En esta nueva columna de Palabras de Vida quiero partir de una premisa: las cuestiones vinculadas a la fe son parte de la cultura de los pueblos. Por eso, es tan amplio el abanico de posturas y mensajes, muchas veces encontrados y contradictorios.
Personalmente, siempre puse especial atención a los dichos, frases y refranes, porque, a pesar de ser cortas, dicen mucho, y varios se vinculan a la fe.
A propósito, vienen a mi mente algunos, pero dos resuenan con fuerza: “Argentina… no lo entenderías” y “había que creer carajo”, expresando la versión mundialista de esta arista señalada.
Entonces, ¿cómo es posible unificar el mensaje dentro de un horizonte tan amplio? La mejor manera puede ser ponerlo en principios.
Así como la ley de gravedad es un principio físico que establece básicamente la fuerza de atracción entre dos objetos y opera igual sin importar el lugar geográfico donde estemos, así también el mensaje de la palabra de Dios (la Biblia) tiene principios espirituales que son claves para acercarnos, conocerlo y tener un encuentro con Él.
El abordaje de la palabra de Dios de esta manera se convierte realmente en algo apasionante. Sin embargo, los preceptos de la religión no siempre los representan. Dios es trino en su naturaleza: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y a la vez, los tres siempre fueron, son y serán uno.
El apóstol Juan lo expresa así en el evangelio que lleva su nombre: “… en el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios…”.
Juan se refiere al Verbo como el logos, como la expresión divina, como la palabra de Dios que rompió el silencio de la eternidad para crear todo lo creado por el poder de su declaración: Dios dijo y fue hecho.
Esa expresión de la Trinidad de Dios que está escrita con mayúsculas como “Verbo”, se refiere a Jesús.
Juan agrega luego: “… aquel Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad”.
Estimado lector, Jesucristo es la expresión viva del amor de Dios. De tal manera nos amó que se dio a sí mismo (dio a su hijo Jesucristo para que todo aquel que en Él crea no se pierda, más tenga vida eterna).
La gracia de Dios es amor, perdón, oportunidad, restauración, salvación y vida eterna. Entonces, ¡que nuestra búsqueda sea personal, apasionada e intensa!
Que trascienda los preceptos de la religión y esté siempre amparada en los principios espirituales del eterno e incomparable mensaje de amor sembrado por aquel que fue, es y será la expresión viva del amor de Dios.
Por Pablo Daniel Seró
Pastor
cielosabiertosposadas.org