Hay personas que permanecen en el corazón y la memoria de su pueblo, que se convierten en parte de la esencia misma de la comunidad, en un legado que trasciende el tiempo y el espacio. Y así será con Julio Dominico, “Gringo”, para los apostoleños. Dominico falleció el martes pasado, a los 82 años. Pero estará siempre en cada rincón en el que, por su oficio de pintor o su afán de sentirse siempre útil, alguna vez dejó su huella, como el fútbol o en la iglesia San Pedro y San Pablo, hazaña con la que su recuerdo será inmortalizado.
Sí, proeza de la que pasaron ya cuatro décadas y muchos, al mirar el campanario de la iglesia aún lo ven allí. Corría el año 1985. Eran otros tiempos. Las herramientas eran precarias y todo se subsanaba con coraje. Por entonces, el recordado padre Francisco era el párroco responsable y a él se acercó Dominico con, más que una inquietud, una orden, había que pintar el templo, que llevaba tiempo sin mantenimiento.
Entonces surgieron los interrogantes. El campanario, construido entre 1950 y 1953, tiene una altura de 45 metros, cómo alcanzarlos. “Por entonces no había muchas formas de llegar tan arriba, era lo que había y gente corajuda, había más gente con coraje. Hicimos un trabajo a conciencia”, recordó alguna vez y contó que “con un tambor con arena fui armando el andamio desde abajo, dos caños gruesos y eucaliptus firmes, así se cruzó de punta a punta la iglesia. No se movía para nada. El problema fue desarmar, porque se podían caer de golpe. Tenía unos hierros que pasaban de lado a lado y una bolsa con arena que sujetaba para estar seguro allá arriba. Quedaba bien firme, aunque sabía que era peligroso. Ahora si uno le dice a alguien llega ahí de esta forma, no creo que lo haga, te pide un helicóptero”.
“¡La gente piensa que estás loco Dominico!”, le repetía el sacerdote, pero -con la ayuda de dos personas- pintó su querida “San Pedro y San Pablo”. “Fue un esfuerzo tremendo. Me llevó treinta días hacer el andamio y quince días más pintar todo”, confesó alguna vez y entendió que “la comunidad colaboraba mucho y se ayudaban entre todos. Lo más difícil y que demandó más tiempo fue la construcción del andamio. Los eucaliptus me los regalaba la comunidad. Donaba la gente conocida, los colonos… Y yo tenía el permiso de sacar lo que necesitaba. En ese tiempo la ayuda provenía más de la comunidad, no había casi apoyo de la Municipalidad”.
Pero hubo más, dedicó mucho tiempo de su vida a la iglesia, al ser ordenado como “acólito”, función para la que se preparó durante más de doce años en las escuelas del ministerio laical, estudiando todos los sábados en Posadas u Oberá, y que ejerció por tres décadas.
Guardián de la historia
En 2017, Dominico entregó al municipio documentos de gran valor histórico que estuvieron al resguardo de su familia, un acontecimiento que el historiador Esteban Snihur consideró como “el hecho cultural del año”, pues algunos se remontaban al año 1868, previo a la llegada de los primeros inmigrantes.
En la documentación, que estuvo protegida por la familia Dominico y la entregó al gobierno municipal, que desde entonces pasó a ser custodio del archivo, existen registros anteriores a la llegada del contingente de inmigrantes ucranianos y polacos a la región; de su arribo a la ciudad; planos de la Colonia Apóstoles, archivos y expedientes del Ministerio de Agricultura de la Nación, posesiones de tierras, pagos de impuestos, etc.
Documentos de tal valor histórico que Esteban Snihur entendió su cesión como “un hecho cultural importantísimo para Apóstoles”, puesto que con ella se recupera y da a conocer al público documentación que formó parte del archivo de la Administración de la Colonia de Apóstoles, que estuvo a cargo en su momento del conde José Bialotosky, pasando luego a la Municipalidad y que estuvieron a punto de perderse en la década del 70, cuando fueron descartados como papeles viejos y Dominico tuvo el gesto de resguardarlos.
El historiador destacó que con su recuperación se conocieron hechos interesantes sobre la llegada de los primeros colonos, sus historias de vida e, incluso, sobre la etapa previa a la llegada de los colonos, “si uno mira la documentación, esta habla de un Apóstoles que existió antes de la llegada los inmigrantes, una ciudad que tenía vida, con una importante población de paraguayos, brasileños y otros, asentados en esta zona con mucha actividad económica”, reflexionó en aquel momento.
Información que “nos enriquece porque recuperamos parte de nuestro pasado, afirmando nuestra identidad con una comunidad que tiene un pasado muy rico, más del que nosotros creemos, que se enraíza en una época que va mucho más allá de la llegada del primer grupo de inmigrantes ucranios y polacos, esta documentación no solo aporta a nuestra historia sino a todo lo que es la historia de nuestra provincia con el inicio del desarrollo poblacional y económico de lo que hoy es la provincia de misiones, allí está su valor”.
Y sí, por estas y muchas acciones, estará siempre presente, porque las personas como Dominico, “el Gringo”, no mueren nunca, su espíritu se refleja en las tradiciones que ayudaron a construir, en las causas que defendieron y en los valores que transmitieron. Son como faros que continúan guiando, como raíces que sostienen y nutren a su comunidad. Su legado es un recordatorio de que la verdadera inmortalidad no está en los años vividos, sino en el impacto que se deja en los demás. Y esa es la verdadera esencia de la eternidad: vivir en el corazón de los que amamos y en la historia de los lugares que tocamos.