Por: Myrtha Magdalena Moreno
Hubo una reunión de mascotas en la casa de doña Eduvigis que era, en el barrio, quien las coleccionaba con mucha atención y cariño.
Por supuesto que la que presidía el encuentro era Zaira, la perra cruza calle con bóxer. Apenas contenía sus nervios ya que no estaba acostumbrada a mantenerse quieta, el patio de treinta metros de largo le quedaba chico y, en la manzana todos los vecinos conocían sus ladridos ante cada transeúnte durante todo el día.
La gata, Nina, tranquilamente estirada en uno de los sillones del jardín esperaba, sin alzar la voz aunque muchos creían que era muda pero no, tenía un maullido muy, muy suave casi inaudible.
Tirifilo, el hámster dorado daba vueltas y vueltas en su rueda de ejercicio, inquieto ante tanta compañía a la que no estaba acostumbrado, apenas aguantaba a alguna compañera ocasional cuando la dueña quería criar nuevos descendientes.
Azurita, el pececillo betta, agitando sus preciosas aletas azules y rojas iba y volvía entre las hojas del acuario, también muy excitado, observando a Nina, a la que tenía respeto, no digamos miedo porque nunca intentó meter sus garras en el agua pero sí, siempre, se acercaba a vigilarlo detenidamente pegando su hocico a la parte exterior del vidrio con esos ojos verdes profundos con líneas amarillas que parecían hipnotizarlo.
De repente, se escuchó la potente voz ronca de Pancho, el loro barranquero, que se hacía oír desde la hovenia dulcis adonde le gustaba volar para deleitarse con sus dulces frutos.
-¿Qué estamos esperando? ¿Para qué es esta junta a la que nos llamaste, Zaira?
-Sí, todos queremos saber-agregó Tambor el conejo blanco como una espuma, desde la puerta de la cueva construida por la dueña de casa y que hasta el momento no había sacado su hocico al patio.
-Bueno, creo que la única mascota de doña Eduvigis que está faltando es Yellow, el canario que hoy escapó de su jaula y no lo escuché cantar todavía- aclaró Zaira.
-Aquí estoy- se escuchó una voz cantarina y dulce que partía de una rama de la – morera. -Estoy listo para escuchar lo que haya que oír.
-Tengo que darles una mala noticia, me duele mucho ser yo quien les diga esto- mientras hablaba, como un gemido continuo, rascaba la tierra con su pata derecha, haciendo un pozo en la tierra.
-Hasta hoy hemos sido muy felices, muy mimados, casi como hijos, no como mascotas, creo que estamos todos de acuerdo porque si no fuera así, hubiéramos escapado, volado, huido porque las puertas siempre estuvieron abiertas. El único que no lo podría hacer es Azurita que no tiene posibilidades de salir de esas cuatro paredes de vidrio.
-¿Y qué pasa ahora? ¿Dejaremos de ser felices? ¿Por qué?- Interrumpió Pancho y los demás asintieron con la cabeza.
-Sí, así es. Por lo menos yo lo siento así. Doña Eduvigis, nuestra querida dueña, la que tanto nos ha amado y mimado acaba de abandonarnos, ha partido para siempre, hemos quedado solos, librados a nuestra suerte.
¿Les parece poco? Ninguno de nosotros aprendimos a sobrevivir en las calles o en libertad total porque ella nos recogió de las calles, del desamparo.
Como si de repente se hubiera detenido el mundo, una nube transparente, casi neblina, los envolvió y los suaves acordes de la canción que doña Eduvigis siempre entonaba, la de Alberto Cortez, llegó tenuemente primero, aumentando de volumen poco a poco inundando el patio:
“Cuando un amigo se va queda un espacio vacío, que no lo puede llenar la llegada de otro amigo.
Cuando un amigo se va,queda un tizón encendidoque no se puede apagarni con las aguas de un río”.
Sin darse cuenta, Pancho, Yellow, Zaira y también Nina, aunque no lo crean, unieron sus voces (cotorreo, gorjeo, aullido, maullido…) cada uno a su manera, coreando lo que escuchaban, recordando la voz de la mujer.
Entre esa neblina que se iba diluyendo doña Eduvigis les hizo comprender sin palabras que ella seguiría allí cuidándolos a través de su nieta Aurora que quedaría a cargo de la casa y de sus habitantes.
El corazón de todos se tranquilizó y cada uno volvió a sus cuchas, cuevas, jaula a seguir con sus habituales y cómodas vidas.