Hace diez años que Don Martín Cabral se ausentó físicamente, pero en el taller mecánico que ahora dirige su hijo Pablo, dejó una impronta y un legado tan profundo, que todo remite a su presencia, desde la cordialidad en el trato hasta la manera de hacer las cosas. Su intachable trayectoria quedó plasmada en numerosos trofeos y fotografías que adornan las paredes, y su sencillez y transparencia se traslucen en la pava y el mate que aún saborean quienes llegan a ese espacio acogedor de Hungría y Ojo de Agua, de la capital provincial.
Koa`pe visitó el taller y Pablo Cabral contó sobre los inicios y sobre las vivencias que atesora este histórico lugar. “Mi pasión por este oficio viene de mi abuelo materno Francisco ‘Pancho’ Perié, a quien no vi trabajar en el taller mecánico, pero sí en su auto particular, cuando era chico. Soy la tercera generación de mecánicos de la familia. Tenía cuatro o cinco años, cuando llegaba a su casa y me preguntaba ¿cuánto vale una pulgada? Desde ahí me quedó grabado el 25,4 milímetros. Recuerdo el taller con pocas paredes, piso de ripio. Con mucho esfuerzo papá fue construyendo paño por paño, paredes, un techo más acorde a los clientes, a quienes se debe el esfuerzo y el trabajo que uno hace”, manifestó.
El local se encuentra a una cuadra de la avenida Mitre. “Cuando papá se instaló, tanto la Hungría como Trincheras de San José, eran de tierra. Recuerdo que los colegas le dijeron que estaba loco porque era muy lejos. Esos fueron los comienzos. Después se pudo comprar un banco de pruebas, que era de los primeros para medir la potencia de motores que había en el país, y eso revolucionó un poco toda la provincia. Se trajo de Provincia de Buenos Aires, y se probaban los motores de carrera. En ese momento se hacía los motores de Fórmula Renault Argentina para el ‘Gallego’ Fernández y Jorge Nikich, los motores Audi de Juan Jambrina”, agregó el técnico mecánico.
Al igual que el abuelo de Pablo, su papá terminó de cursar en la Escuela Nacional de Educación Técnica Nº1 “UNESCO” (Industrial) –cuando aún estaba en Colón 9- y en un aviso del diario vio que se necesitaba técnico mecánico para Bonetti, que tenía la agencia oficial Dodge. Empezó su tarea en esa empresa preparando el Valiant de Rodolfo Bonetti. “La camioneta Dodge, el Valiant, eran los autos que se arreglaban en esa época. El último auto que arreglamos con mi viejo fue el Ford A modelo 29, que era de mi abuelo y que lo conserva mi tío Juan Perié en estado original. A partir de ahí, hasta la inyección electrónica mi viejo supo trabajar. Pasó por todas esas etapas. Ese trabajo era totalmente distinto. Era una mecánica más sencilla, mucho más mecánica, con poca intervención de la electrónica y de la informática. Era mucho esfuerzo, pero además no se conseguía muchos repuestos, entonces había que fabricarlos de manera artesanal”, rememoró.
Aseguró que Don Martín siempre fue un estudioso que buscaba saber por qué pasaban las cosas. “Era muy aplicado. Siempre fue famoso por el uso de los manuales. Todavía conservo su biblioteca. Manual que había trataba de comprar. Cuando alguien viajaba a Buenos Aires lo primero que decía era ‘tráeme un manual’. Siempre buscando la perfección, saber más, seguir aprendiendo y así hasta el último momento. Estuvo con el tema del encendido electrónico, dejando de lado el platino y condensador, y lo mismo con la inyección electrónica”, expresó, mientras saborea el mate en el mismo recipiente de papá, al que solo le cambió la bombilla.
“Papá era un referente en la zona, tal es así que hasta Alfredo Sheid, un piloto referente de Encarnación, trajo su auto de carrera acá, siguiendo con esa integración que teníamos. No había puente y papá no quería cruzar a Paraguay”.
Pablo confesó que siempre admiró de su papá “es que no fue hijo de mecánico, no tenía una influencia. Trabajando en Bonetti, empezó a poner sus manos a los primeros autos de carreras, en aquel Valiant. Trataba de estudiar y de aplicar lo estudiado en los autos de carrera. Nunca fue de tocar por tocar. En esa época no había internet, ni inteligencia artificial, era libros, manuales”. Después llegaron los Torino 380 W, de Jorge Benítez, de Heno Klein. En el taller actual, entre los primeros autos estaba el Sprint azul de Armando Sobolewski, Tito Ghunter, “Gallego” Fernández, que “fue una de las joyas del taller. Un piloto aplicado, conocedor de la mecánica y que podía trasmitir bien lo que el auto hacía y así se conseguían buenos resultados”.
“Él era un apasionado de todo lo que hacía. Tenía orquídeas, participó en un certamen sacó el primer puesto. Se levantaba temprano porque a una, que era especial, había que regarla con agua congelada, se tomaba en serio”.
Con “Gallego” Fernández se trajo el primer Fórmula Renault Argentina a Misiones, allá por 1984. Era algo totalmente nuevo, nunca visto en la provincia, llamativo para todos. Eso implicaba “empezar de nuevo con todos los conocimientos, tren delantero, trasero, totalmente diferente a lo que se conocía. Era ir a la telefónica y llamar a Crespi, a Balcarce, para aggiornarse e ir mejorando. Es el secreto de la competición. Así como cualquier deportista prepara su físico y lo mejora en cada entrenamiento, en la mecánica también tenes que ir desarrollando y tratar de mejorar carrera a carrera”, comparó. Del Sprint, el rival directo era “Quique” Urrutia y Ralf Haupt, un binomio “increíble”. Era un desafío. “Papá decía ‘hablé muy poco con Ralf pero fue el que más me enseñó porque me obligó a estudiar un montón de cosas’. Esas son las anécdotas que quedan”, reflexionó.
El Fórmula Renault Argentina se corría en Chaco porque acá no había circuito asfaltado para Fórmula. “Había que viajar, parar en la estación de servicio y poner la monedita para llamar por teléfono para ver si el clima era propicio para las carreras. A veces te decía que estaba bien, pero cuando llegabas se largaba la lluvia y no se podía correr. Se suspendía y tenías que volver todos esos kilómetros”.
En 1984 también se corrió el Primer Rally Integración, por lo que los Cabral prepararon el primer auto de rally para Juan Jambrina, que salió quinto. “Se llamó integración por la cantidad de pilotos paraguayos que vinieron a correr. Eran pocos misioneros. Era la época del dictador (Alfredo) Stroessner, que había prohibido el rally en Paraguay porque decía que arruinaba los caminos e impedía la salida de los productos de la chacra. La necesidad de la pasión paraguaya por el rally hizo que vengan a Misiones. Ahí estuvo mi papá en primera línea”, rememoró Pablo, que participó del Dakar Serie Desafío Guaraní como navegante, además de fechas del Campeonato de Navegación junto a Marcelo Chiquito Alcaraz. Y, como si fuera poco, con toda esa experiencia a cuestas, se perfeccionó en los Estados Unidos.
Lo del Rally Integración “fue algo hermoso. Era chico, pero tengo en la memoria que había que esperar hasta muy tarde la suma de tiempos para saber los resultados. Se corrió contra los Escort Cowort, Mitsubishi, Nissan, que los paraguayos tenían desde primerísima línea. El de Juan era un Vougate 1.600, con un carburador, alcoholero. Había que conseguir alcohol de caña de azúcar”.
Era un rally largo que arrancaba muy temprano e iba hasta las 19, llegando hasta San Javier, recorriendo casi media provincia. “Era una vuelta muy larga y la ansiedad era mucha. Se complicaba la comunicación, entonces papá se ponía a esperar con su mate y su pava. No usaba termo, no importaba el momento siempre mate de pava. Ahora que estoy más viejo estoy entendiendo, lo saboreo, es mucho más rico. Antes había una persona para cebar mate, ahora con la vorágine de la vida diaria no nos permite”.
Más adelante, Jambrina va con su auto a correr a San Bernardino, en una especie de Súper Prime y les gana a todos con el Vougate 1.600, de un carburador con dos bocas. “Nadie entendía nada. El paraguayo compraba autos para el TransChaco, para alta velocidad. Este no tenía tanta, pero la desarrollaba más rápido. Eso fue una insignia para el taller y traer un trofeo de Paraguay no fue fácil, pocos lo hicieron. Entre ellos Carlos Malarzcuk. La fórmula Renault fue una perla para el taller”.
Durante y tras la carrera
Según Pablo, en el asado de los viernes “te podías encontrar con personajes de distinta índole, del deporte y culturales. Venía Quique Urrutia porque no había esa rivalidad, antes ibas a un autódromo y como no había lugares para ir a comer, se juntaban en un taller grande, una metalúrgica, y se hacía una cena para todos. Terminaba siendo una integración entre todos. Se podía dar una mano entre unos y otros, era una hermandad, pero no por eso se dejaban ganar. Era a cara de perro dentro de la pista”.
En el taller de los Cabral, se organizaban los asados y llegaban distintos personajes. “Una vez vino Mirko Tapavica, un tipo que pasó en Kayak por muchos partes del mundo, cruzaba el Paraná nadando. Grupos musicales, conductores de televisión. Así que no solo era un encuentro de protagonistas del automovilismo, sino personajes en general de la ciudad, músicos. Terminó siendo el taller más céntrico de la ciudad. Muchas agencias se fueron hacia las afueras, a diferencia de los primeros tiempos”.
Don Martín no se tomaba vacaciones porque decía que como hacía lo que le gustaba, no necesitaba descanso. Entendía que se debía a los clientes “que no los podía dejar sin prestarles el servicio. Ese era el nivel de compromiso”, señaló. Y agregó que “más allá de los conocimientos mecánicos, siempre nos transmitió los valores humanos, de honestidad, del trato correcto, eso llegó a que varios de sus exempleados que ya se radicaron en otros lugares aún lo valoren”. Por ejemplo, en esos tiempos, los talleres tenían almanaques con mujeres “en paños menores. Acá no había. Muchos preguntaban ¿no tenes los almanaques esos? Decía que le debemos el respeto a las mujeres que vienen, atraías, justamente, por el tema de la honestidad”.
Debut en el Rally Misionero
Juan Cabral, el hijo menor de Don Martín, debutó como piloto en el Rally Misionero en la última fecha del 2024 con un Volkswagen Gol preparado en el taller por su hermano Pablo. “Después de mucho tiempo, vendimos una propiedad de la familia para poder comprarnos un auto de carrera. Esas locuras que uno tiene por la pasión. Le pusimos el carburador que era de mi viejo. Era el auto que mi viejo adoraba, que le encantaba, igual que a nosotros”, aseveró quien es la cara visible de la empresa.
Juan, en tanto, explicó que “le pusimos la esencia en el taller. Se hicieron pequeñas cosas, como alternador, burro de arranque, pero con el carburador de mi viejo. Terminé la primera haciendo podio, cuando especular en volver con un trofeo era impensado. Pero es medio culpa de él (Don Martín) porque cuando tenía cinco años, me hicieron subir a un auto de carreras. Ahora, seguramente me iba a decir: tené cuidado que haces con tu plata. Pero no se iba a oponer. Me imagino 25 años atrás, estaría tirado debajo del auto, pero tratando que sea fino, responsable y apasionado como él”.
Comprometido
Daniel “Pachanga” Vastik era el mecánico repuestero tutor del Cabral, y merece un apartado en esta historia por la responsabilidad puesta de manifiesto y el compromiso de trabajo. Según Pablo, fue una persona que siempre acompañó tanto a él como a su papá. “Era una especie de tutor del taller. Por la tarde estoy solo y no puedo tomar esos mates de pava que hacía mi viejo. El ayudante que heredé –en alusión a Pachanga- tuvo que dejar de trabajar por cuestiones de salud. Y es difícil encontrar un reemplazo por semejante ser, que allegado el taller desde siempre. Cuando quedó sin trabajo en una casa de repuestos, allá por el 86, se quedó con nosotros y permaneció hasta 2024. Tuve más horas con él que con papá porque mi viejo falleció hace diez años” y “Pachanga” siguió acompañándolo.
Lo recuerda como “el tutor del taller, el manual de consultas permanente. En conocimiento de repuestos, tenía la precisa debida a su experiencia. Trabajó con Quique Urrutia, en el equipo de Cocho López en Buenos Aires. Es una persona muy capaz, muy comprometida con su trabajo, nunca iba a llegar a las 8:05, siempre estaba cinco minutos a antes. Ponerse la camiseta donde uno trabaja es fundamental. Y a eso hay que valorarlo”.
Tan difícil es encontrar con quien trabajar, que ahora tiene un solo secretario, Fernando, que lo acompaña durante la mañana.
Los últimos autos a los que Don Martín le puso “mucha pasión” fueron el Renault 18 de Gonzalo Herger (Rally) y el Falcon de Walterio Kubsch (Misionero de Pista).