La vida es un misterio profundo, un viaje sagrado que cada ser humano recorre de manera única, cargando en su andar los triunfos y las cicatrices que lo han formado. Juzgar a alguien solo por la apariencia o por lo que superficialmente percibimos es limitar nuestra capacidad de ver la inmensidad de su ser.
Cada alma lleva un relato oculto, un libro de sabiduría escrito con lágrimas, risas, tropiezos y redenciones. La verdad del corazón de alguien no está en lo que muestran, sino en lo que han vivido, en las batallas internas que libraron, en las sombras que conquistaron para llegar a la luz que hoy los guía.
Antes de juzgar a otro, debemos atrevernos a sentir con su corazón, caminar con sus pies y ver el mundo con sus ojos. Solo así podremos comenzar a comprender la magnitud de su valentía, la profundidad de sus aprendizajes y la belleza de su transformación. Porque es en los fracasos donde se forjan las almas fuertes, es en el dolor donde se despierta la verdadera compasión y es en los momentos oscuros donde las almas encuentran su propia luz, aquella chispa divina que nos recuerda que, aunque caigamos, siempre podemos levantarnos.
Cada ser humano es un testimonio viviente de la capacidad de superación. Lo que alguien fue en el pasado no define lo que es hoy; el alma es un río en constante cambio, siempre fluyendo hacia nuevas posibilidades de ser, purificándose, creciendo, acercándose a su propia esencia divina. Nadie tiene el derecho de juzgar una vida, porque solo la divinidad en su sabiduría infinita, conoce el peso de los caminos recorridos y los sacrificios realizados.
Si bien es cierto que aquellos que encuentran a un guía espiritual, nunca vuelven a ser los mismos, el verdadero cambio no proviene de una figura externa, sino de la transformación interna, de la reconexión con lo sagrado que siempre ha estado dentro de cada uno. Cuando el alma se reconcilia con su propio viaje, cuando reconoce que cada herida tiene su propósito y que cada prueba es una oportunidad para florecer, entonces se abre el camino hacia una vida de gloria, una vida de verdadero entendimiento y amor.
Recordemos siempre que todos somos viajeros en esta Tierra, y que cada vida es un reflejo del divino misterio del ser. Que nuestras miradas hacia los demás no sean de juicio, sino de compasión y reverencia, sabiendo que cada uno de nosotros lleva en su interior el eco del universo, el poder de la sanación y la capacidad de elevarse hacia la luz, más allá de las sombras del ayer. Nos vamos acompañando.
Karina Holoveski
Mujer Medicina-Chamana.
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