Si bien la historia del hombre lobo tiene sus orígenes en Europa, como toda leyenda, con el pasar de los años, contextos históricos y según el país donde circule el relato oral, adquiere modificaciones y nuevas denominaciones, pero sin perder su “esencia”.
¿La esencia?, en este caso sería, básicamente, un hombre humano que en las noches de luna llena sufre transformaciones, al punto de convertirse en un lobo terrorífico y violento.
En el marco de las charlas con PRIMERA EDICIÓN, Dolores Agustina Romero, licenciada en bibliotecología, docente y gestora cultural oriunda de Candelaria, contó una de las tantas historias sobre apariciones del lobizón en esta localidad -como se conoce al ‘hombre lobo’ en la región-.
Comentó que este caso se remonta a la década del 50 -cuando habría nacido esta persona- y los años 80, durante su adultez. “Yo llegué a conocer incluso al muchacho en cuestión, esta anécdota me la contó una vecina que vivía en la zona”, confió Dolores.
Cabe recordar que el hecho de “convertirse en lobizón” es una maldición que recae sobre el séptimo hijo varón de una familia. Precisamente, el hombre protagonista de esta historia fue el séptimo hijo del mismo sexo en la familia que vivía, por aquel entonces, en el barrio 2 de Febrero de Candelaria. Aunque tiempo después nació una hija mujer, la octava, “pareciera que eso no logró romper con la maldición”, agregó.
Romero describió: “El muchacho nació con una cierta discapacidad, un retraso madurativo y era tartamudo. Él siempre vivió con los padres, era muy bueno y trabajador. Cuando falleció su abuela, fue a vivir a la quinta de ella donde tenía una casita; ahí cuidaba el terreno, mantenía la tierra y limpiaba”, resumió sobre su perfil. Además, los vecinos lo conocían y aseguran que era una persona introvertida, pero amable.
“Algunos sospechaban de él por algunas ‘cosas raras’ que habían visto, pero nada concreto”, mencionó Dolores; hasta que una vecina del hombre fue testigo de un extraño y aterrador suceso en aquella época.
El recuerdo de esa noche, fue el relato que puso en palabras la entrevistada:
“Él vivía en la quinta que era de la abuela y alrededor había pocas casas, pero había vecinos. Hay que tener en cuenta que en esos años no había alumbrado público en Candelaria, sólo en algunas calles principales”, contextualizó. La noche transcurría serena y cubierta por la luz de la luna llena, hasta que ladridos y llantos de los perros del barrio interrumpieron la calma.
Resulta que la señora que era vecina de él, estaba intentando dormir pero no podía por el ruido que hacía su perro, no paraba de ladrar; entonces se levantó para ver qué pasaba, capaz alguien estaba intentando entrar a la casa. Salió, fue hasta el fondo de su casa que linda con la quinta, y allí estaba su mascota, cautivada mirando hacia el patio del vecino. La mujer vio que en el terreno del hombre había un perro que daba vueltas de forma irregular, y le pareció extraño porque él no tenía mascotas, ni perros ni gatos. “Ella quedó mirando un rato más y ese animal seguía girando y creciendo, hasta que de repente creció tanto que se paró en dos patas con los pelos erizados. Tenía los ojos enrojecidos y encendidos”, describió Dolores, sobre el aspecto siniestro del animal mutante.
Sin dudarlo, la vecina se echó a correr y volvió a su casa. “Pero la curiosidad pudo con ella y decidió espiar por la ventana. Miró, y al rato vio que ese perro gigante pegó un salto larguísimo, desde el patio hasta la calle, saltó unos 50 metros, algo imposible para un animal común y corriente”, precisó.
Atemorizada, regresó a la cama e intentó dormir. Al otro día visitó a su papá y le contó lo que había visto la noche anterior. “Eso era un lobizón, no tenés que ver ni que mirar eso, porque cuando se transforma no reconoce personas, no reconoce nada, es peligroso”, le dijo su padre tras escuchar su relato; contó Dolores.
La situación se volvió aún más curiosa los días posteriores. Y es que ningún vecino veía al muchacho en su casa. “Esta señora contó que ella todos los días miraba, para saludarlo o algo, porque él salía temprano a limpiar el terreno, pero no lo veía; parecía que en la casa no había nadie. Entonces un día que pasó por la casa de la mamá de él, le preguntó si lo había visto, y ella le dijo que no, que ‘seguro andaba de vago’, o algo similar”.
Pasaron los días y terminaron las noches de luna llena. Hasta que una mañana, la vecina volvió a ver al muchacho salir de su casa. “‘¡Hola vecino!’, le había dicho, y él le hizo una seña de que estaba ‘todo bien’. Sin embargo, ella lo notó con un aspecto enfermizo, pálido, decaído y vio que tenía rasguños y heridas en brazos y piernas; otros vecinos también lo habían visto así en otras ocasiones. Pero él decía que se lastimaba trabajando, con ramas de las plantas”, agregó Dolores.
Otra característica “llamativa” del hombre era que, supuestamente, tenía mal aliento. “Los hermanos le cargaban y le decían en guaraní una palabra que significaba que tenía mal aliento. Entonces la gente especulaba y más sospechaban que podía ser el lobizón, porque dicen que el lobizón se alimenta de muertos en el cementerio, que come carroña”, relató Romero.
Esa fue la historia que se enteró mediante la vecina que había vivido esa aparición. “Muchos años después, supe que el muchacho y su familia se mudaron a Posadas. Luego supuestamente él se casó y vivía en el barrio Las Américas; tiempo después se enfermó y falleció”, contó la entrevistada sobre el hombre.
“Cuando la gente empieza a sospechar, las familias suelen mudarse a otro lado”
Durante la entrevista, dolores mencionó otro caso -más breve- de un supuesto lobizón en Candelaria. Se trata de un muchacho que había llegado solo con su mamá al pueblo, y venían desde otra localidad del interior de Misiones.
“Vivían los dos en el barrio 20 de Junio. Eran medio ‘asriscos’, tímidos, no se daban mucho con los vecinos y, según contaban, el chico estaba la mayor parte del tiempo encerrado. Un día, un vecino se levantó bien temprano, poco después del amanecer, y vio que el muchacho estaba llegando a la casa, con toda la ropa rasgada y con heridas. Después no lo vieron por varios días, sólo se la veía a la mamá“, relató Dolores.
Lo vecinos de la zona no sabían mucho de su historia, quiénes eran, y cuando intentaban acercarse, ella mantenía una actitud cortante, introvertida. “Hasta que un buen día, de la nada, se mudaron, y nunca más los volvieron a ver”.