PALABRAS DE VIDA
Por Pablo Daniel Seró
Pastor
cielosabiertosposadas.org
Conocer la historia nos permite entender el pasado, comprender el presente y proyectarnos hacia el futuro. Es llamativo cómo los avances de la ciencia y la tecnología, sumados al vivo interés y necesidad naturales de conocer las raíces y genealogía, han permitido reconstruir casi con rigor científico las historias familiares y, por extensión, las raíces socioculturales de las naciones.
Dentro de todo ese proceso casi siempre se toma el contexto de las creencias como un elemento distintivo que hace a la identidad compartida, generando así un estereotipo que separa en lugar de una realidad que es transcultural.
Las fiestas y celebraciones no escapan a esta realidad mencionada, es por eso que casi nunca se suele decir en esta época del año, próxima a la Pascua, la famosa frase “felices fiestas”, que sí se usa masivamente para los saludos prenavideños y de fin de año. Sabiendo que navegar por estas aguas de las creencias y la fe pueden volverse una tarea difícil y hasta caer en zonas de tempestades, quiero proponer un abordaje integrador a través del diseño divino expresado en el manual del fabricante, la Biblia.
Para la gran mayoría de las personas la Pascua es un feriado más, sinónimo de tiempo libre, viajes, esparcimiento, mate, roscas dulces, huevos de chocolate, comidas alternativas frente a la prohibición de comer carne.
Todo lo anterior incluido en un bagaje de costumbres relacionadas a la religión que muchos guardan con una actitud penitente, contraria a un festejo y celebración, bajo una atmósfera de luto y culpabilidad.
El Antiguo Testamento nos presenta con lujos de detalles el anuncio y realización de la primera Pascua. Esta encierra en sí misma un mensaje muy profundo y altamente inclusivo para usar términos actuales. Podemos decir que el espíritu de la Pascua, lo esencial, es amor, perdón y libertad. Dios, dentro de sus multifacéticos roles como Padre, instituyó esta celebración. Con coordenadas bien concretas que no hicieron más que confirmar sus prioridades que deberían ser siempre las nuestras. El escenario de la primera Pascua nos presenta una mesa, la familia reunida para una cena especial, de comida un cordero asado al fuego, hiervas amargas y panes sin levadura. El mandato era comer a prisa y con los calzados puestos prontos a salir.
Intentando no ser muy extenso, quiero señalar detalles claves y simbólicos de esa primera Pascua que tienen que ver con vos y conmigo hoy. Con la sangre del cordero que iban a comer debían marcar los postes y dinteles de las casas. La sangre sería por “señal” para asegurar la libertad de las familias que saldrían de Egipto donde estaban cautivos, para celebrarle fiesta a Dios en el desierto.
Por mandato divino, el pueblo judío celebraría año a año la Pascua con poca o ninguna revelación, recordando de donde los sacó Dios, nada más hasta el momento histórico para toda la humanidad, cuando se comenzó a escuchar que el niño del pesebre, el hijo del carpintero, ahora con 33 años fue reconocido por Juan el bautista como el cordero de Dios que quita los pecados del mundo.
A partir de ahí la Biblia nos presenta un escenario de “cumplimiento” de aquel “simbólico” de la primera Pascua. Vemos una mesa servida, Jesús con los doce Apóstoles y Él. Mientras comían tomó el pan, lo bendijo y lo dio a sus discípulos diciendo: “Tomad comed esto es mi cuerpo que por vosotros es dado”. De igual manera, después de haber cenado, tomó la copa diciendo: “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre que por vosotros se derrama”.
Estimado lector en este punto de inflexión del relato es donde comienza a “revelarse” el verdadero concepto de la Pascua, la fiesta del perdón y la libertad, por lo cual te invito a acompañarme, en la siguiente entrega de Palabras de Vida que será el domingo de Pascua.