A mediados de agosto Pablo Pedro Gembarowski (82) partió de este mundo, dejando un gran vacío entre sus familiares y en toda la comunidad de esta localidad, donde estuvo involucrado en el quehacer cotidiano, además de deleitar con su música y con su canto. Durante el acto realizado por el 127 aniversario de la llegada de los primeros colonos a esta ciudad, su hija Cristina de los Ángeles, recibió un reconocimiento post mortem, como una figura destacada de la colectividad ucraniana, de la que participó activamente y de la que preservó las tradiciones.
Docente de música, cantante y propietaria de una academia, en una charla con Ko’ape, Cristina aseguró que “es muy difícil poner en palabras la historia de vida” de su padre, que nació en la chacra familiar de la colonia de Apóstoles, el 11 de diciembre de 1941. Dijo que, más allá de todo lo que hizo “como profesional, como ciudadano, era esa persona que estaba siempre, que estuvo en todos los momentos importantes. Aunque muchas veces creía que me podía arreglar sola, él estuvo siempre”, remarcó.
Sostuvo que su progenitor “era una persona muy generosa, amante de la música. Una de las cosas que le dije antes que partiera, era que le agradecía por la música, por su voz, por su canto. Y siempre digo cuando subo al escenario y me dispongo a cantar que fue él quien me impulsó a crecer con y en la música”.
Expresó que “leyendo sus escritos, habla mucho sobre su sueño de cantar que quedó medio trunco por otras cuestiones, pero la forma de transmitir lo que estaba cantando fue lo que siempre me impactó de él y lo llevo dentro mío. Además de papá, fue quien me prendió la chispa musical, que es algo que viene de los abuelos. Eso es lo que más compartíamos, lo que nos unía como padre e hija”.
Pablo Pedro era hijo de Eudosia Kovaluk y de Pedro Gembarowski, ambos inmigrantes ucranianos, y era el menor de nueve hermanos. Su padre fue uno de los primeros colonos que construyó su propio secadero de yerba mate con el exclusivo sistema de secado tipo “barbacuá” donde se ocupaba de su propia producción.
Al referirse a la sacrificada vida de su papá, Cristina mencionó que quedó huérfano de padre a los ocho meses y que su abuela quedó a cargo de sus ocho hijos, porque una de las niñas también había fallecido. Al parecer, fue por eso que “le puso todas las fichas a él en lo que respecta a los estudios desde los primeros tiempos, cuando iba caminando a la escuela, recorriendo kilómetros y kilómetros. Así, siempre fue superándose, fue muy estudioso hasta los últimos días, leyendo o viendo vídeos en Youtube sobre política, salud, astrología, naturaleza, anotando todo para ampliar sus conocimientos y siempre enseñándonos algo de todo lo que absorbía”.
Comenzó sus estudios primarios en la Escuela Nacional N° 71, de la Estación Apóstoles, pero, como su madre atravesaba por un problema de salud, el sacerdote Orestes Karpluk, primer párroco de la “Santísima Trinidad”, ofreció llevarlo al barrio de Flores, Buenos Aires, para que quedara internado y recibiera una mejor educación. Tenía apenas trece años y, a pesar de cursar la primaria y de estudiar piano, siempre recordaba que “no había pasado muy bien porque extrañaba mucho a su familia y a su casa, de la que lo separaba una gran distancia”.
Luego volvió a Apóstoles y estudió en la Escuela Normal Mixta Mariano Moreno. En 1964 recibió el título de Maestro Normal Nacional y, al año siguiente, junto a un amigo y colega se hizo cargo de la dirección y enseñanza en una escuela rural en la localidad de Puerto Libertad, al Norte de la provincia. Después de un tiempo regresó a Buenos Aires para trabajar en la herrería de su hermano José, produciéndose un interesante vuelco a su vida.
La ventanita del amor
Mientras estaba en la gran ciudad, se puso como a cuestionar “¿qué estoy haciendo acá?. Pero en esas idas y vueltas, conoció a quien sería el amor de su vida, la mujer con la que compartió casi 50 años de matrimonio. “Mi mamá es porteña, de Quilmes”, apuntó Cristina, y se animó a decir que la de sus padres fue, inicialmente, “una historia de amor a distancia. Sé que se conocieron y se pusieron de novios en Quilmes, en una fiesta de cumpleaños de amigos en común, en ese tiempo que papá vivió allá. Estuvieron saliendo durante bastante tiempo, se comunicaban a través de cartas, además él venía a Apóstoles y se volvía de alguna forma: lo hacía en tren, en colectivo o en camión. Solía contar, entre risas, que estaba Perón con todo el proceso y había transportes para ir a Buenos Aires. En una ocasión fue con los militantes y cuando el tren llegó en Retiro, la mayoría se dirigía a otro lado y él se iba a ver a mamá. Ella vino a Misiones sin conocer a nadie. Fue todo un cambio llegar desde una ciudad a lo que era Apóstoles en su momento, con su cultura arraigada, entre otras, a la cultura ucraniana. Es descendiente de italianos, pero tuvo que aprender el idioma, ir a la Iglesia ucraniana. Por papá dejó toda su familia y amigos, sin la tecnología de ahora y la forma de comunicarse”.
Como cantante solista, Gembarowski tuvo la posibilidad de llegar, incluso, a escenarios fuera de la provincia. “Su presentación era abrumadora por su carácter y su estilo musical. Curiosamente, nació en el Día del Tango, y era un apasionado, un enamorado del ritmo del 2×4. La forma de cantarlo tenía su sello característico, que emocionaba al auditorio”.
En aquel entonces vivieron junto a la abuela Eudosia en una vivienda próxima a la actual, que estaba en plena construcción. “Acá tenía que embarrarse. Mis primos más grandes se acuerdan que venía la tía bonita, así le decían por lo coqueta, por su forma de vestir y porque traía regalos que acá no había, como los chocolates para las fiestas. A pesar de esa distancia y de ese desarraigo, formaron una gran familia con 48 años de casados, muy unidos, además de esos nueve años que estuvieron de novios”, celebró Cristina.
La pareja se casó en febrero y en diciembre del mismo año nació la primera hija. “Cuando venimos a esta casa, papá trabajaba como administrativo en el Hospital de Área de Apóstoles y, luego, como preceptor en la Escuela de Comercio Nº3. Se iba muy temprano al hospital y unas horas después venía a despertarnos para hacernos la leche a mi hermana y a mí, a fin que fuéramos al colegio y después regresaba a sus tareas. En el medio trabajaba en la casa porque nunca íbamos de vacaciones, solamente pasábamos a visitar a la familia que residía en Buenos Aires. Todo lo que se ganaba era para invertir en la casa, para mejorar el lugar donde estábamos. Su esparcimiento era su huerta familiar, algo que le encantaba, era como algo que le quedó de la chacra. Volvía del hospital y se ponía a plantar las verduras que se consumían, a cuidar las gallinas”, rememoró.
La cultura ucraniana estaba muy arraigada en su hogar. Se hacía holopchi, perojé, borsh. “Era cosa de comer todo y que no falte. Papá cocinaba abundante y con mucho sabor. Es lo que más se vivió en casa y mamá se terminó adaptando”, confió.
Participó de importantes obras
El joven fue beneficiado con una beca para estudiar Saneamiento ambiental en la Universidad Nacional del Litoral, de Santa Fe, donde recibió el título de Técnico en Saneamiento Ambiental. Regresó a Misiones y se dedicó al rubro. Trabajó en Posadas y después lo convocaron desde la Municipalidad de la Capital de la Yerba Mate durante la gestión del intendente Edgardo Vera. Le encomendaron realizar un relevamiento de la localidad, trabajando sobre el tratado de las aguas, de la basura, aportando nuevas ideas, nuevas cosas, poniendo al servicio de su comunidad todo lo aprendido, con el propósito de mejorar su lugar, su pueblo. “El saneamiento del arroyo Cuña Manó (mujer muerta) y el tratado de las aguas, sería de base para el tratamiento del agua potable para la localidad. Como así también el manejo de la basura y relleno sanitario. Es decir que aplicó todo lo aprendido en bien de la comunidad apostoleña”, comentó su hija.
“Creció en una familia llena de tradiciones traídas por los abuelos desde la lejana Ucrania y luego supo transmitirlas a su familia conformada por su esposa, Magdalena Cogno; sus hijas: Cristina de los Ángeles y Paula Andrea, y nietos: Joaquín, Federico y Ramiro. Fue un fiel conservador de esas costumbres, las festividades religiosas, las canciones, los relatos de su madre, sus tíos y sus abuelos. Se sentía patriota y defensor de la causa Ucrania”.
Añadió que, en esto, “aportó lo que es el relleno sanitario que no había, además siempre nos hablaba del arroyo Cuña Manó que es donde se sacaba el agua potable y vio que eso no estaba bien porque pasaba por un matadero e intervino en esas cuestiones. Lo que aprendió siempre tenía que ver con el entorno de la sociedad. Hasta los últimos días se mostraba interesado por lo ambiental, en la limpieza de una boca calle que se había cerrado y ocasionaba la inundación de una de las arterias, por lo que le urgía avisar a la intendente sobre esa cuestión. Con él se podía hablar de muchas cosas. Estaba muy informado, nos contaba todo lo que pasaba”.
La veta artística
Desde muy chico, quizás con apenas cinco años Gembarowski se destacaba tocando un acordeón que había en la chacra. “Sin saber nada de nada, era el centro de atención que lo terminó animando a subir al escenario, le gustaba estar en ese lugar. Fue autodidacta con el acordeón. Lo del piano fue lo más teórico. Luego también tomó el gusto por la guitarra y el entorno lo llevó a participar de las peñas, de las juntadas. Terminó siendo un apasionado por el tango que era la música del momento. Con el tango se transformaba”, manifestó.
Indicó que tuvo una posibilidad de crecer profesionalmente cuando lo escucharon en Santa Fe y lo invitaron a llevarlo a Italia. Se había presentado en un teatro y ya tenía un nombre artístico, pero, por su tono de voz, querían que cantara melódico. No se animó a embarcarse en esta aventura” este seguidor de Gardel y de Julio Sosa.
Los tíos y primos siempre lo esperaban porque, de grande, se había comprado una verdulera y estaba feliz por eso. “Siempre tiraba unas notas con una kolomeika. Cuando cortaba la luz agarraba la guitarra y comenzaba a cantar, eso era como un ritual”, acotó.
Siguiendo sus pasos, a los siete años Cristina comenzó con los estudios de piano -luego heredó uno de su abuela materna-, más tarde se incorporó al coro de la escuela e integró el ensamble de banduristas con la profesora Margarita Spaciuk de Polutranka. Contó que cuando tenían que decidir lo que iban a estudiar, “papá decía que hiciera algo de docencia, que con esa profesión iba a tener muchas satisfacciones. Entonces hice profesorado de biología porque me gustaba la naturaleza. Pero después vi que era otra cosa la que me hacía bien, era la música. Me inclino por eso y después la docencia vuelve a aparecer porque está bueno transmitir lo que uno sabe. Estudié biología, pero no dejé la música”.
Pasó poco más de un mes de la dolorosa ausencia de Gembarowski y su hija centra su pensamiento en el legado, en no perder ese recuerdo y en cómo seguir manteniendo “algo que no está. Trato de sacar lo positivo de cada una de las personas y de todos estos detalles. Que papá esté en el recuerdo, en la alegría, y en la voz que tenía cantando y en la forma que tenía de transmitir lo que estaba diciendo. Él era eso, y era una persona buena”.