POSADAS. Un posadeño puede pasar toda una tarde compartiendo un mate con su pareja o con sus amigos. Permanecer varias horas paseando por la costanera y acompañando a sus hijitos a cada uno de los juegos que ofrecen sus parques frente al río.El tiempo de dedicado ocio fácilmente puede extenderse si hablamos de un día domingo, un feriado como el de hoy o vacaciones. La experiencia del “caminante de veredas que va de paseo” es en calma, sin apuro, con mate en mano, llevando a sus hijos, el cochecito y los juguetes, mirando una por una las mesas de la feria artesanal. Un paso por segundo, pausado, lento, sin apuro.Pero hay un antes y un después de este paseo en tranquilidad. Y son los momentos de ir desde casa hacia la costanera y más tarde, ir desde la costanera hacia su hogar. A bordo del vehículo la experiencia es muy diferente a la del lento paseo a pie. El que gobierna es el mandato de avanzar, y que sea lo más rápido posible. Primero para encontrar un lugar donde estacionar. Y luego, para poder volver a casa pronto, ya que hay que terminar las tareas, bañar a los chicos, planchar uniformes para el lunes de clases que ya se aproxima. Y son esas circunstancias, vividas por todos y cada uno de los conductores que junto a su familia van y vuelven de la costanera, las que transforman a este bello paseo en una pista de carreras de alto riesgo.Riesgo al que esa misma familia que avanzó apurada para llegar pronto al parque, queda expuesta al descender del auto. El riesgo comienza en el instante en que los pasajeros se transforman en “peatones” y tras estacionar junto a la vereda más cercana al río intentan atravesar la calle. Minimizar riesgosPara minimizar los riesgos hay dos reglas bien claras: 1) velocidad máxima, que en la costanera es de 30 kilómetros por hora, es decir, velocidad paseo; y 2) detenerse en los cruces peatonales. Ambas reglas están correctamente señalizadas a lo largo de toda la costanera.Atender y respetar estas reglas básicas de seguridad no tienen costo alguno. Es sólo cuestión de actitud, de respeto y de costumbre, un hábito que en apenas algunas semanas se adquiere y luego ya pasa a ser “automático”.En la teoría del manejo defensivo, una de las reglas principales es la de planificar los viajes y salir con tiempo. Si bien no es nada sencillo planificar dónde se va a estacionar cuando uno llega a una costanera atestada de autos, al tratarse de un día de descanso, la recomendación es no perder la calma, conducir tranquilo, disfrutando el momento, que también forma parte del paseo familiar. Respetar las velocidades máximas, detenerse en cada senda peatonal y avisar con anticipación con señas de luces, cada maniobra que se va a realizar. Responsabilidad compartidaLa Ley Nacional de Tránsito establece que en las esquinas y espacios señalizados con las sendas blancas pintadas en la calle la prioridad de paso es del peatón.El respeto al cruce peatonal es una responsabilidad compartida: el que va manejando debe detenerse sí o sí ante cada senda peatonal y leyenda de “PARE” marcadas en blanco sobre el asfalto. El que va a pie, debe cruzar por ese lugar y no por otro. ¿Por qué? Porque las sendas han sido colocadas en los lugares de mejor visibilidad con el objetivo de brindar la mayor seguridad. Por lógica, donde no están marcados estos cruces la seguridad es menor, el riesgo es mayor, porque no hay tanta visibilidad y además porque el que va en auto no prevé que alguien atraviese la calle, entonces va menos predispuesto a frenar. Primeros pasosA pesar de que aún no está muy generalizada la costumbre de que el conductor ceda el paso a los peatones ni en la costanera ni en otros sectores de la ciudad, todo se puede aprender. Y hay que rescatar que de cada diez autos que cruzan, uno o dos sí frenan para dejar pasar a los que van a pie.Se produce en estos casos una sensación de solidaridad que en la gran parte de las veces el que cruza a pie retribuye con un “gracias” o con una sonrisa al conductor que espera cortésmente con el auto detenido. Esta actitud merece un reconocimiento. Riesgo de muerte en la costaneraPor Lara [email protected] hablamos de deportes extremos, de alpinismo, de carreras de Fórmula 1. Pero hay algo que tienen en común estos deportes con cruzar la calle en la costanera: el alto riesgo de muertes y/o de heridas graves.Y esto se puede experimentar en cada tramo de este popular paseo. Incluso cruzando por la senda peatonal, cada domingo una familia arriesga su vida. Un padre, seguido por su esposa e hijos intentaba avanzar por la senda. Llevaba las silletas. Y estas fueron golpeadas cuando un automovilista las rozó, para pasar apurado y seguir avanzando. El hombre sólo pudo gritar y luego ver como el auto se alejaba. Nunca podrá enfrentar a ese conductor para poder dialogar sobre el riesgo al que lo expuso. Si algo tienen las relaciones en el espacio vial es ese pseudoanonimato, una forma de impunidad, con muy escasas posibilidades de diálogo, que están basadas en el mandato del constante fluir y la condición de “propiedad privada” que tiene el auto. Algo así como: “No frené, te rocé pero no podrás decirme nada, total, sigo mi camino, me voy”.En este caso este anonimato sólo se interrumpiría cuando el choque impida al auto seguir su marcha. Es decir, en caso de que atropelle al papá con las silletas -eso siempre y cuando el conductor asuma la responsabilidad, frene y ayude a la familia. Igual será muy tarde. Aunque el padre de las silletas no se muera, su vida y la de su familia se verá drásticamente modificada. Meses de rehabilitación lo esperan. Tal vez quede discapacitado, deba dejar su trabajo y su esposa deba salir a trabajar, sus hijos sufrirán. Y todo por la actitud arrogante y nada precavida de “ir rápido”, de avanzar, violando la velocidad máxima pero también marcando una actitud desubicada: correr carreras en un lugar destinado a pasear.
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