Por
Ana Barchuk De Rodríguez (*)
Rodolfo, colono laborioso, dedicado a cultivar la tierra, cosechar yerba y té, muy temprano, antes del amanecer, se dirige al rozado silbando bajito. Horas transcurre limpiando las plantaciones, cortejado por su música labial.
El Loquito Rodolfo, opinan algunos en el pueblito. Su única locura, el amor a la familia, a sus hijas, que no dudan de esa debilidad al recibir cuidados y protección mayor a la que prodiga cualquier padre en sano juicio.
Cuando inicia su canto el gallo, al Loquito Rodolfo se le oye decir “A mí, esto de tener que morir, no me gusta”. Así que, en su imaginación, busca un lugar donde nunca se muere. Camina, camina. Camina de día, camina de noche y llega cerca del Cerro Chapá. Tropieza allí con un señor al que le pregunta:
-¿Acá es el lugar donde no se muere?
-¿No querés morir? Quédate conmigo, hasta que yo termine de bajar, con mi carretilla, piedra por piedra, la inmensidad del cerro.
—¿Y no voy a morir?
—Por cien años no vas a morir.
—Después ¿me voy a morir?
—Sí, claro.
—No, este no es el lugar que quiero, saluda y continúa.
Tras muchos días y noches, llega al cedral donde halla a un hombre podando un árbol
-¿Acá es el lugar donde no se muere?
-¿No querés morir? Entonces quédate conmigo.
-Acá ¿no me voy a morir?
-No, durante la poda de los árboles, no.
-¿Y cuánto va a tardar eso?
-Por lo menos, unos doscientos años.
-No, no es lo que quiero y prosigue su marcha.
Llega a la vertiente en donde nace el Arroyo Bonito y le pregunta a un anciano que observa beber a un venadillo
-¿Es este el lugar dónde nunca se muere?
-¿No querés morir? Quédate conmigo.
-¿Acá, no me voy a morir?
-No, mientras el venadillo no acabe de beber de la naciente del arroyo.
-¿Cuánto va a tardar eso?
-Por lo menos trescientos años. Después te vas a morir ¿qué más querés?
-No, no es el lugar que busco. Se despide del anciano y reanuda su andar.
Deambula, explora, peregrina y al llegar a un galpón, golpea. Se abre la puerta y sale un viejo de barbas muy blancas. Pregunta
-¿Es este lugar dónde nunca se muere?
-Diste con el sitio acertado. No es el lugar donde nunca se muere pero te voy a dar una bicicleta, móntala, nunca bajes y no vas a morir.
Rodolfo, encaramado a la bicicleta arranca a pedalear y pedalear. Hasta que un día escucha:
—¡Señor! ¡Señor! ¡Por favor! He pinchado la rueda de mi auto, no puedo agacharme a colocar el gato hidráulico ¡por favor ayúdeme! Mi vehículo cargado con los zapatos pesa aún más.
Rodolfo quiere alejarse…
-Apiádese, en el auto, aparte de los miles de zapatos se encuentra mi pequeño niño enfermo si no le atiende pronto un doctor se va a morir ¡por amor, ayúdeme!
Rodolfo, baja un pie de la bicicleta y es atrapado al instante.
-Soy la muerte. Los zapatos son los que gasté en seguirte: cien años del hombre de la carretilla, doscientos del de la poda y trescientos del anciano de la vertiente.
Ahora, ahora caíste y también vas a morir.
La muerte lo toma. De entre sus manos, surge un pajarito de cuerpo amarillo y dorso rojo anaranjado con garganta blanquecina y estriada que termina en un pico recto del que sale un fino e incansable acorde llamando a su familia.
(*) Libro: Leyendas de Colonia Julio U. Martin