Feriantes de la avenida Japón, en la vecina Encarnación, expresaron su dolor e impotencia por la pérdida de Hermelinda Báez (55) y su nieta Montserrat Brítez (15), fallecidas en el derrumbe del edificio en construcción, en la noche del miércoles 2, mientras intentaban resguardarse del mal tiempo. Ambas eran feriantes conocidas en la zona donde ocurrió la tragedia. Vendían comida a una cuadra de la edificación que colapsó. Su muerte dejó una herida profunda entre los demás trabajadores del sitio. Victoriano Ojeda, feriante desde hace más de dos décadas, recordó con tristeza a su compañera. “Fue un golpe grande. Hermelinda era una mujer trabajadora, luchadora, que nunca molestaba a nadie. Solo quería ganarse el pan de cada día”, dijo al Canal GEN.
Los feriantes, acostumbrados a dormir sobre cartones y a resguardar su mercadería por miedo a los robos, sienten que la tragedia podría haberle golpeado a cualquiera. Abuela y nieta solían instalarse en la feria y muchas veces se quedaban a dormir en el lugar. “Ella no siempre podía volver a su casa, en Capitán Miranda, porque no tenía colectivos. Algunas veces se quedaba a dormir acá (en la feria). Yo duermo acá en el piso porque no podemos dejar nuestras mercaderías, no podemos pagar un hotel”, relató. Montserrat, que acompañaba a su abuela desde hace algunos meses, también era muy querida por todos.
Margarita Gómez, que trabaja en un puesto de comida, expresó su dolor y sorpresa al enterarse de lo sucedido. “Hermelinda era una persona muy querida por todos. De lunes a viernes desde las 4, ella y su nieta preparaban el desayuno y el almuerzo para los trabajadores de la zona”, recordó a Mas Encarnación. Añadió que su lugar de trabajo “está ahora vacío y desolado. Todos sentimos un gran dolor, ya que ella era una persona amable, generosa y siempre dispuesta a ayudar a los demás”.
Quienes trabajan sobre la avenida Japón y los que residen en el barrio San Roque se unieron en este difícil momento para brindar su apoyo a la familia de las víctimas. Enviaron sus condolencias y prometieron recordarlas con cariño por su bondad y dedicación.
Baltazar Ríos, vecino del San Roque, cuya propiedad fue una de las más cercanas al desastre, describió el estruendo como “algo que nunca había escuchado”. Dijo que su esposa “salió a mirar y se encontró con que el edificio ya había caído. El polvo y los escombros invadieron rápidamente toda la cuadra, dejando a los residentes en un estado de shock absoluto”.
“Nunca nos imaginamos que esto podía suceder. No sabíamos qué hacer en el momento”, expresó, aún impactado por lo ocurrido, reflejando la confusión y el miedo que invadió a la comunidad en esos primeros minutos posteriores al derrumbe.
El guardia de seguridad y sereno del hotel en construcción, Roberto Montiel, explicó a los medios locales que la estructura de hormigón ya estaba terminada hace un año, mientras que la mampostería seguía en construcción. Aseguró que nunca notó fisuras ni ruidos extraños antes del colapso. “Siempre me decían que avise si había un ruido o algo, pero nunca se escuchó nada. La pared se estaba haciendo recién”, relató. También señaló que las víctimas solían dormir en un puesto de comidas que tenían sobre la avenida Japón, pero que debido al mal tiempo le pidieron permiso para quedarse en una habitación del edificio. “Me pidieron un favor porque duermen muy incómodos si llueve. Les cedí la llave de una pieza con puerta en la planta baja. Me pidieron el favor y les cedí la llave”, lamentó.
Muchas conjeturas
La tragedia ocurrió el miércoles 2 de abril, cerca de las 22.30, sobre la calle Capitán Molas y avenida Japón. La estructura de ocho pisos, destinada a un hotel, colapsó por causas que las autoridades tratan de establecer.