El otro día me pasó algo en un evento. Algo que me pasa con frecuencia. Se me acercó una persona para darme las gracias por, cito literalmente, cambiarle la vida. Y aunque agradezco el cumplido y la buena intención, déjame matizar algo que quizá te ahorre mucho sufrimiento.
Nadie puede cambiarte la vida a bien de la misma manera que nadie te la puede cambiar a mal. Y eso es una gran noticia.
Hay una frase de Un Curso de Milagros que dice así: “Nada externo a ti puede amarte o hacerte daño”. Da que pensar. Esta persona estaba agradecida. Su vida había mejorado tras cursar uno de nuestros másteres.
Ahora se sentía más consciente y con mejores herramientas. Tenía dirección. Estupendo. Ese es el objetivo. Y sabemos cómo se hace. Así que todo en orden. Ahora bien:
¿Quién decidió comprar el curso? ¿Quién decidió asistir a las clases? ¿Quién decidió practicar las propuestas? Yo no, desde luego. Entonces no fui yo quien le cambió la vida. Fue ella. Ponemos fuera fácilmente lo bueno y lo malo.
Lo mismo le decimos a alguien que nos cambió la vida o que nos hace feliz que le decimos que nos arruinó la vida o que nos hace infelices.
Sin embargo, antes o después, cualquier persona tiene que darse cuenta de algo importante. Algo con el potencial de ahorrarle mucho sufrimiento.
Nadie puede hacerte feliz o cambiarte la vida de la misma forma que nadie puede hacerte infeliz o arruinarte la vida.
Cada persona resuena energéticamente con determinadas personas o circunstancias. Eso hace que atraiga unas experiencias y no otras a su vida. En perfecta coherencia. En perfecta armonía. Ya está. Sencillo. Demoledor. Imprescindible.
Nadie puede cambiarte la vida a bien. Nadie puede cambiarte la vida a mal. ¿Notas la liberación? Lo único que puede cambiarte la vida (a bien o a mal) es que tú cambies dentro. Solo eso.
* Sergio Fernández (Instituto Pensamiento Positivo).