En esta primera columna del año de Palabras de Vida y, como saliendo al ruedo del mundo de la comunicación globalizada, quiero traerte estimado lector una propuesta que no es emergente, sino muy antigua, pero cada día más actual.
Creo que todos sin excepción y más aún luego de la pandemia del coronavirus, caímos en la cuenta que se produjeron grandes cambios a nivel mundial. Podemos decir sin dudas que hubo un antes y un después en muchas áreas de la vida. Expresiones como “resiliencia” y “reinventarse” se pusieron muy de moda, no siendo expresiones nuevas sino más bien emergentes de una realidad global casi sin precedentes.
Como pastor, después de muchos años de predicar la palabra de Dios, una de las cosas más trascendentales y difíciles de entender para la mayoría de las personas es que el mensaje de la cruz que trajo el mismo Jesucristo no es un brete para llevarnos a la religión, sino a un cambio de vida.
Quiero contrastar esto con el alcance de los términos “resiliencia” y “reinventarse” partiendo de la base de elementos que ambos tienen en común:
• Capacidad de recuperación o adaptación luego de una situación adversa.
• Renovarse, cambiar forma de ser, pensar, sentir y actuar, salir de la zona de confort.
Para realzar el contraste, veamos un relato bíblico en el que un hombre llamado Nicodemo vino a visitar a Jesús de noche y se generó un diálogo maravilloso entre ambos. Nicodemo era un hombre anciano, rico, miembro del sanedrín (consejo de ancianos de Jerusalén), un hombre de autoridad y respetado.
En medio de la “convulsión” social y espiritual que se generó por las palabras que Jesús decía y por las señales que generaba, Nicodemo acudió de noche para no ser visto por nadie y habló con Jesús.
Allí le dijo a Jesús: “Sabemos que Dios te envió como ‘Rabi’ ( maestro ) porque nadie puede hacer las señales que tu haces si no está Dios con él. Jesús respondió: “De cierto te digo que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”.
Nicodemo dijo entonces: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer?”. A lo que respondió Jesús: “De cierto de cierto te digo, el que no naciere del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios”.
Si analizamos la vida de Nicodemo nos daremos cuenta de que aparentemente no le faltaba nada. Podríamos de hecho decir que tenía todo lo que cualquier ser humano podía anhelar entonces. Y además tenía fe y amaba a Dios.
Sin embargo, y a juzgar por el diálogo, podemos también advertir que, sin dudas, le faltaba algo. Cuando dialoga con Jesús, toda su sabiduría natural, sus logros y fueros quedaron paralizados ante la respuesta de Jesús: “Tenés que nacer de nuevo”.
Estimado lector, justamente lo esencial para poder ser parte del plan perfecto de Dios con la humanidad es poder entrar al Reino de Dios. Para ello hay que “nacer de nuevo”, del agua (vínculo con la palabra de Dios que da vida) y también del Espíritu (con una relación personal con el Espíritu Santo).
Esa nueva vida en Cristo no es el resultado de la resiliencia ni de reinventarnos, sino de entregar nuestras vidas al señorío de Jesús para disfrutar un nivel de vida plena; un nivel que no se centra solo en lo natural, sino en lo espiritual, en donde teniendo comunión con el Espíritu Santo tendremos vida y vida abundante.