Pronto daremos inicio al mes de noviembre, que nos invita a celebrar dos fechas de gran significado para nuestra fe cristiana: el Día de Todos los Santos y la Conmemoración de los Fieles Difuntos.
En el contexto de estas festividades tan importantes, es propicio reflexionar desde nuestra fe sobre el profundo misterio de la vida, que trasciende nuestro paso por esta tierra.
Estas dos celebraciones nos invitan a reflexionar sobre el camino de santidad que abrazamos a lo largo de nuestra vida. Los santos que ya están en la presencia de Dios, mantienen lazos de amor y comunión con nosotros. Inspirado por la Palabra de Dios en el libro del Apocalipsis, el papa Francisco nos recuerda que “estamos rodeados, guiados y conducidos por los amigos de Dios […] No tengo que llevar yo solo lo que, en realidad, nunca podría soportar yo solo. La muchedumbre de los santos de Dios me protege, me sostiene y me conduce” (Cf. Ap 6, 9-10).
La Fiesta de Todos los Santos, que se celebra el 1 de noviembre, nos invita a seguir el ejemplo de vida y testimonio de tantos beatos y santos reconocidos oficialmente por la Iglesia, así como de aquellos que, sin ser proclamados tales, gozan de la redención de Cristo Jesús y comparten la gloria del cielo.
Este es un llamado a reflexionar sobre nuestra propia vocación, que es la santidad. Más que un estado de vida, la santidad es un camino que todos emprendemos desde nuestro bautismo, descubriendo poco a poco la belleza de la vida que Dios nos ha regalado.
Al pensar en la santidad, no nos limitemos a aquellos ya beatificados o canonizados. El Espíritu Santo derrama santidad en todas partes, permitiendo que todos vivamos en comunión con Dios y con nuestros hermanos.
La santidad se entrelaza con este camino de fe que recorremos con paciencia y entrega generosa. El papa Francisco nos habla de la santidad visible en el testimonio de “los padres que crían con tanto amor a sus hijos, de aquellos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su hogar, de los enfermos y de las religiosas ancianas que siguen sonriendo”.
La santidad es parte de nuestra vida; se manifiesta en todos aquellos que nos rodean, reflejando la presencia de Dios.
Dejémonos inspirar por los signos de santidad que se encuentran entre nosotros, en tantas personas que viven su vida con fe, amor y caridad fraterna.
En su exhortación apostólica Guadate et Exsultate, nuestro Papa nos invita a asumir el reto de emprender un verdadero camino de santidad, recordándonos la Palabra de Dios: “Sean santos, porque yo soy santo” (Lv 11, 45; cf. 1 P 1, 16). Nos anima a abrazar el camino de la santidad en cada paso que damos en nuestra vida. Que el ejemplo de vida de nuestros santos sea una inspiración para seguir sus huellas y algún día nosotros también podamos participar de la gloria divina.
También la conmemoración de los fieles difuntos, nos impulsa a rendir homenaje a nuestros seres queridos que ya han partido hacia la casa del Padre, quienes nos enseñan de cerca el camino de santidad que recorrieron. Es motivo de esperanza y alegría, celebrar la eternidad que viven nuestros seres queridos en el cielo. Homenajear a nuestros seres queridos difuntos, es ofreciendo obras de penitencia, oraciones, indulgencias para que quienes han partido, hacia la casa del Padre celestial alcancen la salvación.
Estas conmemoraciones reconocen nuestra verdadera identidad como seres humanos, quienes peregrinamos en esta tierra hacia un destino común que nos recuerda nuestra esencia: ser ciudadanos del cielo. Que la fe en Dios nos impulse a vivir con pasión y a vivir profundamente nuestra vocación a la santidad y que seamos partícipes del gran amor y misericordia de Dios en la vida eterna.