BUENOS AIRES. No es bueno el estado anímico del niño misionero de ocho años, Sebastián Dávalos, que espera un corazón en el hospital Garrahan mientras sobrevive conectado a un corazón artificial desde agosto del año pasado. Es que en el último mes Sebastián experimentó que sus amigos y compañeros de lucha (Ana, Maia y Renzo) por fin recibieron los corazones que necesitaban para vivir y está convencido que no llegará el órgano para él. Sebastián tiene ocho años y está internado en el Garrahan desde hace un año y ocho meses. En este momento está bajo el cuidado de su hermana Carolina porque su papá, Alberto Dávalos, debió viajar a Posadas hace ya unos días donde el fin de semana pasado participó de un festival para difundir entre los misioneros la importancia de la donación de órganos. “Seba está muy deprimido, llora todo el día. Me dice que se siente muy cansado y quiere volver a Posadas. Está convencido que no llegará a tiempo el corazón para su trasplante. No es fácil contenerlo, no quiere ir ni al sector de juegos”, contó ayer con un hilo de voz su hermana Carolina a PRIMERA EDICIÓN. Pese a que está muy triste, el estado de salud de Seba es bueno y su cuerpo tolera bastante bien la máquina llamada “Berlín” que es un corazón extracorpóreo que reemplaza las funciones del verdadero órgano de Seba que ya no funciona. Conectados En la actualidad, sólo dos niños del Garrahan están conectados a un corazón artificial: Seba desde hace diez meses y Julieta, de tres años, desde hace un mes y medio. Ayer, según contó Carolina, “iban a conectar a otro nene de cinco años”. Son momentos difíciles para esta familia posadeña cuyo jefe de hogar, Alberto Dávalos, se ganó su vida vendiendo Quini 6 hasta que hace dos años diagnosticaron al pequeño Seba una cardiopatía congénita.Operativo para…El papá de Sebastián, Alberto Dávalos, vino a Posadas para hacer un trámite personal y le aflige no poder volver antes de terminarlo. “Yo sé que él me extraña y eso está influyendo en su estado de ánimo, si Dios quiere este lunes podré terminar el trámite y volveré a Buenos Aires de inmediato”, contó ayer a PRIMERA EDICIÓN. No sólo está preocupado por Seba sino también por su hija Carolina, “ella está con Seba durante el día y la noche; eso es agotador no sólo físicamente sino espiritualmente porque se está todo el día encerrado en un hospital”. Hasta hace dos años, la palabra “operativo” no tenía ningún significado para este papá y ahora llora emocionado al pensar en el tan esperado “operativo para Sebastián”. Estas son las palabras que esta familia escucharán el día (y ojalá sea pronto) que el Incucai ablacione un corazón compatible para él. Alberto contó también que se vive cada “operativo” en el sector donde esta junto a su hijo en el Garrahan. “Uno trata de controlar las expectativas y frustraciones que genera cada operativo… pero tarde o temprano Seba se entera que el corazón era para uno de sus amiguitos. Él se pone contento por ellos pero por su cabecita pasan muchas cosas. A veces, desde el box donde estamos escuchamos llantos y gritos y no siempre son por buenas noticias. Me acuerdo cuando llegó el corazón para Maia (quien estuvo conectada dos años y fue trasplantada a mediados de mayo) su mamá gritaba y yo pensé lo peor. Cerré puertas y ventanas porque tenía miedo que se despertara Seba, recién al día siguiente me enteré que eran gritos de alegría. Maia tuvo una complicación (ataque cerebral) durante la cirugía pero ahora se está recuperando”, contó. También estaba junto a su hijo cuando llegó el “operativo para Anita”, una nena de dos años, que fue trasplantada los primeros días de mayo con mucho éxito. “Fue mi hija la que estuvo en el operativo para Renzo, en nene de dos años oriundo de Corrientes que fue el último en recibir un trasplante cardíaco en el país. Por lo que nos enteramos en el Garrahan, el corazón implantado aún no funciona como corresponde y lo están asistiendo con una suerte de marcapaso que puede usarse hasta tres días seguidos. Ojalá mejore”, remarcó Alberto. Sebastián pesa 28 kilos y el corazón que puede salvarlo -además de ser compatible con su organismo- debe provenir de un donante que no supere el doble del peso del niño (56), sin importar la edad.
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