Por: Rubén Darío Motta
Don Sanders, era casi el patriarca del Establecimiento, ya que más de la mitad de los alumnos eran sus nietos, por la cantidad de hijas casadas con los obreros del lugar. Su esposa era la matrona de la zona, todos los niños nacieron atendidos por ella.
Eran una pareja sola ya que la mayoría de sus hijas se marcharon del lugar y vivían a gran distancia de su casa.
Este hombre era encargado de la chanchería, era el que los alimentaba, limpiaba los corrales, vacunaba y faenaba a los animales, muy respetado por el patrón y sus yernos, serio, siempre andaba con un cigarro en la boca, de poco hablar y a veces consejero por su experiencia y su edad.
Muy colaborador con la escuela, y en cualquier actividad que se le necesitaba.Resulta que el hombre comenzó a bajar de peso y sentía dolores muy tenues de huesos, no le daba importancia, acusaba a la humedad del lugar de trabajo.
Los dolores aumentaban día a día y su actividad ya muy poco lo hacía. Decidió viajar a Montecarlo, para consultar al médico en el hospital, después de una serie de estudios, el diagnóstico fue severo y penoso, cáncer de huesos, el hombre salió del hospital desahuciado, impotente, el mundo se le vino encima, no había forma de darle una palabra de aliento.
La obra social de los obreros rurales, en aquel tiempo no cubría remedios ni tratamientos que le permitiera calmar los tremendos dolores, el cáncer de huesos es muy doloroso, solo la morfina calma en cierta manera.
Recuerdo una noche de invierno, cayó una helada muy fuerte, el agua del arroyo tenía una capa de hielo y el hombre se sumergía, el agua helada actuaba de calmante, se escuchaba sus gritos desgarradores.
Cada día su salud se deterioraba más, ya no pudo caminar y pasaba en cama y el dolor empeoraba.
Tanto fue que un día, del dolor se quedó inconsciente, sus hijos fueron a la escuela a pedirme ayuda, la escuela era el centro de todo lo que ocurría en el paraje.
Me pidieron si le podía acompañar para comprobar que su padre había fallecido, según ellos ya no tenía vida, con mi escaso o nulo conocimiento de medicina fui, en la pieza estaba el hombre duro como una momia, lo primero que se me ocurrió es buscar su pulso y siento que no tiene, era lo único que podía hacer, salgo afuera y le informo a sus hijos que su padre había fallecido, seguro estaba.
Me siento con ellos y comenzaron a organizar el velorio, tenían que construir el cajón, las hijas lloraban, cuando en un momento dado apenas caminando vimos a don Sanders parado en la puerta.
Eso fue una estampida de todos nosotros no quedó nadie, hasta yo corrí del susto. El finado resucitó. Resulta que del dolor se desmayó y yo por mí poca experiencia no busqué bien el pulso.
Con mucho miedo volvimos a la casa y el hombre preguntó qué pasaba que habíamos salido a correr, no sabíamos qué decir si estábamos jugando una carrera o a la mancha, mis piernas no terminaban de temblar y lo peor no sabía qué decir.
Don Sanders vivió unos días más, yo no pasaba ni por al lado de la casa por las dudas. Una tarde de mayo el patriarca murió.
Sus yernos construyeron un cajón de madera y como en cada velorio en algunas zonas rurales se organiza una comida, pollo con arroz y mucho alcohol.
Fue llevado al cementerio de El Alcázar, pero yo me hice presente en el velorio, era el abuelo de mis alumnos, hasta que cerraron el cajón disimuladamente lo pellizcaba fuerte por las dudas si estaba bien muerto.
Don Sanders dentro de su pobreza e ignorancia dejó un legado a sus hijos y nietos, el respeto y el cumplimiento de las obligaciones.
Su alma recorre el monte como un ave libre disfrutando de sus arroyos y flores silvestres.
Del libro: EL MAESTRO