Hemos iniciado noviembre celebrando dos solemnidades que nos invitan a reflexionar sobre el misterio de la vida, tanto de la vida terrenal como de la vida eterna.El 1 de noviembre la "Fiesta de todos los Santos", que nos recuerda a quienes en la simplicidad de su existencia alcanzaron una vida de santidad, aun no habiendo sido incluidos sus nombres en el calendario oficial de los santos. El recordar en este día a tantas personas que han vivido una vida santa, nos invita aspirar a la santidad en nuestras propias vidas.El 2 de noviembre también hemos conmemorado es el "Día de todos los difuntos", recordando a todos aquellos que pasaron a nuestro lado influenciando nuestras vidas y que al finalizar su vida en esta tierra han alcanzado la vida eterna. También esta conmemoración pone de manifiesto la fugacidad del tiempo que nos permite entrever el significado profundo de nuestra propia existencia. Pero además nos habla de la confianza en un Dios que está por encima de todo. Nos impulsa a fortalecer nuestra vida de fe y mirar la vida con esperanza en la resurrección.La celebración de la "Fiesta de todos los Santos" nos recuerda que la meta de vida de todos los cristianos es la santidad. Muchas veces consideramos que es algo muy lejano y difícil de acceder; sin embargo, la vida de fe nos recuerda que la santidad se va construyendo desde la rectitud y fidelidad al llamado que cada uno ha recibido en la vida. Cada uno debe aspirar esta santidad como respuesta a esa invitación que hemos recibido.A veces podemos pensar que la santidad hace referencia a una vida aburrida, considerando que los santos fueron personas que pasaron su vida orando, alejados de la realidad. Sin embargo, si logramos profundizar la vida de alguno de ellos nos daremos cuenta de que la santidad es alcanzar la plenitud de la vida, ya que son personas que han vivido su vida cotidiana desde la sencillez. Pero además lo que han agregado a esa sencillez es la fe incondicional en un Dios que ha hecho transcender tantas situaciones momentáneas como las dificultades y sufrimientos propios de cada etapa de la vida.Más de una vez cuando hablamos de la santidad nos preguntamos qué los ha distinguido para llamarse santos. Creo que la diferencia es que los santos son personas que han vivido a la plenitud el amor. San Juan nos dice: “Amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor” (1Jn 4,7-8). En este sentido la clave de la santidad está en un amor generoso que se hace pleno por la entrega incondicional. Seguramente cuando miremos la santidad desde este enfoque, podremos encontrar a tantas personas en nuestro entorno que van construyendo este camino de amor y que se esfuerzan por alcanzar esa santidad a la que hemos sido llamados. Que estas dos solemnidades que celebramos en este mes de noviembre nos acerquen cada vez más al misterio de la vida desde la fe y nos animen a imitar el buen ejemplo de tantos hombres y mujeres que fueron testigos fieles del amor de Dios. Pidámosle a Dios Nuestro Señor, nos conceda disfrutar en esta tierra de la protección de sus santos y que un día alcancemos la gracia de estar junto a ellos para glorificarlo en su eternidad.
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