Escribir sobre alguien que ya no está entre nosotros nunca es fácil, sobre todo si es parte de la familia o si es tan querida como lo fue nuestra “Oma Klärchen”, como a ella le gustaba que le llamaran, aunque para nosotros era la “Oma Leschnik”. No es simple ya que se mezclan los sentimientos, se confunden las versiones de las distintas personas a las que se recurre por testimonios, faltan datos y evidencias fehacientes, pero también sobran los recuerdos. A partir de esta dificultad recurrí a la metodología de apelar, sobre todo, a recuerdos de nietos y bisnietos, y lograr así un semblante o quizás una “historia de vida” que fuera lo más fiel posible a la realidad. Surgieron anécdotas, historias y sentimientos que fueron armando un perfil, una realidad y una descripción de una Oma activa, optimista y hacendosa que describe muy bien a aquella persona que en realidad fue. Pero también surgieron hechos, realidades y confesiones que, aunque filtradas por los recuerdos, cuentan de alguien idealizado. Va entonces aquí el semblante de quién fuera nuestra Oma materna, pero también consejera, consoladora y ejemplo para nosotros. Sin duda, y trascendiendo a la familia, fue pionera de nuestro Montecarlo entregando su juventud, su trabajo y su amor por esta tierra en la que siempre quiso quedarse, a pesar de haber tenido la oportunidad de volver a su patria o de vivir acomodadamente en los Estados Unidos, si hubiera querido, adonde había emigrado uno de sus hijos, el Max Leschnik.
Semblante de la Oma
En realidad, su nombre era Clara, pero a ella le gustaba que le digan “Klärchen”. Para nosotros, los nietos de su hija mayor, Gerda, siempre fue simplemente la “Oma Leschnik”, en contraposición a la “Oma Pöhler” nuestra abuela paterna. En mis recuerdos sigue impecable su imagen con el pelo blanco, siempre recogido en una redecilla blanca, que se mimetizaba, había que mirar bien para verla. De cara regordeta y casi siempre sonriente, llevaba un delantal amplio con espaciosos bolsillos de los que sacaba un pañuelo o alguna herramienta si era necesario. Si tuviera que mostrarle a alguien una imagen que se asemeje a ella, utilizaría, un poco en broma, el retrato de la abuela de Tweety y del gato Silvestre.
Anteojos amplios para ver de lejos pero también para leer, sobre todo las novelitas (Romane) que conseguía prestadas o se intercambiaban con las mujeres de la parentela o del mismo pueblo.
Sus nietos, los únicos días que teníamos de vacaciones reales eran los que podíamos pasar en la casa de la Oma, por lo general en verano. Con alguna de las hermanas recibíamos la autorización siempre con las recomendaciones de ayudar y obedecer en todo lo que ella nos pidiera. Creo que fueron estas vivencias que todos los hermanos tuvimos, que hicieron a que tengamos anécdotas e historias para contar de esta abuela que se hizo querer por todos nosotros.
La vida de la Oma en datos
Nació el 6 de noviembre de1905 en Haspe, Hagen, en Westfalia, Alemania. Era hija de Friedrich Rüssel también nacido en Haspe, el 11 de enero de 1878 y fallecido en Montecarlo el 9 de enero de 1970, y de Anna Buck, nacida el 30 de marzo de 1884 en Alemania y fallecida el 21 de mayo de 1952 en Montecarlo. Realizó la escuela primaria y un curso de dos años de bachillerato comercial dictado por la Cámara de Comercio de Hagen en Westfalia en los años 1921 y 1922 (nos quedaron copias de las constancias de los resultados de los cursos). Recuerdo que comentaba que había aprendido dactilografía y caligrafía, tenía verdaderamente una letra muy hermosa. Siempre me impresionó saber que la Oma tenía el bachillerato comercial, sabía escribir a máquina y tenía una letra de secretaria, pero su humildad y su sencillez coincidían con el hecho de querer vivir en una chacra rodeada de vegetación, monte y su familia.
A los 17 años emprendió con sus padres la emigración a Sudamérica, más específicamente al Alto Paraná con todo un grupo cooperativo que había organizado el viaje. Partieron de Bremen, embarcados en el transatlántico “Sierra Nevada” de la empresa F. Missler, rumbo a Buenos Aires el 2 de diciembre de 1922. El 4 de enero de 1923 llegaron a destino después de 33 días de viaje.
La Oma era la segunda generación de la familia Rüssel que llegó a los comienzos de la colonización de Montecarlo, pero en el fondo también era la primera generación, ya que llegó con apenas 17 años recién cumplidos. Seguramente traía consigo toda la ilusión de comenzar algo distinto, algo nuevo, después de haber pasado la destrucción casi total de su patria por la guerra que tuvo que vivir desde los nueve a los 13 años. Muy pocas veces hablaba de esta experiencia, pero a veces, al hacer mención, recordaba los días pasados en el bunker o los días de carencia basada en pan duro y algunas papas rescatadas de los trenes que pasaban. También contaba que la calefacción la tenían cuando podían rescatar de las estaciones de trenes algunos pedazos de carbón. Difícil también es imaginar la vivencia de dejar la tierra, la patria y el hogar, a pesar de que todo estaba destruido, seguramente quedaban relaciones, cariño por el lugar y también vivencias grabadas en el alma. Pero la Oma sabía transmitir que el motivo, el empuje y la motivación estaba dada en encontrar una nueva patria, un nuevo hogar y un nuevo “lugar en el mundo” donde comenzar de nuevo, lejos de todo aquello terrible, oscuro y triste que dejaban atrás. Por ello construían, aquí en el Alto Paraná sus casas en el medio de la chacra, para dejar en claro la necesidad de estar alejados de los otros, pero rodeados de algo nuevo, algo distinto, algo construido por ellos mismos. Este lugar era parte de un nuevo mundo para la familia con sus sueños, sus valores y sus ilusiones, comprado y construido con mucho sacrificio.
El casamiento
Se casó con Max Leschnik, nacido en Alemania el 10 de abril de 1901, hijo de Marzellus Leschnik, de profesión zapatero, y de Anna Klara Klohs, originarios de Punitz, en Posen, zona alemana, que después de disputas pertenecía a Polonia. Posiblemente era un casamiento anhelado y deseado. La Oma llegó muy joven, pero también llegó con ellos este hombre que viene de la frontera de Polonia, viajó con ellos, seguramente ya con las ilusiones en este amor. El casamiento por civil se realizó en Eldorado el 26 de marzo de 1925 ante el juez de paz Francisco Portillo encargado del registro civil, según consta en las hojas 39 y 40 del primer tomo del año 1925 en el registro Nº 5. Máximo Leschnik tenía 24 años y Clara Leschnik tan solo 19, por lo que don Federico Rüssel debía prestar su conformidad, y lo hizo sin ningún inconveniente firmando de propia voluntad el acta de matrimonio. Se presentaron como testigos Carlos Anger (30), de nacionalidad argentina, y Carlos Jauch (22), de nacionalidad alemana, ambos de Montecarlo. Cabe aclarar que todas las inscripciones de nacimientos y matrimonios que se celebraban eran realizadas ante el registro civil de Eldorado o en Puerto Piray, en Montecarlo el registro recién se abrió en 1928.
Imagino que el hecho de ir hasta Eldorado, para hacer el casamiento por civil, debe haber significado todo un movimiento, esperar y tomar el barco, quedarse en algún hotel y volver cuando volviera el próximo barco río abajo.
Al poco tiempo de casada, la pareja decidió viajar a Buenos Aires a buscar nuevas posibilidades de trabajo y, por lo tanto, una salida a la exigua situación económica que significaba el comienzo en las chacras. Se radicaron en Villa Ballester donde había otras familias alemanas residiendo. De inmediato, encontraron trabajo en el mundo de la construcción. Desde julio de 1926 a diciembre de 1927 el Opa Max trabajó en la Compañía General de Obras Públicas de Buenos Aires como carpintero, sobre todo para hacer los encofrados para el hormigón de las distintas construcciones. Por cuestiones de salud, del Opa Max y por extrañar a la familia, deciden volver a Montecarlo y dedicarse de lleno a la chacra.
Compra de la chacra
La chacra que adquirió la nueva familia es la que está bajando la calle Córdoba, a continuación de la que compraron los Rüssel, hacia el sur, Lote Nº 181. Para pagar estas tierras y comprar las plantas, el Opa Max partió con todo un grupo de colonos a trabajar en algún puerto en el sur de Argentina, donde ayudaron a construir el muelle, entre otras cosas. Contaba la Oma que escribían cartas contando que mientras comían el sándwich, mordían arena por el viento que había en aquella zona.
Primera casa
La primera casa que construyó la familia estaba situada en la ladera norte del arroyo que corre de este a oeste entre dos laderas muy pronunciadas en las que al desmontar se estableció el potrero. La casa de estilo simple y básico estaba al lado de una vertiente y varios árboles que le daban sombra. Algunos frutales fueron plantados en el lugar. Por cuestiones no bien establecidas, esta casa se incendió perdiéndose todo bien material que la joven pareja pudo juntar. Una de las hipótesis que la Oma consideraba, era que sobre la máquina de coser había quedado una lupa, que había utilizado para enhebrar un hilo en la aguja. Esta hizo la concentración necesaria para que algún papel tomara fuego a partir de los rayos de sol que entraban por la ventana.
Segunda casa
No había que perder tiempo, y se planificó una nueva casa en la ladera sur del arroyo. El argumento era que el sol daría más horas sobre la casa y la iluminaría más y, por otra parte, estaría más protegida de los vientos que soplan fríamente desde este punto cardinal en invierno. De la olería que estaba en el bajo del arroyo Bonito, donde actualmente se encuentra el campo de deportes de la Municipalidad, bajando la actual calle Urquiza, se compraron los ladrillos. En este emprendimiento trabajaban dos jóvenes que habían inmigrado desde el Paraguay. La encargada de buscar los ladrillos en el carro con la mula era Gerda, mi mamá. Uno de los muchachos le echó el ojo a la niña del carro, y cuentan que ayudaba frenéticamente a cargar los ladrillos. El amor pudo más que la ayuda y se armó la pareja que dio lugar a cada uno de nosotros, los 12 hermanos. Como compañeros de Federico Rodolfo von Hof estaban Antonio Steinberger y uno de los Wanderer, luego de desavenencias en la sociedad, se separaron y cada uno siguió su propio derrotero.
La casa amplia, con galerías hacia el este, norte y oeste fue construyéndose lentamente para terminarse recién en los años 70. Tenía, en la planta baja, tres piezas, un living amplio con una chimenea hecha con piedras negras de lava volcánica, una amplia cocina comedor con la cocina económica, altas alacenas y una gran mesa con un banco que daba hacia la pared. Detrás del banco un paño gigante con bordados de un paisaje y el dicho: “Mein Heim mein liebes kleines voll Sonne Ruh, wie erleich deinen Frieden an Feierabend zu” (Mi querido y pequeño hogar, lleno de sol y tranquilidad, cómo busco tu paz al declinar el día). En la planta alta, bajo el techo de tejas dos piezas más y la pieza para el ahumado de carne.
La casa vista desde el norte con sus amplias galerías y en el fundamento la puerta que daba al gallinero. En primer plano, los murallones de piedra que contenían a la huerta y los frutales. Del lado norte, es decir, pendiente abajo, se hicieron algunos murallones con piedras para conformar la huerta y la quinta. Canteros con verduras y dos largas hileras de frutales daban mandioca, zapallos, choclos y mucho verdeo para la cocina. De los árboles frutales se cosechaban peras, manzanas, granadas e incluso uvas y zarzamoras. Debajo de la casa, en una especie de sótano abierto, se estableció el gallinero. Los chiqueros y el tambo con espacio para los carros, luego camioneta y tractor, tenían lugar en una construcción paralela a la casa. En poco tiempo estaba desmontada la selva para dar lugar al potrero en todo el valle del arroyo, a los yerbales, los tungales y luego las plantaciones de naranja que en los años 50 dieron una profusa cosecha para la cooperativa de la cual el Opa fue cofundador. En los años 70, la Oma, ya viuda, fue una de las pioneras en plantar Kiri, plantas para madera liviana promocionada por los japoneses.
Fallecimiento de Max
El Opa Max tuvo sus primeros brotes de psoriasis en el tiempo en que trabajaba en Buenos Aires. Esto fue uno de los motivos que los hizo volver a Montecarlo, después de la apuesta de buscar trabajo en la gran ciudad. Esta enfermedad se le fue complicando, buscaron mucha ayuda, incluso con tratamientos en Brasil a altísimos costos. Después de un tiempo largo de convalecencia, la salud se le deterioró de tal forma que terminó falleciendo a los 63 años, el 1 de septiembre de 1964. En mi mente, la despedida en la casa grande de la Oma, quedó vivamente grabada. Fue una tarde primaveral donde nos encontramos todos los primos y no sabíamos si debíamos jugar, si nos podíamos reír o teníamos que permanecer en silencio total. Mamá me levantó para ver al abuelo y decirle un último adiós, los zapatos exageradamente grandes, el traje negro y triste y sus manos blancas cruzadas sobre el pecho son las imágenes vivas de la muerte que quedaron impregnados en mi retina. El viaje hasta el cementerio con el ataúd sobre la verde Chevrolet de Fritz Rüssel fue un peregrinaje que viví con mucha angustia, pero también con mucha curiosidad, con algunas preguntas que me fueron respondidas con mucha claridad por mamá que me llevaba a su lado como un pequeño apoyo. La lápida la constituyó una negra piedra de lava volcánica, sobre la cual la Oma hizo poner una pequeña cruz de acero que signaba la fe, pero también la simpleza y la humildad de como veían la vida.
Max Leschnik vino en el mismo barco que la familia Rüssel, está registrado en la lista de los pasajeros, pero no figura en la lista de los recién llegados a Montecarlo porque se tuvo que quedar en Buenos Aires cuidando el equipaje que no se pudo cargar. Según consta en el registro de pasajeros del barco, era de oficio constructor de carros; en cambio, en la constancia de matrimonio, figura su oficio como agricultor.
Navidad en la selva
Gisela Clara von Hof habló del perfil que caracterizaba a la Oma y era el de hacer lo posible para que en la Navidad haya un regalo, para que el sentimiento, la atmósfera y el espíritu de la fiesta, de aquella tierra lejana dejada atrás, no se pierda y se replique en la selva misionera. “Para esa fecha, cada una de las hijas tenía que recibir un vestido nuevo. Así que la Oma se puso a coserlos. Listas salieron cada una de las prendas de debajo de la aguja de la bien aceitada máquina de coser. Lavados e incluso bien almidonados los colgó en el tendedero, que era el alambrado del potrero, donde se debían secar para después plancharlos. Oh sorpresa y qué tragedia al descubrir que la ropa recién hecha y lista para regalo de Papá Noel terminó en retazos comidas por las vacas que se hicieron la fiesta con el manjar del alambrado. Tristeza, desilusión y mucha rabia. La Oma pudo rescatar pedazos de tela que ya no servían para un nuevo vestido. Su personalidad luchadora y de no entregarse, ni claudicar, se puso en evidencia. Con los retazos rescatados, una vez más echó a andar la pedalera de la máquina. En la Nochebuena las hijas recibieron de regalo muñequitas bien ataviadas que estaban colgadas del árbol de Navidad”.
Clara Rüssel se casó con Max Leschnik, y tuvieron nueve hijos: Gerda, Irmgard, Herta, Alfredo, Alberto, Max, Ernesto, Otto y Elvira, que formaron sus respectivas familias y le regalaron nietos y biesnietos.
Solidaridad
El espíritu solidario era una característica de la Oma, siempre tenía dispuestos unos huevos para la familia que venía el sábado a cobrar la carpida. En este testimonio de Elvira Leschnik, la hija menor, se refleja esta solidaridad. “Mamá descubrió una mañana que, entre los altos yuyos, junto al resto de selva que quedaba cerca de la casa, a dos muchachitos. Miraban azorados y al ser descubiertos huyeron. A los pocos días habían reaparecido tímidos y miedosos. Primero los llamó, pero otra vez huyeron, así que decidió dejarles cerca del lugar un pedazo de pan y un poco de leche. El más grande de ellos se acercó tímidamente, con miedo, tomo el pan y huyó. A los pocos días estaban otra vez los niños sucios zarrapastrosos y flacos, otra vez le ofreció un poco de leche y un pan a cada uno. Los chicos en total silencio tomaban la comida y huían nuevamente a la selva. Por mucho tiempo los alimentó, eran niños de una familia que vivía en algunas de las chacras vecinas, a las cuales, evidentemente, no les iba tan bien en la cosecha”.
Últimos días
La Oma vivió 37 años de viudez, cuando podía viajaba visitando a alguno de sus hijos, a Max en California desde donde, en los primeros viajes, traía semillas y hasta esquejes de uvas. También visitó a su hija Elvira en Alemania donde aprovechó de visitar parientes que aún quedaban de la familia de los Rüssel. Con alguno de sus hijos también recorrió el país, llegando hasta Bariloche en sus paseos.
Como vivía sola en el caserón, llevó a vivir a su casa a Otto con su familia, quiénes la acompañaron en el último trayecto de su vida. Sufrió de diabetes y la culebrilla o rosácea la tenía a maltraer en varias oportunidades. Siguió haciendo la huerta, cuidando sus plantas y atendiendo a los animales mientras podía. Ya débil le pidió a Otto que le ponga un tronco en la huerta para que desde allí pudiera arrancar los yuyos, y cuentan que una vez no se levantaba y miraba hacia todos los lados. Al ir a preguntarle que miraba, les contestó: “Mis piernas no quieren ayudar a levantarme”, habla de su sentido del humor y de la filosofía con la que se tomaba la vida.
Después de un largo periodo de convalecencia falleció el 20 de mayo del 2001 a los 95 años, descansando sus restos junto a Don Max en el cementerio de Montecarlo.
La lápida, que ahora marca el lugar de descanso de los dos, sigue teniendo la pequeña cruz sobre una negra piedra de lava, y marca la sencillez de la vida vivida. No había mármoles ni granitos, tampoco piedras de basalto, sino una simple piedra de lava volcánica. Sencillez, humor y sonrisa espontánea son los valores que nos quedan de su vida, que seguramente dejó algunas enseñanzas más.
Por Waldemar von Hof