María Francisca Teresa Martin nació en Alenzón, Francia, el 2 de enero de 1873. Al poco tiempo de perder a su madre, fue “colocada” en el colegio de las benedictinas de Lisieux. Por eso, se la conoce también como Santa Teresa de Lisieux, más allá de que sea más popularmente conocida como Santa Teresa del Niño Jesús o, simplemente, Santa Teresita.
Ya desde muy niña, con la precocidad que siempre la distinguió, prometía al Señor no negarle nada de lo que le pidiese. Y el Señor le pidió la vida.
Fue como una flor perfumada de pureza y candor, que se extinguió en pocos años, pues murió el 30 de septiembre de 1897, a los 24 años, en el Carmelo de Lisieux.
Pocos santos alcanzaron una popularidad tan rápida y tan dilatada. Su “Historia de un alma” hizo un bien incalculable.
Pío XI, que la canonizó en 1925, la declaró dos años después Patrona de las misiones católicas, junto con San Francisco Javier.
Juan Pablo II la declaró doctora de la Iglesia, una de las tres mujeres que llevan este título junto con Santa Teresa de Jesús y Santa Catalina de Siena.