Por: Raúl Novau
Las aguas del arroyo crecieron abruptamente. Los moradores abandonaron la casa mientras el gato ronroneaba al son de la creciente. Una vieja canoa viraba en el oleaje. Una madre yacaré y sus pequeños y una menuda lechuza en la proa eran sus ocupantes.
-¡Eh señores! -exclamó el gato- Mis dueños se fueron. He pagado con creces la miserable ración que me daban pues he realizado todas las acciones que me pidieron: jugar con los cabezudos mellizos al caballito, al monito, vuelta carnero, me han disfrazado y puesto cohetes atados a la cola, he vivido…
-¡Bueno! ¡Basta de perorata! -gritó la yacaré- ¿Qué es lo que quieres?
-Hacer que vuestra voluntad, que la presiento solidaria, se mueva a recoger a este humilde servidor…
-¡Ea! -interrumpió la yacaré- ¡Subite de una buena vez!
Crujían los maderos de la raída embarcación.
-Hum…-dijo la lechuza- El Garupá cuando se enoja… guarda.
-Y a propósito ¡qué hermosos hijos tiene, doña yacaré!
-No me digas doña. Soy una señora o como dicen los humanos una dama.
-¡Vaya vaya! ¡Dios animal! ¡Qué torpe de mi parte!
Pero permítame felicitarle por los querubines tan educados.
-Dicen que el gato está apetitoso -tradujo la lechuza.
-¡Oh! ¡Qué idea tan extravagante! -dijo el gato- Tan chiquitos y con esos deseos. Es que las generaciones vienen muy adelantadas para la época.
-Hace dos lunas que venimos boyando -dijo la yacaré abriendo la enorme bocaza- Sin comer.
-¡Ah! ¡Pero no solo de comida vive el animal! -dijo el gato.
-Dicen los bebés que el cuero negro se ve rico -siguió la lechuza.
-¡Bah! -replicó el gato- Es un cuero común y corriente. Hay mejores que éste: overos, tricolores, albinos. Además cuando chico tuve sarna y uras para rifar, así que debo estar ácido y amargo que no les recomiendo… Hay que cuidar el hígado.
-Nuestro estómago está preparado para cualquier cosa -dijo la madre-.
-¡Ay! ¡Por favor, señora, qué comentario! Mi dueño se acordaba bien de usted, señora yacaré.
-¿Ah sí? ¿Y cómo me ubicaba?
-¿Acaso usted no tenía su casa en el recodo del bañado?
-No tanto… Es decir cerca del pajonal.
-¡Exacto!
-¿Y dice usted que me recordaba?
-¡Siempre siempre! En las largas noches de lluvias, vino tinto de por medio que es cuando los humanos entran en un sopor alegre, comentaba que la había visto tendida al sol, admirando su hermosa piel y la gracia de sus movimientos al zambullirse lentamente.
-Admiraba su piel para tenerla colgada en la cuerda del patio -terció la lechuza.
-¡Hábleme más…! ¿Qué más decía?
-Se refería con insistencia a sus bellos ojos que refulgían con la luna nueva. ¡Qué feliz se debería sentir el señor yacaré con una dama tan formidable!
-¡Estoy llorando! -dijo la yacaré- Y no es mentira. ¡Él se fue…! Aproveché la correntada y empezar una nueva vida… ¡Qué infeliz soy!
-Los chicos quieren la cola del gato como collar -dijo la lechuza.
-Cálmese, señora yacaré, pronto los hombres nos ayudarán.
-Les ayudaremos a llenarse el buche -dijo la lechuza- Bueno, a mí me dejarán desplumada pero a ustedes… Cruzó un ala por el cuello..
Los yacarecitos avanzaron decididos hacia el gato.
-No sean tan quisquillosos, chicos. Si quieren les contaré un cuento.
-¡Tierra a la vista! -chilló la lechuza.
La canoa era empujada por el viento a un campamento enclavado en la desembocadura al Paraná. Al tocar tierra la lechuza aleteó con energía y se alejó a la costa opuesta. Los hombres aprisionaron a la madre yacaré y a sus crías.
Mientras tanto el gato fregaba el lomo entre las botas de los cazadores.