POSADAS (Por Gisela Fernández). Cuando se estrenó, en 1983, el edificio de cuatro pisos donde funcionan la Escuela 43, el Neni 2002 y la Escuela de Adultos 8 era impresionante. Por razones muy distintas, 31 años después, este edificio impresiona por su nivel de deterioro, humedad y óxido. PRIMERA EDICIÓN recorrió este viernes los cuatro pisos de esta construcción diseñada por el ex presidente del Consejo General de Educación, el arquitecto Fernando Dasso. No hay ninguna pared que no tenga las marcas de la humedad. El moho se puede apreciar según su intensidad y antigüedad. En algunas paredes el agua cae como cortina cada vez que llueve, en otras ingresa sin permiso por las ventanas sin vidrios, con los marcos tan herrumbrados que no son capaces de tolerar los tornillos que otrora los contenía. Ya no queda en esta escuela madera que no esté podrida ni metal que no se haya dejado vencer por el agua. Los pisos tienen agujeros y, algunos, están llenos de agua en mal estado. Cataratas internas “Cuando llueve más o menos intensamente no sabemos dónde meternos con los chicos, las escaleras se transforman en cataratas y a los pocos minutos se inundan los baños y las aulas”, describió la maestra de cuarto grado, Norma Portillo. “En vez de escurrirse, el agua brota por los desagües del patio, como si fueran fuentes… a los pocos minutos de comenzar a llover el patio se transforma en una piscina”, relataron los docentes. Pero el agua tampoco se va cuando cesa la lluvia, “durante días sigue brotando y chorreando de los techos, las paredes… y del piso, porque aparentemente, la escuela está construida sobre una vertiente”, contaron. Desprendimientos La consecuencia de la permanente filtración de agua supera ampliamente lo estético. Hace años que la humedad ganó la batalla al cemento que se fue desprendiendo, dejando al descubierto en muchos sectores del edificio, los hierros oxidados y corroídos de las columnas y vigas. Hace dos meses, se desmoronó un sector del techo del segundo piso “escuchamos el ruido y vimos los pedazos de cemento en el piso. Gracias a Dios no había alumnos ni docentes en ese ángulo del pasillo”, contó la maestra de tercero cuyo grado está al lado de ese pasillo. Mire donde se mire, la sensación es que la Escuela 43 puede derrumbarse en cualquier momento o los artefactos de luz desprenderse de los humedecidos techos. No parece un lugar seguro para estar un rato y mucho menos para recibir a cientos de niños que estudian allí durante cuatro horas de lunes a viernes. Difícilmente, haya entre los alumnos un hijo o sobrino de un funcionario del Ministerio de Educación o del Consejo General de Educación (CGE).Las autoridades de Educación conocen muy bien esta situación porque desde hace años que las directoras de las tres instituciones que comparten este edificio acumulan pedidos para su refacción integral. “En 2009, cuando la Escuela 43 festejó sus 100 años teníamos la esperanza… ahora la Escuela de Adultos 8 cumple 50 y seguimos con el mismo problema que, con los años, se agudiza más”, confiaron los docentes. El proyecto para reparar el edificio ya estaría aprobado hace tiempo pero, por razones desconocidas, la obra no inicia. “No queremos que nos pinten las paredes y se vayan… es necesario que arreglen las causas que generan las goteras, las filtraciones de humedad, la falta de desagüe, el desborde casi cotidiano de la cloaca…”, enumeraron. Riesgo real En 2008 un ventilador cayó sobre una docente y un alumno. Al alumno le provocó un chichón y a la docente le generó la pérdida del 90% de la visión en el ojo derecho (ver “El ventilador se me vino encima”). En esta misma aula y ante la mirada atónita de esta misma docente, Ana Rousseau, y sus alumnos de tercer grado, se desplomó hace tres semanas atrás el tubo fluorescente. “Acabábamos de salir del grado y los chicos estaban formándose en el pasillo cuando cayó el artefacto y el vidrio del foco saltó por todo el salón, saqué fotos de todo con mi celular”, contó la docente y señaló que hace una semana vinieron a reparar esa luz y una pared de la Biblioteca que se electrificaba. En 2008, tras la caída del ventilador, el CGE mandó a poner cadenas en todos estos artefactos para evitar otro accidente similar. Ojalá ningún alumno o docente tenga que sufrir otro accidente para que el gobierno decida ocuparse de reparar esta deteriorada construcción. “A este agujero lo tapamos con una madera para evitar caídas… y por el mal olor”, contó la docente de séptimo grado, mientras mostraba un hueco del tamaño de dos baldosas lleno de un líquido oscuro y oloroso. “Mi colega de la mañana se cayó y se lastimó el hombro y la rodilla, esto ocurrió hace un par de semanas”, detalló. Gastos e ingresos En un sótano inundado, la comunidad educativa del Neni y la Escuela 43 guardan los materiales para reciclar (plásticos, cartones y papeles) que venden para juntar el único fondo con el que cuentan para atender las necesidades más urgentes: servicio de emergencia de salud (1.200 pesos), personal de servicio porque quedaron sin portero desde que éste se jubiló (1.500 pesos), los gastos de reparación de la bomba de agua que deja de funcionar cada dos por tres y deja sin el líquido vital a toda la escuela, los bidones de agua que compran para tomar (480 pesos), teléfono (70 pesos) e Internet (210 pesos).“Por mes tenemos un gasto fijo de 3.460 pesos. En este monto no están incluidos los insumos de limpieza, focos, gasoil, pasajes y arreglos varios. Afrontamos todos estos gastos con el dinero que juntamos por vender materiales para reciclar, además de los fondos que recaudamos del kiosco escolar, rifas y otras actividades”, detallaron. La recolección y venta de botellas de plástico comenzó hace ya varios años como un proyecto del Nivel Inicial, “nos ayudó mucho para tomar conciencia y enseñar a los chicos a cuidar el medio ambiente. Pero nos dimos cuenta también que era una manera de generar recursos para que la escuela pueda atender algunas necesidades”, contó la profesora del Nivel Inicial, Graciela Betliemscy. No obstante, el dinero que recaudan a través de la venta de materiales para reciclar no es suficiente para hacer frente al mantenimiento y refacción del edificio educativo. Pese a que está a unos pasos del microcentro posadeño, Ayacucho y Roque Pérez, la mayoría de los alumnos que asisten a la Escuela 43 vienen de barrios más alejados y pertenecen a fami
lias humildes, “incluso tenemos chicos que viven en Garupá. Muchos de nuestros actuales alumnos son hijos o nietos de egresados de esta escuela”, detallaron. En la actualidad, hay unos 120 niños en el Nivel Inicial, cerca de 600 en primaria y mucho más de un centenar en la Escuela de Adultos. Desborde de la cloacaDesde hace semanas, además, la comunidad educativa padece el desborde de la cloaca. “Samsa vino varias veces a solucionar el problema pero, evidentemente, no están encontrando la solución porque en las últimas semanas la cloaca se desbordó cuatro veces y el agua servida llega a los baños y una de las salas del Nivel Inicial; además de la biblioteca”, indicaron la bibliotecaria Aurora Suárez y la profesora del Nivel Inicial Graciela Betliemscy.PRIMERA EDICIÓN corroboró ayer esta situación: las aguas servidas cubrían gran parte de los baños de la planta baja como la sala de 4 y 5 del Nivel Inicial, como la biblioteca de la escuela donde debieron proteger los libros en cajas. Personal de Samsa estaba trabajando cuando llegó a la institución escolar: “esperamos que esta vez realmente hayan encontrado la solución”, expresaron los cansados educadores. “Si no es la cloaca es la lluvia… cuando llueve el patio se llena de agua como una pileta. Cada vez que nos inundamos, les avisamos a los papás para que no traigan a los nenes del Nivel Inicial, no es seguro que estén en aulas cubiertas de aguas servidas”, relataron los maestros que, cada vez que llueve, tienen que dejar sus labores pedagógicas para dedicarse a escurrir y limpiar la escuela. Los problemas de infraestructura escolar no se limitan a las escuelas ranchos. Muchos imponentes edificios escolares están olvidados. “El ventilador se me vino encima”La maestra Ana Rousseau estaba sentada en su escritorio del segundo grado cuando, a fines de 2008, se desprendió el ventilador del techo y cayó sobre ella. “El ventilador se me vino encima… una paleta cayó sobre un alumno y le generó un chichón en la cabeza. A mí un asta me dio en el ojo derecho y me produjo una catarata traumática y glaucoma por el golpe. Tuve que operarme dos veces, estuve un año de licencia. Presenté un reclamo en Infraestructura Escolar e hice una denuncia que presenté en el Consejo General de Educación. Mi expediente quedó cajoneado hasta que contraté un abogado. Yo quería hacerle un juicio al Consejo General de Educación (CGE) pero me dijeron que primero tenía que agotar la instancia administrativa”, recordó.Después de dos operaciones, Ana regresó a la escuela en 2010, “la otra opción era retirarme con el 60% de mi sueldo”, “me bajaron la valoración por la licencia… sufrí un daño y no sólo el CGE no se hizo cargo, sino que volvió a perjudicarme. Ni siquiera el IPS cubrió la lente que mi médico, Guillermo Fascetto, me recetó. El IPS me cubría sólo una lente común, yo tuve que pagar la lente alemana para poder hacerme la operación”.
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