Charles Robert Darwin nació el 12 de febrero de 1809 en Shrewsbury (Inglaterra).
Su trabajo como científico naturista inició el camino de la teoría moderna sobre la evolución basada en los lentos procesos de selección natural.
Su figura y sus conclusiones influyeron en forma determinante a todas las ciencias y cambiaron el paradigma evolutivo, marcando un antes y un después en las líneas de pensamiento de la humanidad.
Básicamente, Darwin planteó que “todas las especies de seres vivos han evolucionado con el tiempo a partir de un antepasado común mediante un proceso denominado selección natural”.
Su atrevida composición de ideas fue revolucionaria y generó el malestar de sectores reaccionarios de la sociedad. Sin embargo, con el paso de los años fueron asentándose hasta convertirse en bases fundacionales de la biología,teniendo en cuenta que Darwin fue el primero en encontrar los nexos que vincularon a las especies desde que los seres vivos son tales.
Los orígenes
La inclinación de Darwin por el estudio de las especies y sus trascendentales estudios no fueron producto de la casualidad. Hijo y nieto de dos médicos naturistas, creció en el seno de una familia acomodada en la época (la Victoriana) en la que Gran Bretaña brillaba por sus diversas revoluciones.
De sus estudios elementales existe poco por decir, ya que no alentaron en gran medida el apetito científico de un entonces niño que esperaba con ansias llegar a los niveles superiores para desplegar todas sus dudas.
En 1825 se trasladó a Edimburgo para iniciar sus estudios en medicina y así perpetuar la tendencia familiar. Paradójicamente abandonó ese camino dos años después para ingresar a Cambridge y estudiar sacerdocio y convertirse en ministro de la Iglesia de Inglaterra.
Pronto descubrió que la medicina no era su vocación, pero las explicaciones que escuchó allí, sumadas a las disertaciones científicas que se sucedían en la alta casa de estudios, abonaron su hambre por estudiar la conexión entre las especies y sus formas de crecimiento.
El viaje definitivo
Tenía 22 años cuando, en 1931, obtuvo el puesto de observador naturista en una expedición mundial a bordo del barco HMS Beagle.
Durante cinco largos y duros años tuvo la oportunidad de observar formaciones geológicas, variedades de fósiles y especies del reino animal y vegetal en lugares tan disímiles como Tierra del Fuego, Brasil, Australia y Africa, entre otras recónditas latitudes del planeta.
Además de las increíbles y reveladoras experiencias, la expedición también dejó en Darwin penurias y problemas de salud que serían determinantes al final de su vida.
Con todo, al cabo de cinco años, a su llegada a Falmouth (Inglaterra) el 2 de octubre de 1836, el joven naturista traía consigo un sinfín de apuntes que, compilados en diversos estudios, echarían por tierra la teoría que predominaba en esa época y que sostenía que la Tierra era el resultado de una sucesión de creaciones de la vida animal y vegetal, y que cada una de ellas había sido destruida por una catástrofe repentina.
Como su posición económica era excelente, Darwin se trasladó a Down (ahora con su esposa y a la vez prima Emma Wedgwood) a un lugar tranquilo próximo al mar y se abocó de lleno al análisis de sus descubrimientos.
En 1838 tuvo un bosquejo de la teoría de la evolución a través de la selección natural, pero no publicó sus ideas sino hasta 1859 a través del mítico libro “El origen de las especies”.
La publicación de su trabajo fue fuertemente influenciada por el libro “Ensayo sobre el principio de población” del clérigo y economista político Thomas Robert Malthus (quien le brindó así ideas sobre el equilibrio de las poblaciones humanas).
“El origen de las especies mediante la selección natural o la conservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida” (tal el nombre completo del libro) convulsionó primero al mundo científico y desde allí no encontró límites sacudiendo teorías estancadas.
Su publicación tuvo tanta repercusión que se agotó en el primer día de ventas, obligando a seis sucesivas ediciones. Darwin explicó en ese libro que “al problema del suministro de comida, las crías nacidas de cualquier especie compiten intensamente por la supervivencia”.
Ese fue uno de los argumentos para sustentar su teoría de que los que sobreviven son los que dan origen a la próxima generación y les imprimen variaciones naturales favorables, con lo que el proceso de selección natural presente en esas variaciones se transmite por herencia.
La conclusión es que cada generación mejorará su adaptabilidad con respecto a las generaciones precedentes, y este proceso gradual y continuo es la causa de la evolución de las especies.
Esa plataforma sirvió además para explicar las relaciones entre las especies devenidas de ancestros comunes.
Sus conclusiones no tardaron en encontrar reparos y oposiciones a lo largo de los años, incluso tras la muerte de Darwin . La idea de que los seres vivos evolucionaban de acuerdo a procesos naturales negando una influencia especial atentó contra las bases de la opinión teológica ortodoxa.
Pero por cada argumento en contra fue apareciendo una explicación que reafirmaba lo dicho por el naturista hasta la llegada de la genética en el siglo XX, rama que prácticamente rubricó todas sus teorías a punto tal que muchos de sus detractores pidieron disculpas y le rindieron homenajes.
Darwin murió el 19 de abril de 1882, a los 73 años, por un colapso cardíaco y fue sepultado como héroe nacional junto a otro genio transgresor: Isaac Newton (1643-1727).
No era para menos: fue el hombre que puso en jaque a un modelo de pensamiento y cambió la forma de ver y estudiar la evolución de los seres vivos que llevaron y llevan al planeta a ser lo que es.