A setenta años del efectivo nacimiento del peronismo, los trabajadores argentinos, sobre los que el fundador de ese movimiento edificó su poder, están viviendo horas difíciles.En medio de la enorme expectación sobre quién será el próximo Presidente y si los que se dicen herederos de Perón realmente son acreedores de esa categoría, se erige una complicada situación en el terreno laboral, con una crisis que existe aunque se pretenda disfrazarla o negarla justamente por imperio de los intereses electorales.En primer lugar se puede afirmar sin margen de error que el sistema de flexibilidad impuesto en los ‘90 y la precariedad en muchos aspectos en materia de trabajo siguen vigentes como si nada hubiera pasado. Los que tienen la suerte de estar empleados de manera permanente pueden aún respirar tranquilos, pero los que -también con suerte- se incorporan al mercado de trabajo deben correr riesgos varios.No sólo porque las modalidades de contratación continúan mostrando categorías lábiles, sino, además, porque están expuestos al infierno del mercado negro.El trabajo no registrado es el virus más poderoso que sigue enfermando el cuerpo laboral argentino, con casi cuatro de cada diez trabajadores en esa condición.Pero hay otras circunstancias que acrecientan la gravedad de la patología, como la falta de experiencia de muchos de los que se incorporan y en más de un caso la poca vocación en cuanto a obligaciones y responsabilidades. O sea, deficiencias graves en lo que se llama la “cultura del trabajo”.De todas maneras, el paraguas que cubre a este complicado panorama está compuesto fundamentalmente por los problemas económicos que cruzan transversalmente a todas las actividades.Y así como la bonanza es multiplicadora, se da la inexorable lógica de que la crisis se encarga de multiplicar también pero en reversa. Suelen los cantos de sirena poner como ejemplo ciertas variables de consumo aparentemente florecientes, como los rubros alimentos y turismo, pero ello aplica casi siempre a los mismos segmentos sociales. Es más, hay casos de incorporación de gente a esa masa casi constante, pero la ecuación se equilibra negativamente con la expulsión de otros tantos que no pueden seguir sosteniendo ese status.Además, el consumo desenfrenado en algunos casos se produce porque la plata “quema” en las manos, ya que pierde poder adquisitivo prácticamente a diario, y porque hay quienes se ven tentados con los planes de cuotas eternas sobre los cuales deberían tener más cautela. No obstante, en este punto también se impone el pensamiento lineal que indica que, en un país donde la inflación es ama y señora, dentro de un año esa cuota tendrá mucho menos peso en el bolsillo. Claro que hay que pagarla y sostener los ingresos para cumplir ese objetivo. Y sostener los ingresos es mantener el trabajo. O sea, un círculo que tiene sus bemoles, ergo, riesgos.A propósito, la inflación sigue carcomiendo salarios y deglutiendo cada vez más velozmente los aumentos que se consiguen en paritarias y que duran apenas un suspiro.Y la consecuente recesión se traduce en caída de ventas y producción -el caso más patético y doloroso es el de las economías regionales- e, inmediatamente, en suspensiones y despidos.Con sordina en muchos casos, esta situación replica por toda la geografía del país y hay un fundado temor de que se incremente y se consolide como prioridad absoluta para las futuras administraciones en todas las jurisdicciones.Los candidatos hablan, prometen, ofrecen recetas ya probadas -y en algunos casos fracasadas- pero dejan la impresión de que al lanzar sus palabras referidas a la cuestión del trabajo no tienen cabal comprensión de la dimensión de la situación que se vive y de lo que puede acontecer.De todas maneras, tienen pruebas descarnadas sobre la realidad, más allá de actos pomposos, con inauguraciones o pseudo inauguraciones con obreros rozagantes en los escenarios.Las sonrisas y aplausos en algunos tienen la contracara del rictus doloroso y la lágrima en muchos otros que deambulan por todas las latitudes.Dieciocho millones de planes sociales en sus múltiples variantes hablan a las claras de lo que ocurre en un país con 44 millones de personas.O sea, la cantidad de beneficios equivale al 40% de los habitantes de un país que tiene capacidades potenciales para contener y satisfacer al menos a tres veces la población actual.En fin, abundar en ejemplos y diagnósticos es a esta altura caer en el mismo error de quienes tienen las obligaciones más altas para solucionar problemas y dramas de los que, en más de un caso, son corresponsables.Las enfermedades ya están descriptas desde hace largo rato. Lo esencial es acopiar y administrar los remedios necesarios y correctos. Todo lo demás, ya lo dijo alguien que formó parte de la dirigencia histórica del peronismo, es pura cháchara.
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