Tal día como hoy pero hace 36 años, el 23 de enero de 1989, fallecía uno de los considerados “grandes genios” del siglo XX: el artista plástico catalán Salvador Dalí.
Fue uno de los pintores españoles más internacionales de la historia. Creador de un estilo muy personal y extravagante, se convirtió en un maestro del estilo surrealista y en un ícono de la pintura contemporánea.
Nacido en Figueres (Girona) el 11 de mayo de 1904, durante su infancia fue un estudiante mediocre y su padre lo tuvo que cambiar en varias ocasiones de escuela.
En 1916, el joven descubrió la pintura contemporánea de la mano de la familia de Ramón Pichot, un pintor e ilustrador catalán. A partir de 1931, participó en numerosas exposiciones de la mano de su mecenas, Edward James, y en 1934 se casó con Gala, la que sería su musa y el amor de su vida.
Pese a tener una tumba preparada junto a la de Gala en el castillo de Púbol, el artista pidió ser enterrado en el Teatre-Museu Dalí de Figueres, junto a buena parte de sus obras.
Dalí cultivó un personaje irreductiblemente endiosado y exhibicionista que le haría tan famoso como sus obras.
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El genio del surrealismo era un artista con una imaginación sublime, dotado de una gran inteligencia, como atestiguan algunas de sus mejores frases:
“La única diferencia entre un loco y yo es que yo no estoy loco”, aseguraba Dalí.
“Si muero, no moriré del todo”, decía, poniendo en duda que fuera a fallecer y que esto supusiera su desaparición del mundo (algo que no ha sucedido, pues su fama sigue bien viva).
“El verdadero pintor es aquel que es capaz de pintar escenas extraordinarias en medio de un desierto vacío. El verdadero pintor es aquel que es capaz de pintar pacientemente una pera rodeado de los tumultos de la historia”, apuntaba el artista.
“Que no conozca el significado de mi arte, no significa que no lo tenga”, añadía el pintor, grabador, escultor, escenógrafo e incluso escritor.
“El canibalismo es una de las manifestaciones más evidentes de la ternura”, destacaba con su característico estilo provocador.
Salvador Dalí opinaba que “el que quiere interesar a los demás tiene que provocarlos”.