VILLA BONITA (Texto: Nicolás Maradona – Fotos: Juan Carlos Marchak). De la noche a la mañana, Villa Bonita se transformó en la capital del dolor. No hay rostro en este pueblo de poco más de 3 mil habitantes que haya escapado a las marcas de la noche más larga. Todas las miradas, gestos y palabras soportan una carga de tristeza incontenible que se pesa de a toneladas.“Pueblo chico, dolor grande”, le explica un vecino a PRIMERA EDICIÓN en medio de la marea humana que se acercó ayer por la mañana al salón municipal local para despedir los restos de Miguel Ángel Miranda (55), Hugo Arturo Franco (33), Luis Ángel Godoy (33) y Diego Edgar Ferreyra (17), cuatro de los cinco tareferos que perdieron la vida el último lunes por la tarde tras el vuelco del camión que los llevaba a una plantación de yerba mate.Junto con Fabián Maximiliano Da Silva (25), que también ayer fue despedido en Jardín América, los cinco nombres se convirtieron en víctimas de la mayor tragedia de este tipo registrada en Misiones, que tuvo varios antecedentes y que sin dudas pudo haberse evitado.Futuro inconcluso“El empezó hace poco. Acá no hay trabajo y el quería su platita para comprarse su comida y sus cosas”, cuenta Bertolín Ferreyra (55) intentando disimular el dolor por la muerte de su hijo Diego.El adolescente pagó caro su derecho a progresar en un pueblo donde la única salida laboral después de la escuela son los yerbales. Muchos, todavía niños, se ven obligados a abandonar el pupitre para aportar a la necesitada economía familiar.Diego no hizo más que eso, detrás de los pasos de su padre. “Yo también laburo tarefeando con otro de mis hijos, pero sólo alcanza para comer, pagar la luz y el agua”, explica con los ojos cansados, incrédulo al ver ahora a su hijo sin vida en un cajón de madera.El destino quiso que el menor abordara el camión Ford F-7.000 de la tragedia el último lunes alrededor de las 6.30. “Lo pasaron a buscar y se fue. Nosotros acá nos enteramos a eso de las 15.30. Una de mis hijas salió corriendo a la comisaría cuando le avisaron. Cuando volvió recién me dijo lo que había pasado”, recordó Bertolín sobre el inicio de una odisea que lo llevó hasta el lugar del hecho y que lo reencontró con su hijo ya entrada la noche: “nos avisaron que estaba en Oberá, en terapia intensiva, pero cuando llegamos ya estaba en sus últimos minutos. Enseguida se dieron cuenta de que no había más salvación y a la hora se nos murió”.Ferreyra hace malabares para parar la olla desde hace años, a tiempo compartido entre yerbales y “changas” de albañilería. Durante varias décadas viajó bajo las mismas condiciones a ‘la campaña’, aunque la muerte de su hijo lo marcó para siempre. “De ahora en adelante, si yo veo un ‘fulano’ con gente arriba, no sé dónde, pero voy a correr a denunciarlo. Y si acá no se puede hacer nada, voy a correr hasta Oberá. Esto no puede volver a pasar”, se repite una y otra vez con sabor a culpa, como si ellos, los que desde su pobreza sostienen el oneroso mercado yerbatero, fueran los verdaderos responsables de la tragedia.Una familia destruidaLa tragedia hundió en el pozo más profundo a Villa Bonita, en particular a los vecinos del barrio Evita, de donde eran prácticamente todas las víctimas, pero por sobre todo a la familia Miranda.“Yo soy hija de Miguel Ángel Miranda y hermana de Hugo Arturo Franco”, se presenta con lágrimas en los ojos Andrea Soledad. Tiene 19 años y perdió de un plumazo a su padre y a uno de sus hermanos, que lleva el apellido de su madre.“Nosotros nos enteramos por la radio lo que había pasado”, aclara la joven, que cuenta que desde ese momento tuvo el peor pálpito, hasta que una vecina le confirmó que era el camión que había salido del pueblo.La del lunes no fue la primera vez que Andrea vio partir a su papá hacia la tarefa. Sin embargo, fue recién la tercera oportunidad en la que lo vio salir de casa acompañado de su hermano, que apenas se acomodaba en el oficio cuando lo sorprendió la muerte.La tragedia familiar se completa con otros dos sobrinos y el marido de una sobrina que hasta anoche permanecían internados en Posadas bajo tratamiento médico. “Lo único que tengo para decir es que la vida de mi papá y de mi hermano no me la va a devolver nadie, nunca más. Por eso pedimos que esto no vuelva a pasar. Nada más, no tengo más palabras”, finaliza la muchacha, que como toda familia de tareferos parece acostumbrada a los golpes de la vida.“La del tarefero es una vida muy sacrificada”, repiten una y otra vez en la capilla ardiente improvisada en el salón municipal, como intentando encontrar consuelo, los vecinos de Villa Bonita. Y todos hablan desde la experiencia: de los 3 mil habitantes del pueblo, por lo menos el 80% se gana la vida en los yerbales, en “cuadrillas” que se arriesgan todos los días al salir al camino.Ayer, no obstante, fue la excepción. Los yerbales permanecieron vacíos y los tareferos acompañaron por la tarde hasta el cementerio a sus compañeros. En el camposanto se vivieron momentos de extrema congoja. Pero la vida sigue y en Villa Bonita nadie cree que algo vaya a cambiar después de las cinco muertes. Apuestan a que seguirá siendo como siempre, como desde hace siglos. Selva. Noche. Luna. Y, quizás ahora más que nunca, pena en el yerbal. “Nadie quiere mandar a los hijos a tarefear, pero la plata no alcanza”Es la voz de muchos, quizás de todos. Por eso tiene fuerza. Y por eso también, el que habla prefiere mantenerse en el anonimato para no sufrir represalias el día de mañana.“Nadie quiere mandar a los hijos a tarefear, pero la plata no alcanza. Es poco lo que cobramos y no se cumple con el precio que se acordó en un momento”, le contó a este diario uno de los presentes en el salón municipal.El siniestro que se cobró la vida de cinco personas desnudó una realidad que muchos en la capital provincial intentan ocultar: por necesidad, el trabajo infantil es una constante en el interior provincial.“No nos alcanza para vivir, entonces muchos están obligados a mandar a sus hijos a tarefear para no pasar hambre”, explicó, entre el dolor y la bronca.“Se llenan la boca hablando y dicen que el precio por tonelada de hoja verde es de 434 pesos, pero acá apenas si nos pagan 320, y nadie controla nada. Así es imposible vivir”, finalizó el hombre. Infierno: “¡Mami,no me quiero morir!Las imágenes que Omar Fernández Olivera (24) guarda en su re
tina no serán fáciles de olvidar. Junto a ellas, los gritos desesperados de las víctimas conforman una película de horror que junto a sus compañeros de trabajo debió presenciar en la tarde del último lunes.El joven es uno de los 25 obreros que trabajan en la pavimentación de la ruta provincial 220, a metros del acceso al Parque Salto Encantado, donde despistó y volcó el camión en el que viajaban los tareferos.“Estábamos trabajando y escuchamos que el camión venía a toda velocidad. Cuando miramos, ya le había cruzado a otro camión que también venía. Llegó hasta acá, en el bajo, hizo un trompo y desparramó gente por todos lados. Pegó contra el árbol y le dejó esa marca”, le dice a este diario Fernández Olivera, y señala las marcas en el tronco, que lo dicen todo.Fue cerca de las 14 del último lunes que el Ford F-7.000 perdió el control y tumbó sobre dicha arteria, a poco menos de 600 metros del acceso al parque y a unos 3 kilómetros del cruce con la ruta nacional 14.“Ahí vinimos todos a ayudar. Era un griterío, muchos gemidos, pedían socorro, que los ayudemos” recuerda el joven, quien recuerda dos gritos desesperados que lo azotan cada vez que intenta descansar.“Uno gritaba ‘¡Mami, no me quiero morir!, era un gurisito. Otro pedía para ver a su hermano. Era un infierno, en ese momento uno no sabe bien qué hacer”, graficó Fernández Olivera a un costado de donde chocó el camión, donde todavía ayer había restos de madera, chapa y bolsas de alimento que los tareferos llevaban para la “campaña” en el yerbal.El empleado de la firma Iecsa contó también que cinco de sus compañeros trabajaban a un costado de la pendiente -muy pronunciada y de por lo menos 200 metros de extensión- y que se salvaron de milagro.Por último, aseguró que el camión circulaba a una velocidad de “entre 80 y 100 kilómetros por hora” cuando impactó contra el árbol y volcó. “Me salvé de milagro; salté cuando volcaba”Con apenas 17 años, Víctor Fabián Urig ya tiene motivos suficientes como para desdoblar la fecha de su cumpleaños. El último lunes el adolescente formaba parte de la cuadrilla de tareferos que viajaba hasta una chacra de Paraje Cerro Moreno cuando el camión que los transportaba se despistó y volcó en Villa Salto Encantado, provocando la muerte de cinco de ellos.En medio de la carrera infernal hacia la muerte, Urig se aferró a sus reflejos y en el último segundo logró saltar al vacío desde el camión. Aunque sufrió lesiones graves, logró salvar su vida.“El camión no pudo frenar. Salté cuando iba volcando y me salvé por eso. Mis compañeros no tuvieron la misma suerte y murieron”, le relató Víctor a PRIMERA EDICIÓN, todavía conmocionado por ser uno de los sobrevivientes de la tragedia.El joven contó que habían salido a las 8 de la mañana del lunes y tenían pensado quedarse dos semanas en el yerbal para trabajar.Pese a su corta edad, Urig aseguró que “hace mucho” que trabaja como tarefero, aunque nunca había vivido una situación de estas características.“Yo solamente me quebré el brazo izquierdo. Es un milagro y únicamente hay que agradecerle a Dios. Ahora sólo pienso en mi hermano, que tiene 14 y está internado en Posadas”, contó el menor de edad, quien confió que pese a que estuvo a segundos de perder la vida piensa en recuperarse y volver a trabajar en los yerbales.
Discussion about this post