Por:
María Fernanda Paredes
El Pombero, es un personaje legendario de nuestra región, un tanto temible; con diversas anécdotas y diferentes versiones, de parte de quienes dicen haber tenido una experiencia sobrenatural con él.
Algunos dicen que es un duende petizo, morocho o negro, pocas veces visible; y que suele ser celoso cuidador de la naturaleza. De aves, de plantas u otros animales de la selva misionera. Pero la verdad es que, también cuentan, que anda rondando por las chacras; y en la cultura guaraní, cuentan que por las noches, suele vigilar alguna que otra casa que está cerca de los montes, más aún si hay alguna mujer embarazada que espera un bebé rubio, a quien se lo quiere llevar, apenas nace. Por esas creencias, contaban que, los bebés eran bautizados a poco tiempo de nace, en “agua del socorro”.
En guaraní, lo llaman: “Karai Pyhare” ( el señor de la noche), porque sale de noche; y nadie se atreve a desafiarlo respondiéndole al silbido, es más, algunos incluso hacen tratos con él, ofreciéndole caña y tabaco negro a cambio de algún favor.
Cuando yo era chiquita, era costumbre escucharlo rondar silbando, alrededor de mi casa, por las noches. Tiene un silbido estremecedor y un olor inconfundible que aún recuerdo. Este personaje legendario, se convirtió en el vigilante y aunque parezca irónico, en nuestro cuidador, ya que mi papá, trabajaba por quincena en los pinales y como no estaba en casa por mucho tiempo, nos había encargado al Pombero. Porque aseguraba que era su “compinche” y que, si él cuidaba la casa, nadie podría hacernos daño. Estaba convencido de que este personaje, nos defendería. En guaraní, lo llamaba “Chirû” y aseguraba que tenía una amistad de años con él y que esto, nació cuando aún era joven, una noche calurosa, que a continuación, les voy a contar…
Mi papá es arpista y en su juventud, era músico profesional, incluso registrado en SADAIC, lo afirmaba con orgullo. Esto le permitía tocar en los bailes que se organizaban en diferentes lugares de las colonias, los fines de semana.
Cuenta que, para llegar a esos recónditos lugares, tenía que hacerlo caminando varios kilómetros, incluso por las noches y en plena oscuridad, para volver también. Solo, a veces con la chispa del encendedor, para ver el “trillo” y el infaltable cuchillo en la cintura, cultura heredada de los paraguayos que, en ese tiempo, era normal entre la mayoría de los hombres.
Atravesaba campos o caminos vecinales para llegar a destino.
Fue en unas de esas circunstancias, que hizo amistad con “karai Pyhare”.
Cuenta la anécdota, que una cálida madrugada, volvía caminando de un baile, con su arpa a cuesta y su encendedor en mano, en la
oscuridad total. Cansado de tanto caminar, como lo vencía el sueño, decidió parar a descansar unas horas, para seguir viaje, cuando ya fuese de día.
Pasaba por un campo donde había un montecito y pajonales altos, lugar donde decidió recostarse a dormir. Dejó el arpa a un costado y cerró los ojos. La madrugada estaba silenciosa y muy oscura.
Pasado el rato, mientras dormitaba, creyó escuchar el suave sonido, de la cuerda del instrumento. Quedó atento para comprobar si se había equivocado, pero esta vez, el sonido de las cuerdas aumentaron. Sorprendido y con la piel erizada, el hombre se quedó en silencio esperando ver qué pasaba y fue entonces que el toque de las cuerdas se hizo indiscutiblemente más claro, incluso de menor a mayor. Ya no pudo aguantar el asombro y la curiosidad e incluso con miedo, rápidamente ¡chispeó el encendedor! que, entre tanta oscuridad, encendió como si fuese un farol en la noche.
¡Nada! Absolutamente nada pudo ver junto al arpa, pero un silbido violento y muy fuerte, le traspasó los oídos e incluso parecía penetrarle la piel, alejándose en la oscuridad como una queja, por haber sido sorprendido. No pudo ver nada y fue cuando se dio cuenta de que se trataba del pombero, investigando como sonaba el arpa.
Le pegó un grito:¡wepa! Y luego se disculpó por haberlo asustado, ofreciéndole que siga tocando tranquilo el instrumento.
Desde esa noche, el Pombero se convirtió en el compinche de salidas. Solía invitarlo en guaraní:_ “Jaháke chirû” (vamos compañero) y éste, lideraba la caminata entre silbidos y aromas por la picada, indicando el camino más seguro, como así también, lo acompañaba de regreso al rancho la hora que fuese. (Continuará).
Fragmentos del libro: La Nena del Pinal.