Cada 5 de diciembre se conmemora el Día Mundial del Suelo, una fecha establecida por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) desde 2014 con el objetivo de destacar la importancia de este recurso vital y fomentar su gestión sostenible. En esta ocasión, la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid) compartió una serie de pruebas prácticas para evaluar la salud del suelo, además de recomendaciones clave para su cuidado.
La iniciativa, difundida por la Red de Salud del Suelo de Aapresid, propone un “test” sencillo de seis pasos, accesible para agricultores y productores, que permite diagnosticar el estado del suelo directamente en el campo. Estas pruebas, complementadas con buenas prácticas agrícolas (BPA), son herramientas esenciales para garantizar un manejo sostenible y eficiente.
Pruebas para evaluar la salud del suelo
• Presencia de estructuras laminares: Este análisis busca identificar capas del suelo en forma de “lajas” densas y con baja porosidad en los primeros centímetros. Estas estructuras son indicadores de deterioro ya que dificultan la circulación de aire y agua, la actividad biológica del suelo y el crecimiento de las raíces. Un suelo con estas características necesita intervenciones urgentes para evitar que su productividad siga decayendo.
• Dirección de crecimiento de raíces: Para realizar esta prueba, es necesario extraer diez plantas del suelo y observar la forma de sus raíces. Si estas presentan deformaciones, como el crecimiento en forma de “L”, es probable que existan capas densas que obstruyen su desarrollo natural. Este fenómeno es señal de compactación, lo que limita el acceso a nutrientes y agua.
• Test de estallido: Consiste en dejar caer un bloque de suelo para analizar los fragmentos resultantes. Este sencillo método proporciona indicios sobre el estado estructural del suelo, que son: el mal estado, donde predominan los agregados grandes y angulosos y el buen estado, donde los agregados son pequeños, redondeados y migajosos. Esta evaluación permite entender la estabilidad del suelo y su capacidad para resistir procesos erosivos.
• Resistencia a la penetración: Utilizando un penetrómetro, se mide la fuerza que las raíces necesitan para atravesar el suelo. Valores superiores a 2 megapascales (MPa) indican una compactación que afecta negativamente el crecimiento radicular. Esta prueba ayuda a determinar si es necesario descompactar el suelo o mejorar su estructura.
• Infiltración: Se mide la velocidad con la que el agua penetra en el suelo, un indicador directo de la cantidad de poros grandes o macroporos presentes. Una infiltración lenta implica pérdida de agua por escurrimiento, mientras que una rápida permite un mejor aprovechamiento por parte de los cultivos.
• Densidad aparente: Esta prueba calcula la relación entre el peso del suelo seco y su volumen. Una densidad elevada suele estar asociada con problemas como una menor circulación de aire, agua y nutrientes o limitaciones en el desarrollo de raíces. La densidad aparente es una métrica clave para evaluar si el suelo necesita mejoras en su estructura.
Buenas prácticas
La evaluación del estado del suelo debe ir acompañada de prácticas de manejo sostenible que aseguren su conservación y mejora. Entre las recomendaciones más destacadas, se encuentran:
• Rotación de cultivos y uso de cultivos de servicio: Esta técnica es fundamental para prevenir la erosión, mejorar la biodiversidad y fortalecer la estructura del suelo. Los cultivos de servicio no solo conservan el suelo, sino que también aportan beneficios como el secuestro de carbono, como así también mejora de los rendimientos en cultivos comerciales.
• Siembra directa: Es una práctica consolidada en Argentina, donde abarca el 90% del área sembrada. Este sistema reduce significativamente la erosión y mejora la retención de agua. En Europa, España es el país líder en esta técnica, con un aumento sostenido que alcanza el 65% del área sembrada.
• Control de la erosión: Ésta afecta al 36% de los suelos argentinos, una cifra alarmante que requiere estrategias específicas como la implementación de barreras naturales y el uso de técnicas de riego eficientes y drenaje adecuado.
• Aplicación de abonos orgánicos: Éstos son esenciales para conservar la fertilidad del suelo y proteger su biodiversidad. Este insumo, clave para los cultivos sostenibles, enriquece el suelo al tiempo que reduce la dependencia de productos químicos.