Por: Sara Amanda Skvosnakov(*)
Yo las veía desde mi oficina.
Ellas estaban conversando.
Hacía unos escasos minutos que María había llegado, como siempre, impecable y derrochando su natural elegancia, pero… no era igual a todos los días, había algo.
Yo no las podía escuchar, entre mi monitor y los escasos metros que me separaban de la otra oficina, al ver sus caras serias escuchando con atención lo que María contaba, me contuve como para no preguntar interrumpiendo algo que sentí de importancia.
¿Apelar a la empatía, a la solidaridad?, ¿cómo ir y preguntarles qué pasó?, ¿puedo ayudar en algo?, y fui nomás y pregunté sin tapujos: ¿Che que pasó?… María me miró con una tristeza infinita y desolada, me dijo: mi mamá tiene cáncer de mama. La abracé, la abracé tan fuerte como a mi propia hija.
¿Qué decirle? Nada. Solo el abrazo ante algo tan devastador. Lo primero que me vino a la memoria fue la frase escrita hace tiempo en un muro de Buenos Aires: “¡viva el cáncer!” …, ¡un cobarde cachetazo a la vida!
Pero estamos aquí y ahora. Creo que fueron solo unos segundos que me llevó darme cuenta de que hacía como ocho años, que no me hacía ningún control médico, y a mi edad…, sin excusas. Sentí miedo.
Fui al médico y me indicó todos los estudios de rigor y, en el momento de la realización de una ecografía mamaria, me pregunta la doctora: ¿Usted se palpa las mamas, mamá? No, le contesté yo. Y con esa sola pregunta me puse en campaña, entré a internet, busqué un tutorial para saber cómo palparme y a qué prestar atención y lo cultivé como hábito. Estoy más tranquila.
La mamá de María sigue luchando. Sus hijos, también.
Hacelo por vos y por tus amados: ¡querete, palpate!
P.D.: estás a un clic del autoexamen de mamas: Mirate, Tocate, Controlate.
Amanda
(*) Ganadora en Género Crónica de la 5° Edición del certamen La Letra Rosa