Se puede decir que Myrtha Magdalena Moreno (81) es una chaqueña que hizo “Patria” en la selva misionera. Nació en Resistencia, se recibió de maestra en Presidencia Roque Sáez Peña y, por cuestiones de la vida, se estableció en Posadas, donde se casó con Carlos Gassmann y adonde ya se habían asentado sus padres -Eduardo Lorenzo Moreno y Dulce María Luisa Ackerley-, a pedido de su abuela paterna.
En la tierra colorada, su primer destino fue la Escuela Nº 574 de localidad de El Soberbio, que recientemente celebró 54 años de existencia –las Bodas de Oro fueron en pandemia y no se pudieron festejar- y de la que tiene los mejores recuerdos.
Después de transitar delicados embarazos, Moreno culminó quinto año en la Escuela Normal de Presidencia Roque Saenz Peña y durante cinco años trabajó en el Departamento de Aplicación donde hizo las prácticas. El último día de clases, tomaba a sus tres hijos y viajaba a la capital misionera, donde sus papás ya estaban establecidos, mientras que su esposo, por cuestiones laborales, se les unía recién para las fiestas de fin de año.
A Carlos se le ocurrió que “podíamos quedarnos vivir acá. Fue entonces que le encargó a su padre que le enviara madera para confeccionar sillones –acá agregaría la lona- a fin de comercializarlos en la zona”, contó la docente jubilada. El proceso estaba en marcha cuando la familia de su esposo sufrió la pérdida de la carpintería tras un incendio.
En 1966 se organizó una comisión para hacer una cancha de fútbol -serviría para realizar festivales y atraer a la gente-, que estaba integrada por: Nao Velozo, Tino Reinehr, Edwino Siwert, Eriko Pietzarka, Otto Pietzarka, Angenor Lemos, Antonio Batista, Antonio Lemos, Ivo del Ponte y Augusto Reinehr. La idea era de Tino Reinher y los demás colaboraron con la condición de hacer una escuela con lo que se recaudara.
Para ese entonces Moreno ya se había inscripto para hacer suplencias, pero en lugar de decir que “podría ser en cualquier escuela de Posadas, dije en cualquier escuela de Misiones”. En marzo le llegó una notificación, avisando que la designaban en la Escuela Nº 85, de El Soberbio. “Cuando voy al Consejo de Educación para preguntar adónde quedaba, no supieron explicarme, solo me dijeron que en la terminal me lo iban a decir. Papá sugirió que fuéramos los dos con mi esposo, que con mamá se quedarían al cuidado de los chicos, que por ese entonces eran tres”, manifestó.
Llegaron a la localidad costera y se enamoraron del paisaje. Se aproximaba la Semana Santa. En la Escuela Nº 85 los recibió el director, Aldo Antonio Siminski, quien les dijo que, si decidían quedarse, los maestros vivían en una casa grande -los varones en dormitorios de un lado, y las chicas del otro-. “Pero como ustedes tienen tres chicos, voy a hablar con la gente que tiene a cargo una casita destinada a sala de primeros auxilios, a fin que se la presten. Y así pasó. Durante el jueves, viernes, sábado y domingo, preparamos la mudanza y emprendimos viaje en la camioneta DKW de mi padre, que no pudo subir el cerro. Se quería dar vuelta con toda la mudanza, entonces todos los adultos -habíamos recogido un maestro del pueblo que iba hacia la escuela- se pararon en los paragolpes para hacer contrapeso”, recordó.
La escuela quedaba a cuatro kilómetros del casco urbano, pero a Moreno siempre le pareció el doble. Se instalaron y la docente empezó a trabajar, pero su esposo tenía dificultades para conseguir empleo. La opción era ir hasta el pueblo y quedarse toda la semana, pero no quería dejarla sola con tres niños -uno aún sin escolarizar-. Siminski contó a la pareja que, allá en paraje La Barra, cruzando el arroyo El Soberbio, se estaba por inaugurar una escuela y que “me permitía regresar a Posadas para hablar con la directora de Enseñanza Primaria, Blanca Lía Gutiérrez de Fernández, y decirle, de su parte, que me designe como directora de esa escuela, donde había un solo maestro, sin experiencia. Alegó que yo tenía familia y varios años de experiencia porque pudo ver mi cuaderno de actuación”.
Gutiérrez de Fernández aceptó la propuesta y dijo a Moreno que cuando estuviera la resolución dos supervisores irían a buscarla para que se hiciera cargo del establecimiento. “Unos diez días después me visitaron los dos supervisores y me entregaron toda la documentación concerniente a la escuela. Antes de irse aclararon que ante cualquier duda que surgiera, preguntara a Siminski”, acotó quien está siempre a la vanguardia con la tecnología.
En ese ínterin, los Moreno/Gassmann fueron a ver adonde iban a vivir. La familia de Edwino y “Neninha” Siwert se había hecho una casa de material y al lado del potrero quedó vacía y en desuso la vivienda de madera, debajo de la cual dormían chanchos, perros y gallinas. “La limpiamos y nos instalamos. El solitario maestro, se enojó muchísimo con esta iniciativa, renunció y se fue. Ahí comenzó la historia de la Escuela Nº 174 -ahora es 574- de la que fui la primera maestra y la primera directora. Muchos de mis exalumnos son docentes y el director actual, Gilson Reinher, fue mi alumno en primer grado”, añadió, orgullosa y emocionada.
Durante el primer día de clases, la nueva directora tuvo que recorrer la colonia, acompañada por uno de los agricultores, a fin de inscribir a los chicos. Hasta ese momento, un total de 85 habían sido censados con el propósito de pedir el cargo de maestro. A mediados de año llegaron algunos más. “La mayoría eran para primer grado, y nunca habían pisado una escuela. No sabían hablar castellano, no lo entendían, porque en casa hablaban alemán o portugués, o los dos idiomas. Y creo que lo siguen haciendo. Tuve que comprar un libro de dibujo donde le ponía las imágenes, escribía el nombre al lado, y le hacía pronunciar en castellano. Medio año me aboqué a eso. También había alumnos de segundo, un poco más de cuarto y quinto, y solo una pareja de séptimo. Para enseñar a los chiquitos, iba banco por banco. A los más grandes les dividía el pizarrón que era enorme, fabricado por los mismos colonos: esto para segundo, esto para tercero, para cuarto y para quinto. Ese año egresaron Pietzarka y Schroeder”, rememoró quien, estando embarazada, participó junto a su esposo del primer censo de El Soberbio.
Hasta septiembre, mes en que pidió que le enviaran otro maestro, se arregló sola. Anteriormente, por propia iniciativa, sin pedir permiso, dispuso que los niñitos de primer grado, cursaran a la tarde para ser bien atendidos y que pudieran aprender. Los demás seguían yendo por la mañana. “Comuniqué esa decisión al Consejo de Educación y no faltó una supervisora que dijo que lo hice porque quería cobrar otro cargo”, lamentó la abuela de 24 nietos y seis bisnietos.
Experiencias de la colonia
Entre las anécdotas, mencionó que, para comenzar el segundo año de clases, “iba con todas mis carpetas, libros, en compañía de unos cuantos chicos que venían solitos para realizar la inscripción cuando, en medio del camino, de las plantaciones de citronela, menta, cedrón y algunos árboles, empezaron a salir abejas que se nos metían en el cabello. Algunos sufrieron picaduras, pero estaban acostumbrados. Volvimos y la inscripción se realizó recién al otro día”.
Durante el invierno, Moreno vestía con tapado, bufanda, botas, y “me daba vergüenza ver a los niños tan desabrigados. Se me ocurrió que un chico pidiera a su padre que armara un brasero de una lata de grasa de 20 kilogramos que ellos ocupaban. A partir de ese momento, los esperaba con el brasero encendido y mientras se reunían alrededor les servía cocido con galleta”, evocó.
Aunque pequeña, la escuela tenía museo y biblioteca. “Empecé a juntar cosas significativas de la zona y, al enterarse, un padre acercó una cabeza de tigre, de puma y de varios otros animalitos que tenía, a modo de contribución para el museo que estaba formando. Cuando asumí la dirección, escribí a las revistas Para Ti e Intervalo, pidiendo donaciones. Una asociación vinculada a Constancio Vigil mandó libros y con eso inicié la biblioteca”.
Esa comunidad sufrió primero la inundación de 1983; luego, castigada por un tornado ya con la escuela nueva arriba del cerro, ocasión en que le sacó el techo. Eso fue en 1984, en dos oportunidades. Por eso Moreno los considera como el Ave Fénix porque siempre resurgen a pesar de las vicisitudes, “hacen bailes con cantina y con eso juntan la plata. Con los tres primeros bailes, hicieron los cimientos de la primera escuela. El aserradero del pueblo les fio la madera para levantarla. Cuando ya era directora siguieron haciendo bailes y pagaron la deuda del aserradero. La escuela estaba compuesta por dos aulas amplias y la dirección con la galería. Para los bailes se corría la pared y a bailar se ha dicho. Los niños dormían en la cantina, envueltos en ponchos, y desde el suelo podían apreciar el entablonado y el polvo que se levantaba. No importan las inundaciones, los tornados, ellos siempre siguen adelante, siempre levantan su escuela, que es núcleo de todas las reuniones sociales. Esa escuela se hizo a base de bailes y festivales. Hay mucho movimiento y la gente colabora”, celebró.
Cuando se jubiló, después de pasar por diferentes cargos y destinos, su hija la presentó al profesor de dibujo y pintura, José Fernández. “Era algo pendiente, que me encanta”. También retomó la escritura, algo que hacía cuando era chica. Su tío escritor Nicolás Alcides Colman, de Resistencia, pidió que le mandara todas sus poesías escritas a máquina. La Fundación Banco Provincia publicaría su primer libro. A los pocos meses le llegó una caja con 200 ejemplares mientras que otros 300 quedaron para repartir en las escuelas de Chaco. “Escribí sobre mis hijos, sobre cosas que ocurren, cuando iba en el colectivo me ponía a pensar ¿cómo vive toda esa gente? ¿quiénes son?, el misterio de cada casa y cosas así. Después, tuve una nieta con Síndrome de Rett y escribí un ensayo –autobiográfico, novelado y de investigación científica-, producto de la impotencia”. Ahora se dedica a los cuentos y desde hace diez años está sumergida en la Colección Taca-Taca.
Asimismo, dio vida a “Urbana, diaria, errabunda”, que es autobiográfico. Refiere a una jubilada que siempre soñó con viajar. No tiene disponibilidad económica, pero justo llega la SUBE a Posadas y recorre toda la ciudad. Cuando reciben invitación, viaja por la provincia en compañía de Ana Barchuk de Rodríguez con el stand de 299 escritores misioneros.
Gran inundación
Cuando se transita por la ruta, no se puede apreciar el establecimiento porque está emplazado sobre un cerro. Es que en 1983 –Moreno ya no estaba allí- se registró una gran inundación. De acuerdo a lo registrado en el libro histórico, los vecinos iban en una lancha rescatando objetos y documentación escolar hasta que, en un momento dado, vieron cómo la corriente se llevaba el edificio escolar en el que “yo había iniciado mis actividades”. Al año siguiente ya tenían otra escuela de madera levantada por los pobladores. Y, más tarde, hicieron otra a través del Proyecto de Expansión y Mejoramiento de la Educación Rural (EMER).