Vivimos en una época marcada por el exceso. Exceso de consumo, de información, de ruido. En nuestras ciudades iluminadas hasta la madrugada, donde las ofertas no se detienen y las redes sociales nos bombardean con imágenes de vidas aparentemente perfectas, la sobriedad parece un concepto arcaico, relegado a otros tiempos, a otras prioridades. Pero, ¿qué perdemos cuando descartamos esta virtud? ¿Qué nos dice nuestra búsqueda constante de “más” sobre lo que realmente necesitamos?
El papa Francisco, en su encíclica Laudato Si, nos ofrece una reflexión poderosa y desafiante, nos habla de la sobriedad como una forma de vida invitándonos a redescubrir lo esencial, a valorar lo pequeño, a aprender que menos puede significar más. “La sobriedad que se vive con libertad y conciencia”, dice, “es liberadora”. Es un llamado a abandonar la trampa del consumismo desenfrenado que nos esclaviza y nos desconecta no solo de la naturaleza, sino también de nosotros mismos y de los demás.
La sociedad actual nos enseña que tener más es vivir mejor. Nos bombardea con mensajes que asocian la felicidad al último dispositivo, al auto más caro, al armario más lleno. Pero, ¿qué sucede cuando alcanzamos eso que creíamos necesitar? Muy pronto, una nueva necesidad ocupa su lugar. Esta carrera interminable por poseer más no solo agota nuestros recursos naturales, sino que también nos deja vacíos espiritualmente.
El papa Francisco advierte sobre esta espiral en Laudato Si, señalando que nuestro modelo económico actual, basado en el consumo sin límites, es insostenible, tanto desde lo ecológico, como desde lo humano. Porque, al final, no somos lo que poseemos, sino lo que compartimos, lo que damos y lo que cuidamos. La sobriedad, lejos de ser una renuncia triste, es una afirmación de lo verdaderamente importante: la conexión con la naturaleza, con el prójimo y con nuestro ser interior.
En el corazón de la sobriedad está el equilibrio. No se trata de rechazar la tecnología, el confort o el progreso, sino de utilizarlos con criterio, reconociendo sus límites y preguntándonos qué precio pagamos -y quién lo paga- por cada cosa que consumimos. Es preguntarnos si ese objeto que compramos porque estaba en oferta realmente nos hace falta, o si esa prisa constante que nos empuja a producir más y más nos está robando los momentos de calma que nuestra alma tanto necesita.
El equilibrio, como señala Francisco, es aprender a vivir con menos para vivir mejor. Es cultivar una relación respetuosa con el mundo que habitamos, en lugar de explotarlo. Es redescubrir la belleza de lo sencillo: una comida compartida en familia, una caminata al aire libre, un momento de silencio. La sobriedad, en este sentido, no es solo un estilo de vida, sino una postura espiritual. Es un acto de resistencia frente a una cultura que nos exige ser productivos y consumistas las 24 horas del día. Es un llamado a mirar más allá de las apariencias y a buscar la plenitud en lo que no se puede comprar: la conexión, la gratitud, la paz interior.
En un mundo que nos empuja a acumular, abrazar la sobriedad es un acto revolucionario. Es aprender a decir “basta” y preguntarnos: ¿qué es lo que realmente importa? Es darnos el permiso de detenernos, de reflexionar, de elegir un camino más humano y más conectado con la tierra que habitamos. La sobriedad no es obsoleta; es urgente.
Valeria Fiore
Abogada-Mediadora
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