las instituciones y cosas lindas de Puerto Rico”.
Nació en Buenos Aires, pero su vida transcurrió en la Capital de la Industria, sin contar los siete años que estuvo como pupilo en el colegio Roque González, de Posadas, y viajaba a casa solo durante las vacaciones. Luego siguió estudios en la Escuela Normal 3 “José Manuel Estrada” que acababa de abrir las puertas en el pueblo, y se recibió de maestro en 1963. Así, con otros doce estudiantes se convirtieron en los primeros egresados de ese establecimiento, hace más de 50 años.
“Éramos cuatro varones, pero tres (Nicolás Mareco, Edgardo Meyer y Alfredo Robotti) queríamos seguir estudiando (dos derecho y uno arquitectura) y nos fuimos a La Plata. Nos fue mal porque era la época de la revolución, había huelgas, paros, el comedor se cerraba, por lo que volvimos en julio y nos volcamos a la docencia”, comentó el protagonista de esta historia. Una vez recibidos, les asignaron escuelas rurales.
A Robotti le tocó una en Villa Buholz, al fondo de Ruiz de Montoya, donde se desempeñaba como personal único: maestro a cargo de la dirección y de los siete grados (cuatro acoplados a la mañana y tres por la tarde). Eran épocas en las que se dirigían al docente llamándolo “señor maestro” porque “era lo más grande que había”.
Con apenas 19 años tenía a su cargo 60 alumnos y cuando los padres se acercaban y se dirigían a él como: “señor maestro, me daba vergüenza. No tomé dimensión de la situación y no recuerdo lo que habrá pasado por mi cabeza siendo tan joven, pero con la ayuda de esos padres y con la forma de ser de los chicos, era todo más fácil”.
Más allá de eso, “todo era sacrificio. Los chicos venían caminando desde lejos pero nunca faltaban, en caso de lluvia, llegaban descalzos, pero asistían a clases porque sabían que la educación era el único medio por el que podían salir o podían tenerlo todo”.
A pesar que, en ocasiones, tenía que hacer de “juez” e involucrarse en cuestiones religiosas y hasta en discusiones de familia, admitió que en ese lugar y frente al aula pasó cinco años “hermosos”, y fue ahí donde hace 60 años conoció a su compañera, Margarita Mart, integrante de una familia numerosa.
“Eran diez hijos y ella era la mayor de siete mujeres. En su casa encontré mi segundo hogar y luego pudimos conformar una linda familia, un lindo matrimonio. Se dedicó a ayudarme en mis emprendimientos, además de ser ama de casa y de criar a nuestros hijos: Gabriel (abogado), Adrián (contador) y Marcos (administrador de hotelería). Siempre digo que, si tendría que repartir, sería el 60% para ella y el 40 para mí, porque su trabajo fue rudo cuando yo puse solamente la cabeza. Solo tengo elogios para ella”, manifestó.
Al alejarse de la docencia, el matrimonio decidió radicarse en Puerto Rico donde puso en marcha una imprenta y, más tarde, la librería “Minerva” donde por más de 50 años los vecinos pudieron comprar lápices, cuadernos y libros.
Está jubilado y, a punto de cumplir los 80 -el 22 de octubre-, está abocado a reunir fotografías para organizar un pequeño museo personal dentro de su garaje, y a escribir la historia de Puerto Rico. “Tengo muchos recuerdos de todas las cosas que pasamos, los primeros 14 años en el Hotel Suizo, después en una casa particular muy cerca del puerto, del río, de Gendarmería Nacional, en un barrio que en aquel tiempo era muy pujante y que después quedó estancado porque la construcción de la ruta 12, mudó a los pobladores para este lado”, contó el abuelo de Diego, Mateo, Lucas, Bianca, Giovanna y Francesca.
Las vueltas de la vida
“Freddy” nació en Buenos Aires porque hasta allí había llegado su madre, Andrea Krumkamp -hija de Carlos Krumkamp, el primer agrimensor que vino a esta zona junto a Carlos Culmey-, con el propósito de continuar sus estudios o aprender un oficio. En la gran ciudad, donde ya estaban radicados sus suegros, se conoció con Dante Robotti, un italiano que había venido a la Argentina para evitar pasar por el servicio militar en su patria.
Tras el nacimiento de Alfredo, su abuela Crescencia Theler de Krumkamp, ofreció al joven matrimonio a quedarse al frente del Hotel Suizo, del que ella era propietaria, por lo que vinieron a Misiones. El hotel tenía muchas comodidades y era una novedad para el momento. Entre otras cosas, ofrecía una pileta de natación de 27 metros por siete, con agua natural de un arroyo que entraba por un extremo y salía por el otro.
Los Theler fueron de las primeras familias que llegaron a Cuña Pirú. Tenían 13 hijos, de ellos, ocho eran mujeres. Crescencia se conoció con el agrimensor que estaba realizando su trabajo por las picadas de la zona, se casaron y tuvieron tres hijos. La mayor fue Andrea, madre de Robotti, una mujer “de mucho carácter, muy fuerte, siempre emprendedora, guapa, trabajadora” que con más de 60 años se puso al frente de la edificación del Orquídea Palace Hotel de Puerto Iguazú. “Veíamos como una cosa completamente loca, a esa edad, construir un hotel cuando todavía no había ese tipo de construcciones. Se encuentra sobre la ruta, en un lugar estratégico, en una extensión muy grande. Con un poco de ayuda de la Provincia y del Banco Hipotecario logró su cometido”, rememoró.
Andrea Krumkamp dio a luz a “Freddy” y, seis años después, a Roberto Robotti, el primer locutor y periodista recibido en Buenos Aires, que vino a trabajar en Canal 12, de Posadas, donde condujo muchos programas. “Era muy emprendedor y muy querido por la gente, pero, tuvimos la mala suerte que nos dejara con 56 años. Había quedado como regente e hizo crecer al hotel Las Orquídeas”, dijo, al homenajear a su hermano.
Confió que su mamá estuvo en la apertura y en la construcción del hotel de Papel Misionero, del que tomó la concesión y atendía a los japoneses que formaban parte del proyecto y, en la última parte, a algunos ingenieros civiles que trabajaban en la construcción de la fábrica. Después de eso le surgió la idea de levantar el hotel en Puerto Iguazú porque la Provincia entregaba tierras y ayudaba a quienes querían hacer hoteles. Fue un momento bisagra. Con más de 60 años se iba con un Renault 12 para administrar las obras y por la noche volvía para seguir trabajando en el hotel de Puerto Rico. Era muy emprendedora y le fue bien. Recibió ayuda de mucha gente que la quería”.
El Hotel Suizo fue iniciado por Carlos Krumkamp y Crescencia Theler, que se habían mudado desde Cuña Pirú y tenían una casa con un galponcito. Como agrimensor, el abuelo tenía que recibir en el puerto a quienes venían a la zona por la compra de tierras. Le indicaba cual era la tierra y donde quedaba, pero esa gente llegaba con su valija y no tenía adonde quedarse, entonces se les daba el galponcito para que vivieran hasta tanto pudieran cortar unas maderas con troceadora y hacerse una casita porque no había aserraderos.
Crescencia dijo a Carlos: “Está muy bien que le demos todo, pero tenemos que recaudar, entonces comienza con la pensión Suiza y ahí alojan a los primeros inmigrantes. Más tarde, cuando comenzó a surgir el pueblo, empezaron a venir los primeros viajantes. No había turismo en aquel tiempo. Era toda gente de paso porque para venir desde Posadas se tardaba un día o un día y medio, sin horarios de llegada, y había que atenderlos a cualquier hora. A raíz de eso emprenden el hotel. Ella queda viuda al poco tiempo -Carlos falleció a los 40 años- pero siguió al frente” con dos hijas y un varón. El emprendimiento fue creciendo de manera exponencial, y en una época fue el más exitoso del Alto Paraná. Los suizos de la zona venían los sábados y domingos a tomar algo y a jugar al jass porque todavía no había un club que los agrupara.
“Nuestros antepasados habrán hecho muchas cosas lindas, porque a sus descendientes le fue muy bien en la tierra colorada, aunque con mucho sacrificio. De todos modos, entiendo que esta tierra siempre tuvo una bendición muy grande y creo que al que quiere trabajar en esta tierra no le puede ir mal. Son otras épocas, no es la tierra en aquel momento, pero igual es una belleza lo que produce y es Misiones”.
Según Alfredo, el Hotel Suizo “tuvo una historia muy linda. Cuando tenía 14 años nos retiramos del hotel y quedó en manos de mi tía Lía, hermana de mamá”.
Cuando la madre de Alfredo tenía 13 años, falleció el abuelo Carlos, que había venido junto a Carlos Culmey. Se había recibido de agrimensor en Alemania y arribó a la ciudad brasileña de Pelotas porque su padre, que era odontólogo, ya estaba establecido en el lugar. En Misiones hizo su vida y regresó a Brasil una o dos veces, pero de paseo.
Su madre, Sofía Brocker, había venido a visitarlo, pero encontró aquí la muerte de manera inesperada por lo que sus restos descansan en el cementerio de los pioneros. “Él se quedó por acá, trabajando siempre de agrimensor hasta que empezaron con el hotel. Era muy conocido en la zona de Cuña Pirú, que tenía que haber sido el lugar, el emprendimiento más grande de la zona. Querían que fuera más en el centro, querían hacer la ciudad más grande o algo por el estilo. Tengo los planos de una ciudad con divisiones, calles, todo pensado de otra manera, pero no se pudo cumplir el cometido porque el Paraná atrajo a la gente que venía por el río. Creían que, cuanto más cerca del cauce estaban, mejor sería. Por medio de las fotos pudimos recrear cómo podía ser, pero no fue lo que quisieron, lo ideado por Culmey”, analizó.
Un enfoque distinto
Robotti expresó que se hicieron muchos escritos sobre la ciudad pero que “quisiera hacer algo que no fuera personal ni de mi familia, sino contar más anécdotas de Puerto Rico, de cómo nació el aeroclub, dónde estuvo, cómo fue el trabajo que hizo la Iglesia católica en la ciudad. Era algo muy fuerte, muy grande, con algunas fallas, con algo de discriminación, pero que se fue borrando con el paso del tiempo. Culmey traía a los luteranos a Montecarlo. A Eldorado llevaba la gente de mayor poder adquisitivo y a Puerto Rico traía a los católicos con menos dinero. Pero aquí hizo una cosa muy linda porque no daba terrenos superiores a las 25 hectáreas, entonces no vinieron terratenientes sino colonos”.
“Hicimos un viaje a Alemania para conocer a nuestros antepasados, lo mismo en Suiza y en Italia. Después me entusiasmé con los viajes y gracias a la varita mágica conocí el mundo entero: China, Rusia, Australia, Nueva Zelanda, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Dubai y Turquía. Conozco Europa y América completa”
Agregó que “tenemos muchos hijos de Puerto Rico que se recibieron de sacerdotes y anduvieron por el mundo como misioneros de la Congregación del Verbo Divino y trajeron cosas muy lindas a su regreso. Todo eso ayudó a que la Iglesia haga su parte. Entonces quiero escribir sobre la Iglesia, sobre los clubes, algunos de los cuales ya no existen como el Club Juventud, otros que siguen adelante como el Club Victoria, el Club de Pesca o cómo se trajo el primer teléfono. Para levantar la Cooperativa de Electricidad, nuestros padres, con sacrificio y cariño, se juntaban a la noche, empezaban a buscar socios y a hacer funcionar los primeros grupos electrógenos. Después de muchos años vino la Cooperativa Aguas Puras, donde trabajé, y el aeroclub, que era muy pujante. Todo eso me gustaría ir escribiendo para que se vean los valores que tiene la gente de Puerto Rico, porque todo fue hecho con sacrificio”.
Pero entiende que no se debe quitar el mérito a las primeras fuerzas, como Gendarmería Nacional y la Prefectura Naval, que “también pusieron su granito de arena porque no teníamos policía, que llegó después de muchos años. Me gustaría dar otro punto de vista porque las historias personales son, a veces, muy mezquinas. Quisiera ir dando letra para que nuestra juventud no se olvide de todo lo que hicieron nuestros abuelos y padres con mucho sacrificio”, acotó.
El museo se inicia con la recreación de buena parte de los elementos que su abuelo, el agrimensor Carlos Krumkamp, utilizó durante su estadía en Cuña Pirú, donde, al llegar desde Brasil, vivió en un rancho junto a los aborígenes que allí residían. En las fotos que busca exhibir detrás del vidrio se aprecia un rancho con los primeros colonos, el encuentro con su abuela Crescencia y el casamiento de la pareja en el salto Cuña Pirú, teniendo en cuenta que la casa de la familia materna estaba cerca de la cascada.
Buena parte de este material fue cedido por el nieto del agrimensor a la comuna de Ruiz de Montoya que, gracias a éste y a otros aportes, pudo concretar el Proyecto de reivindicación histórica del municipio.
Entre los objetos están las primeras planchas a carbón del Hotel Suizo, lámparas, los primeros calentadores, balanzas, máquinas de calcular y de escribir. Existe una sección con proyectores, la computadora que trajeron los japoneses a Papel Misionero en 1953, y el primer televisor en el que se veía Canal 12 únicamente por noche con una antena de 18 metros que había que mover constantemente.
Como Don Dante Robotti -que fue intendente de Puerto Rico- fue el primer radioaficionado de la zona y uno de los primeros de Misiones, hay un sector que alberga los equipos con los que se comunicaba con el mundo entero, pero no podía hablar de política ni de comercio.
Sobresale la bandera y uniformes de la Agrupación Scout “Andresito Guacurarí” (1976-1996) de Puerto Rico, del que formaban parte sus hijos; monedas y piedras traídas de distintas partes del mundo, entre ellas, de las Islas Malvinas y del Muro de Berlín; una biblioteca de libros de colección y revistas de la época como Siete Días, Gente y El Gráfico, con la tapa de Mario Alberto Kempes. Como protagonista principal de la historia se aprecia el teodolito y el trípode de Carlos Krumkamp que era llevado al monte dispuesto en unos cajones para evitar que se estropee el elemento de trabajo, como así la máquina de coser de Crescencia, entre otras tantas cosas. Nada es comprado, todo de familia.
El museo tendrá un apartado dedicado a su mejor amigo, el sacerdote entrerriano Lorenzo Bovier, fallecido en 2005. Allí conserva sus fotografías, su última radio, su último mate, el último anteojo, el grabador y la cinta, los libros y folletos que confeccionaba. “Fue el máximo amigo mío, por eso el homenaje, y al recordarlo, se me cierra la garganta. No pude descubrir donde nació esa amistad tan profunda, un día nos conocimos y se convirtió en una amistad pura, fuerte”, declaró.
Frondizi se alojó en su casa
Rememoró que Arturo Frondizi estuvo en su casa en, al menos, tres oportunidades porque el padre de Alfredo era amigo de la familia de la esposa del presidente, Elena Faggionato, con quienes vino desde Italia.
“La señora venía a descansar. En ocasiones se quedaba un mes, primero en el Hotel, después en casa y recorría los colegios. El Presidente vino de manera clandestina. En uno de esos viajes vino solamente con su edecán. Bajó con el avión DC3 en Montecarlo y hasta acá llegó en el auto más lindo de la época que era el Kaiser Carabela”, contó.
Y agregó una anécdota graciosa: el jefe de Gendarmería Nacional quiso hacer una obra buena y puso guardias alrededor de la casa de los Robotti. El Presidente salió a caminar y los encontró. “¿Qué hacen ustedes acá?”, preguntó a los gendarmes. “Estamos custodiando porque parece que está el Presidente de la Nación”, le respondieron, a lo que el primer mandatario agregó: “yo soy el Presidente de la Nación, pero nadie pidió custodia. Así que cuando llegue la noche vuelvan a sus casas”. Los efectivos le advirtieron que no podían irse porque su jefe así lo había dispuesto. Pero Frondizi continuó: “cómo que no, soy el Presidente. Digan a su jefe que les mandé a la casa a dormir”. Luego, esa situación fue narrada por el periodista Alberto “Tito” Mónaca (ya fallecido) en un medio local.
Con 12 o 13 años Robotti no dimensionaba lo que significaba que un presidente de la Nación se alojara en su casa. “Lo hice mucho después”, dijo, quien nació en el seno de una familia radical pero que “hoy me da mucha pena lo que está pasando dentro del radicalismo”.
El viaje a Malvinas
Después de haber recorrido el mundo (Europa y los países de América en su totalidad), Robotti se dio cuenta que aún faltaba algo importante. Entonces, “cuando supe que un barco podía ir hasta las Islas Malvinas, nos anotamos con un grupo de ocho amigos de Puerto Rico y nos fuimos. No se pueden imaginar lo que fue llegar a ese lugar, el escalofrío que produce el hecho de solo pensar que nuestros soldados estuvieron defendiendo ese terruño. El lugar es muy inhóspito, cubierto de piedras y ni un solo árbol. La sensación era rara”. También recorrieron el Estrecho de Magallanes, el Canal de Beagle, el Cabo de Hornos. “Haber leído y estudiado sobre esos lugares y después visitarlos, es una anécdota. Aún me quedo la Antártida”, subrayó quien es propietario de un Citroën 3CV de colección, con el que ganó varios premios y viajó hasta Río de Janeiro.