POSADAS. Preparaba el reloj para medir el tiempo y la distancia y salía a correr. Todos los días. Tres kilómetros. Paraba, controlaba el pulso del corazón con la mano derecha en el cuello y los ojos en las agujas del reloj. Todo normal. Descansaba un minuto y volvía a correr. Ese entrenamiento Analía González lo hacía todos los días: su única intención era ingresar a la escuela de Policía. Tanta preparación tuvo sus frutos, hizo el ingreso y ya estaba dentro cuando, en el 2008, una picazón comenzó en todo su cuerpo y nadie sabía decirle qué pasaba exactamente. Los dermatólogos, confundidos, no hallaban crema que la calme. Al tiempo se sumó otro síntoma desconcertante: la fiebre. Empezaba a subir durante la noche y luego se iba así como llegó. Después otro: la tos y los ganglios de la garganta inflamados. Nadie podía dar un diagnóstico con tantos síntomas aparentemente inconexos. Entonces, Analía se tomó licencia en la Escuela de Policía y fue al doctor que la había atendido desde pequeña. Quizá él podía darle una respuesta. “En Posadas no sabían porque buscaban las cosas fáciles, jamás se imaginaban un diagnóstico tan grave. El doctor Francisco Peragallo, en Cerro Azul, que me atendía desde siempre, me mandó a hacer una placa de tórax por la tos y es ahí donde se vio que tenía todos los ganglios inflamados en el mediastino. El doctor se dio cuenta de que era algo más grave”, recordó Analía en una charla con este Diario. ¿Cómo se sigue?El doctor Peragallo no dudó y la internó. “Hicimos una tomografía y me dio posible linfoma de manto. Con esa posibilidad, me sacan un ganglio del cuello y lo mandan a analizar a Corrientes. Tras ese estudio sabemos que no era de manto si no anaplásico de célula T, que es una clase de célula que hay adentro de los glóbulos blancos”, relató la joven que hoy tiene 31 años. Tras ese diagnóstico, la familia armó sus valijas y se fue rumbo a Buenos Aires, directo al Hospital de Clínica, donde comenzó los tratamientos y las primeras sesiones de quimioterapia. “Empezamos con siete sesiones, paraban durante dos meses y hacían una prueba y la enfermedad daba negativo. Dos meses después, volvía a dar positivo y retomábamos la quimioterapia”, aseguró Analía. Esta misma situación se vivió una y otra vez: todo el 2008, todo el 2009, todo el 2010. Entonces, en el 2011, los médicos decidieron hacer un autotrasplante, porque la médula de Analía estaba sana, lo único que tenía problemas era el mediastino. El mecanismo de este tratamiento es mucho más fácil de lo que suena: los médicos le administraron vacunas a Analía que le permitieron generar muchos más glóbulos blancos. Después, sería el cuerpo el encargado de ubicarlos en el lugar que deben estar. Ella estaba en la Fundación Favaloro. “Hacer el trasplante de médula ósea es fácil, lo único que hacen es ponerte un catéter en una vena gruesa del cuerpo, con un suero que tiene la sangre. Esas son células madres que se dirigen al torrente sanguíneo y el cuerpo automáticamente los ubica dentro de la médula. Eso tarda ocho días y a partir de ahí empiezan a crecer y desarrollarse los glóbulos blancos bien formados”, explicó la joven oriunda de Buenos Aires pero que creció en el pequeño pueblo de Olegario Víctor Andrade. Ocho meses después, sufrió otra recaída. Ahí se tomó la decisión de pasar a Analía a la lista de espera del Incucai (Instituto Nacional Central Único Coordinador de Ablación e Implante) para recibir a un donante de médula. “Mientras tanto, yo estaba con quimioterapias muy suaves porque no podíamos hacer una fuerte porque la médula era muy nuevita”. No aparecía un donante 100% compatible. “Pero en ese tiempo, el avance de la medicina fue muy bueno y existía la posibilidad de hacer los trasplantes aploidénticos entre familia y con un 50% de compatibilidad, podían ser madres o hermanos. De ahí salió que mi hermana tenía 50% de compatibilidad conmigo, entonces ella me donó la médula”.Llegó FernandaFernanda Mariela González tiene 32 y es sólo un año mayor que Analía. Es madre de tres hijos y trabaja hace más de diez años en Salud Pública. “Cuando nos enteramos de que necesitaba un trasplante de médula, nos hicieron los estudios de compatibilidad los cuatro hermanos y salió que yo era en un 50% compatible”, relató Fernanda y aseguró “de una, ni lo pensé, yo creo que por cualquier persona lo harías, porque está en tus manos. Es una decisión difícil porque te da miedo, pero no es tan complicado”.Entonces, comenzaron el mismo proceso que con Analía, ya en el Cemic de Buenos Aires. Le hicieron una serie de vacunas para que la médula trabaje y comience a generar mayor cantidad de glóbulos blancos. “Yo estudié, me informé y sabía que tenía dos posibilidades para el trasplante: por via periférica -brazos- o por punción lumbar. Yo iba concientizada de que iba a ser periférico, porque uno siempre teme al dolor. Cuando llegamos, el doctor que la trasplantó me dijo: “no señorita, tiene que ser por punción porque acá no se duda. Esa es la mejor forma para que su hermana esté sana”. Ahora, Fernanda tiene 22 punciones en la médula, once de cada lado. “Cuando te despertás de la intervención pareciera como que estás un poco más débil, pero a las horas pasa”, explicó Fernanda.El trasplante se realizó en manos de los doctores Leandro Riera y Patricio Duarte, del Cemic. Fue el 17 de noviembre de 2014. “De ahí empecé a salir adelante, eliminamos la enfermedad y ya estamos a seis meses, tengo el 100% de la médula de ella porque la mía no se detecta así que vamos bien. Estoy prácticamente sin medicación. Volví el miércoles pasado a Misiones y tengo que ir a Capital la primera semana de julio a control. Estoy re bien”, aseguró Analía.El viernes 21 de mayo fue el cumple 31 de Analía. “El 17 de noviembre va a ser mi segundo cumpleaños”, señaló mientras
planeaba la fiesta de la noche. “Si todo sigue normal, estaría dada de alta a los dos años del trasplante”, dijo al lado de su hermana, su donante, su posibilidad para una nueva vida. Sin palabras, sólo graciasAnalía aprovechó la ocasión para agradecer a todos los que estuvieron relacionados con su recuperación. “Primero a mi familia, que estuvo siempre conmigo; al Banco de Sangre, que nunca dejó de buscar donantes; al equipo médico y enfermeros del Cemic de Buenos Aires, a la Dra. Amalía Devecchi del Hospital Madariaga, al IPS y a la Policía de Misiones, por las licencias que hicieron posible mi recuperación. También a María Rita Nahúm, mi coach, a quien le agradezco las horas de acompañamiento y por darme fe y esperanza. Son personas con energía positiva que me empujaron a la vida”, agradeció.
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