Por circunstancias del destino en el andar peregrino, el camino de los artistas se entrecruzan, a veces, sin haber marcado aún sus huellas. Así, el destino quiso hace tiempo, el encuentro entre un niño y un joven, sin saber que más adelante ambos serían referentes de la música del litoral en el mundo. Uno aclamado como el “Embajador del Chamamé”; mientras que el otro se transformaría en mito, en duende, en selva, en el Mensú; en un artista que dejó un gran legado a la cultura misionera.
Un encuentro que fue relatado por Raúl Barboza quien luego de viajar 12 horas en avión desde Francia, lugar donde reside hace casi 40 años, llegó a Buenos Aires y desde allí, le llevó el mismo tiempo en trasladarse en ómnibus rumbo a la tierra colorada. Un esfuerzo que lo tomó con gusto para poder actuar en la Vigilia por el natalicio de Andrés Guacurarí, que se celebró el viernes en la costanera posadeña.
Previo a esta presentación, este célebre acordeonista tuvo una amena charla con PRIMERA EDICIÓN, sobre sus comienzos en el mundo de la música; sus reconocimientos y aquellas dificultades que se le presentaron, pero que le enseñaron con el tiempo a crecer como persona y como artista.
Entre esos relatos, Barboza recordó que tenía 10 años cuando conoció a Ramón Ayala, quien aquella época tendría un poco más de 20 cuando el bandoneonista entrerriano Francisco Casis, quien sustituyó a Isaco Abitbol cuando este se retiró del Cuarteto Santa Ana, le dijo al padre de “Raulito” Barboza, Adolfo Barboza: “Quisiéramos grabar tu chamamé La Torcaza”.
Fue allí que tanto Raúl Barboza y su padre fueron al estudio de la discográfica Víctor, donde se encontraron con un grupo de músicos, entre ellos un joven guitarrista de nombre Ramón Ayala: “Yo no sabía que era el Mensú, para mí era el componente del trío Sánchez, Monges y Ayala que con el tiempo se llamaron Los Tres Amigos hasta que Ramón se retiró y siguió su ruta. A partir de allí Ramón Ayala siguió haciendo su tarea de cantante y de escritor”.
En este sentido, Barboza manifestó que luego el Mensú se transformaría en un gran trovador “es uno de los poetas argentinos que está entre los grandes del país. También hay otros con lo que he compuesto música y Ramoncito se convirtió en monumento al arte de hablar, de contar y de decir cosas”.
Luego aquel camino de la música lo llevó a Posadas, junto a grandes exponentes de la música como Ariel Ramírez, Horacio Guaraní y Mauricio Valenzuela, entre otros se sorprendió al ver el río Paraná y enfrente a Paraguay, sitios que sólo había visto en los mapas. Además descubrió “la forma en la que hablaban, el calor y la amabilidad de las personas”.
Así con el tiempo también fue haciendo muchos amigos, algunos ya no están como el Negro Torres, Mario Sangina y Carlos Correa, entre otros, aunque aclaró “Tenemos esa relación sin vivir en el pasado, no olvidar al pasado; compartir con quienes aún estamos en este mundo, los momentos que han sido agradables para todos nosotros”, reflexionó.
A su vez, agradeció haber conocido a los que considerósus ” maestros de oído” como Mario del Tránsito Cocomarola, Ernesto Montiel e Isaco Abitbol, “quienes se fueron jóvenes y pienso que fue porque dejaron todo lo que tenían que dejar, pero aprendí de ellos. Aprendí a hacer música, pero me propuse no imitarlos. Yo no soy un imitador, pienso que cada ser humano tiene su forma de pensar y de imitar o de crear sus propias cosas, que a veces es un poco mas complicado”.
También contó que decidió ir a Francia porque en Argentina no tenía oportunidad de grabar en el país, ya que algunas discográficas criticaban su estilo y por ello tampoco tenía posibilidades de vender discos, aunque previamente fue a Brasil donde integró un conjunto con el cual grabó su primer disco fuera de la Argentina que se llamó “Los Caminantes”, junto con Bartolomé Palermo con temas tradicionales de la época que fue una revolución en el sur del vecino país y comenzó a enseñar, hasta por teléfono.
Luego se radicó en Francia donde conformó un nuevo grupo integrado por un contrabajista italo-francés, un arpista paraguayo, un percusionista argentino y un guitarrista uruguayo con los cuales grabaron varios discos, los cuales algunos obtuvieron el premio Charles Cros por considerarlo el mejor del año en la música del mundo: “tres veces me dieron ese premio” contó. Aunque reconoció que llegó a París, las personas no conocían el chamamé y preguntaban ¿qué música es esa, de dónde viene, se baila, es una música de museo? A lo que el artista argentino respondía que era una música “muy presente en la juventud”.
Fue así que el acordeonista llevó adelante una reconocida carrera musical en el “viejo continente”, siendo reconocido el año 2000 con la distinción de “Chevalier de l’Ordre des Arts et des Lettres” por parte del Ministerio de Cultura y Comunicación, de Francia a lo que señaló en aquella oportunidad: “caramba, yo no podía vender mis discos en Argentina y acá me nombraron Caballero de las Artes y de las Letras. A mi, un extranjero, entonces decidí quedarme, no para ganar mas plata, sino porque tenía la posibilidad de enseñar”.
Finalmente, confío que siente que no tiene los conocimientos necesarios para escribir un libro que relate sus vivencias: “no tengo el alma de un poeta, pero puedo contar como un cuento y luego vendrá el escritor o el poeta y le pondrá las palabras a lo que estoy contando, porque no soy un escritor, soy apenas un músico”, finalizó.