POSADAS. Entre cirugías y postoperatorios, uno de los momentos más difíciles que debió enfrentar Patricia en estos últimos seis meses no tuvo lugar en un quirófano, sino en el mismo escenario donde comenzó su pesadilla. Fue hace varios días, quizás semanas. No recuerda con exactitud la fecha, aunque sí ese frío en la espalda que la paralizó por algunos segundos. Fue como regresar en el tiempo a las 2 de la mañana del viernes 14 de febrero.“Al principio sentí miedo, impotencia, una mezcla de sensaciones difícil de describir. Temor por todo lo que pasó, pero también bronca por todos los que tenían que haber hecho algo y no hicieron nada”, admite ahora, mucho más tranquila, en la sala de su casa mientras conversa con PRIMERA EDICIÓN. Nada ni nadie podrá devolverle a ella lo que perdió en manos de vándalos anónimos. Pero tampoco nadie podrá quitarle ahora su principal meta: pese a todo, volver a hacer su vida.Seis meses pasaron desde que la ciudad y la provincia se conmocionaron por la noticia que la tuvo como protagonista. Ella es la mujer que perdió el ojo derecho al recibir un piedrazo mientras circulaba en automóvil junto a sus hijos por el Acceso Sur de Posadas. El drama le cambió la vida a ella y su familia. Pasaron por momentos difíciles, tanto anímicos como de salud. Hasta económicos. Pero Patricia no da el brazo a torcer y ahora lanza con firmeza su declaración de principios: “esto no me va a frenar y voy a salir adelante con mi parte y con toda la fe puesta en Dios”.Semestre difícilDel hecho ya pasaron más de seis meses. En un principio los medios se hicieron eco de su situación, hasta que la realidad diaria dejó atrás el caso y entonces desapareció de la notoriedad pública. Pero Patricia, Andrés –su esposo- y sus hijos continuaron con una pesadilla que se prolongó en el tiempo.El hecho marcó un antes y un después para los Correa. “Primero sentimos mucha bronca, pero con el trajín de ir y venir a Buenos Aires por el tratamiento, nos olvidamos un poco en sí de lo que fue la agresión, porque uno pone su energía en la recuperación de ella. Y ahí uno se aferra a la fe, porque ella tiene el testimonio de que Dios hizo algo increíble en su vida”, cuenta Andrés. Se refiere a que su mujer estuvo a centímetros de perder la vida. Pero también a una cuestión mucho más profunda. “Uno vive acelerado y esto nos dio un parate para que valoremos lo que tenemos enfrente todos los días y no lo vemos hasta que pasa”, explica el hombre.Bronca, dolor, incertidumbre. Fue un semestre que la familia no olvidará nunca. Pero de a poco comienza a recuperarse, en buena parte gracias a la fuerza que le imprime Patricia al día a día. No baja los brazos y promete regresar a su rutina, al kiosco que había inaugurado días antes del hecho en avenida Las Américas de Garupá. “Yo pienso volver a trabajar, esto no me va a frenar”, repite con ímpetu y aclara: “pienso que las cosas pasan, pero uno no tiene porqué quedar estancado, hay que tratar de salir adelante con los problemas y dificultades que uno tenga. No dejarse estar. Salir adelante”.Patricia decidió pararse frente a la adversidad y enfrentarla. Prometió ganarle. Porque la esperanza va más allá de todo y no entiende de razones. Y tampoco de números: la familia debió vender un automóvil y ya lleva gastados casi 50 mil pesos para costear la parte del tratamiento que no tuvo cobertura de la obra social.Y en ese sentido, los desafíos continúan. “Después de varias operaciones, para diciembre esperamos la última, que será en conjunto entre el doctor del cuello y la cabeza con el especialista en oftalmología, para poder poner una prótesis y corregir lesiones óseas. Los médicos ya nos dijeron que ‘vayamos viendo’ porque la obra social no cubre esa operación, que es bastante cara”, explica Andrés, que aún no sabe cómo harán para juntar ese dinero. “Económicamente nos estamos recuperando un poco recién ahora, pero no fue fácil”, admite el trabajador radial.En el camino los Correa se toparon con todo tipo de personas. Hubo quienes se hicieron a un lado cuando fueron por ayuda, los que se excusaron o directamente no atendieron. Pero también, afortunadamente, de los otros. Algún jefe, varios amigos y otras dos o tres personas están en ese grupo. También, por ejemplo, el propietario del local donde funciona el maxikiosco de Patricia. “El hombre conoció el caso por los medios y hace unos tres meses me propuso de buena voluntad no cobrarnos el alquiler por un tiempo, ‘aguantar’, porque no cerraban los números”, señala Andrés, que agradece esos y otros tantos gestos que recibió de ese grupo de personas. Para ellos, cada una de esas acciones significa mucho por estas horas.Con el apoyo de su esposo, sus hijos y el resto de la familia, lentamente Patricia vuelve por estos días a su rutina. Los médicos le advirtieron que no iba a ser fácil y que tenía que tomarlo con calma. PRIMERA EDICIÓN casualmente la visitó el mismo día que volvió a cocinar ‘de en serio’ después de seis meses. “Yo sé que tengo que tener cuidado, porque el otro día comencé a fritar milanesas y afortunadamente me corrí, porque sin querer tiré la sarten con el aceite y todo. Los doctores ya me habían dicho que esas cosas iban a suceder, que no tenía que ponerme nerviosa, pero despacito y con la mejor voluntad; yo no voy a dejar de hacer”, lanza Patricia y deja un mensaje para todos. Las cosas pasan y hay que hacerle frente de la mejor manera.El caso de Patricia fue paradigmático y marcó a la sociedad, porque hasta ese momento el vandalismo que se registra en la zona del Acceso Sur había dejado muchos daños materiales pero ninguna víctima. El efecto fue inmediato, pero duró apenas semanas: los ataques continúan en la zona, principalmente de noche, amparados en que la Policía dejó de hacer presencia en la zona.“Sigue pasando lo mismo. Tenemos varios vecinos de Garupá que sufrieron la rotura de vidrios”, cuenta Patricia. El último fue esta semana y salió publicado en varios medios. Sin embargo, muchos ya no denuncian. Es que la gente tiene esa sensación de que atrapar a los vándalos es imposible, de que ni todos los recursos del Estado permitirán dar con ellos. “Jamás hubo detenidos ni información. Yo no fui más a hablar con nadie porque me parece una pérdida de tiempo”,
se lamenta Andrés. Todo quedó en la nada: los culpables siguen libres, los ataques continúan y, en síntesis, la zona es “tierra de nadie”. Pareciera que los responsables estuvieran esperando que vuelva a suceder algo similar para actuar.Ante esa situación, muchos de los que utilizan la carretera a diario optan por regresar a casa de noche por el viejo acceso, por la ex ruta nacional 12. “De día nos animamos, pero de noche ya no. La otra vez yo venía solo y llegué hasta la rotonda de Tierra del Fuego y casi me mandé, pero lo pensé bien y dije ‘no’, porque te queda esa sensación de que en cualquier momento puede volver a pasar”, cuenta Andrés. A su lado, Patricia vuelve a sentir esa impotencia que muchas veces la domina. “Tenés esa obra que agiliza mucho todo y no la podés ocupar por culpa de algunos inadaptados, es una lástima”, dice. Sus palabras reflejan la opinión de los vecinos de Garupá, Candelaria, Santa Helena y otros tantos barrios y localidades que utilizan el Acceso para llegar a Posadas. La gente tiene miedo.Sin embargo, pese a todo, Patricia saca fuerzas desde lo más profundo y pelea todos los días por seguir adelante, desde que se levanta para hacer las tareas de la casa hasta que se acuesta, pidiéndole a Dios que le de fuerzas para no bajar los brazos. “Tengo plena confianza en que voy a volver a trabajar y a la rutina diaria. Sé que no va a ser fácil, pero tengo el apoyo de todos los que están conmigo y mucha fe en Dios. Eso es suficiente”, dice con alivio, seis meses después de la peor noche. A un costado, Andrés la mira y sonríe. Lo peor ya pasó. Ahora queda pelearla.
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