Señora Directora:Cotidianamente me traslado al trabajo en un medio de transporte público y en él observo y comparto una infinidad de circunstancias de distinto tipo. Dolorosas, alegres, ridículas. desesperanzadoras o reconfortantes, si uno tuviese la voluntad, tiempo y las ganas es como para llenar páginas y páginas de anécdotas de ese diario trajinar.Días atrás observaba, por ejemplo, una mujer mayor que le sargenteaba al chofer y le exigía algunas cuestiones fuera de su alcance, y la paciencia de éste escuchándola y tratando de dejarla conforme en sus planteos. También vi a otro que sobre la parada que sobrepasaba se acordó que allí es donde le había pedido el ciego del primer asiento que lo bajara, deteniéndose de sopetón, acercando el colectivo lo más próximo a la vereda posible. Ayudándolo luego a bajar porque el cordón estaba lejos y nadie se había comedido para hacerlo.O la paciencia que observé en otro cuando una pasajera mayor que iba a descender de la unidad se encuentra, en el asiento junto a la puerta, con una vieja amiga y se pone a chusmear con ésta como si tuviera el tiempo del mundo. Mientras trataba de urgirla, intentando que la anciana descendiera y no siguiera liando un chisme con otro,?incluso el capítulo de la telenovela de esos días.Claro que están de los otros. Del chofer que con desgano y mala voluntad hace descender al abuelo porque se olvidó de la tarjeta Sube y no tiene para abonar el pasaje. O el que enfadado, se descarga con los chicos que se agruparon en la parte trasera del coche, se cuentan bromas y se ríen a carcajadas.Todo eso es posible ver en un colectivo. Solo es cuestión de saber observar y sonreír entre dientes.
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