Es una hipótesis, pero lo que parece estar más definido según lo que los politólogos analizan, es que quien gane el ballotage, será otro de los presidentes que asuma con un cierto grado de debilidad política, como ya ocurrió en otros períodos de nuestra democracia. El 10 de diciembre de 1983, Raúl Alfonsín llegó al poder tras haber ganado la elección con el 51,75% de los sufragios, o 7.724.559 votos, contra el 40,16% del justicialista Ítalo Luder, que cosechó 5.995.402 adhesiones. Los números que logró Alfonsín vistos a la distancia, lo ubican en el cuarto lugar histórico respecto al grado de adhesión en las urnas. Quedó detrás de Juan Domingo Perón, que cosechó el 63,40% de los votos en la elección de 1951; y el 61,85% en los segundos comicios de aquel 1973; y contra el 54,12% obtenido por Cristina Kirchner en la elección de 2011. El líder de la UCR asumió el 10 de diciembre de 1983 con un gran respaldo democrático, pero aunque habían perdido poder tras la dictadura y la guerra de Malvinas, los militares tenían mucha fuerza para poner en peligro al gobierno de Alfonsín. Como decíamos, tenía respaldo civil, pero debió lidiar con la intranquilidad de los cuarteles, tras el histórico “Juicio a las Juntas” que condenó a los principales gestores de la sangrienta represión. Esto se evidenció en la Ley de Punto final, promulgada a fines de 1986. Este plan establecía (a groso modo), que ya no se iban a aceptar denuncias contra violaciones a los DDHH y otros delitos cometidos por la última dictadura. Se extinguía la posibilidad de acciones penales contra los militares por hechos cometidos hasta el 10 de octubre de 1983. Meses después llegó la Ley de Obediencia Debida, que beneficiaba a uniformados por debajo del rango de coronel, bajo la presunción de que los delitos cometidos fueron realizados por la obligación castrense: “Los subordinados se limitan a acatar órdenes de sus superiores”. Sin embargo, en la Semana Santa de 1987, liderados por Aldo Rico, iniciaron el movimiento que fue conocido como la sublevación de los “Carapintadas”. Exigían el cese de los juicios a los de rango superior. Rico enfrentó una orden de detención pero la desoyó y nuevamente se sublevó en enero de 1988 en Monte Caseros. En diciembre de ese mismo año, Mohamed Alí Seineldín, un respetado veterano de Malvinas se alzó junto a una fracción del Grupo Albatros de Prefectura. Buscaban salvar el honor de las Fuerzas Armadas ante los juicios. A pesar de las leyes a favor de los militares promulgadas por Alfonsín, los jerarcas pusieron a prueba la fortaleza de la incipiente democracia. El mandatario gobernaba pero a su paso debía esquivar un campo minado de boinas. Carlos Menem tampoco la tuvo fácil, pero resolvió el problema por el camino más corto. Tres meses después de asumir, emitió el primer indulto. El final del Gobierno de Fernando De La Rúa dejó un país que tras haber iniciado el descenso económico y social en 1976, tocó fondo el 21 de diciembre de 2001. Hoy el exmandatario sigue acusando al peronismo de haber sido el gestor del último empujón para que su gobierno cayera al precipicio. El su libro “Doce Noches” el periodista Ceferino Reato cuenta que De la Rúa sospechó que fue víctima de un golpe de Estado no tradicional y culpó a Raúl Alfonsín de haberle quitado respaldo y a Eduardo Duhalde de haber complotado con el radical para sacarlo del poder. Cuentan que durante una visita a EEUU como senador, Duhalde habría dicho a sus pares estadounidenses “o el presidente cambia o habrá que cambiar al presidente”. Frase que volvió a repetir ya en Argentina en los postreros días del Gobierno. La Alianza sufrió un duro golpe que terminó debilitando al poder de De la Rúa. La renuncia del vicepresidente “Chacho” Álvarez en octubre del 2000, por las consecuencias de los sobornos que supuestamente pagó su gobierno por la ley de Flexibilización Laboral, fue un duro golpe a la credibilidad política del presidente. Mientras tanto, la economía también iba horadando la imagen del ya desprestigiado (inclusive desde los medios) “Fernando De la Duda”, como le decían por lo bajo. Aquella última semana de diciembre de 2001, el bastón presidencial era un hierro caliente. Tomarlo era algo similar a aterrizar un avión con poco combustible y con un motor averiado. Sucedieron cinco presidentes en pocos días. La noticia había dado vuelta al mundo. Como dato de color, meses después, un periodista de espectáculos había viajado a Los Ángeles a entrevistar a Arnold Schwarzenegger. El actor le preguntó entre risas: “Vienes desde Argentina, allá donde hubo cinco presidentes en una semana”. Vergonzoso. “Yo me animo” dijo el puntano Adolfo Rodríguez Saá. Asumió el 23 de diciembre, declaró el Default pero llegó sin el apoyo total del peronismo. Siete días después renunció al cargo. El 1 de enero de 2002 por mandato de la Asamblea Legislativa asumió Eduardo Duhalde. Tenía apoyo del PJ, pero la sociedad seguía descreída de los políticos. “Que se vayan todos”. Sin otra salida, Duhalde eliminó la ley de convertibilidad con una devaluación del peso, y apostó a volver a poner en marcha la actividad productiva. Debía completar el mandato de De la Rúa y llegar hasta diciembre de 2003. Pero los asesinatos de los activistas Mariano Kosteki y Darío Santillán en junio de 2002 caldearon los ánimos políticos. “Me tiraron un muerto” dijo Duhalde. Llamó a elecciones anticipadas y ungió a (para muchos) un desconocido político santacruceño. Néstor Kirchner. Gracias al apoyo del aparato político duhaldista de la provincia de Buenos Aires, en primera vuelta, sacó más votos que Carlos Menem. Pero éste se bajó del ballotage y Kirchner asumió la presidencia el 25 de mayo de 2003 con tan sólo el 23% de los sufragios. Terminó rebelándose contra quien lo ungió y fue hábil en potenciar su propio espacio político a través de la transversalidad política. Quien llegó débil se hizo fuerte. Legó el proyecto a su esposa, quien ganó las presidenciales de 2007 con el 45,29% de los votos por sobre Elisa Carrió, que quedó lejos con el 23,04%. Y ahora culminan los dos períodos de Cristina Kirchner. Quedaron sólo Daniel Scioli y Mauricio Macri perfilados en el último sprint hacia la recta final. Pero la historia parece que volverá a repetirse.Daniel Scioli no es del agrado del kirchnerismo duro. Cristina le dio su apoyo porque fue el candidato que mejor medía en las encuestas. Por ese motivo, en la interna, los demás “se dieron un baño de humildad” pedido por la presidenta y bajaron sus precandidaturas. Los que se oponen dentro
del Frente para la Victoria lo acompañan por mandato político. O como dijo Horacio González, director de la Biblioteca Nacional y referente de los pensadores de la agrupación Carta Abierta: “Creo que va a ganar Scioli, hay un rasgo de sensatez en el pueblo argentino, pero nosotros lo vamos a votar con cara larga y desgarrados, porque es el menos peor”. Del otro lado está Mauricio Macri, una figura reconocida principalmente desde su paso por Boca Juniors y por sus dos gestiones de gobierno en la Ciudad de Buenos Aires. Su partido, el PRO, surgió como un partido vecinal tras la debacle de 2001 y acaba de ganar la provincia de Buenos Aires. Macri llegó al poder en el mismo momento en que Cristina Kirchner asumió su primera presidencia. Según los sondeos previos, será ella quien le entregaría la banda y el bastón el 10 de diciembre. Pero nada está dicho. El debate de esta noche puede volcar la tendencia a favor de Scioli, para extender así (desde Duhalde hacia acá) un quinto mandato consecutivo bajo signo peronista. Sea quien fuere el que gane, deberá construir poder. Luego de la primera vuelta, Scioli ha optado estratégicamente por separar su candidatura del kirchnerismo. Los peronistas no kirchneristas lo apoyan en ese sentido, pero los que se dicen “peronistas puros”, están en la vereda de enfrente. Macri por su parte, debería salir a construir acuerdos con las otras fuerzas políticas, porque si bien ha logrado buen caudal de votos, debe salir a luchar contra la debilidad de su partido a nivel nacional en cuanto a estructura. Las dos cámaras del Congreso serán de esos lugares donde tendrá un duro trabajo para poder impulsar leyes. Principalmente en el senado. Para finalizar y dar un ejemplo de esa supuesta debilidad política de los dos candidatos, basta remitirse a la frase del filósofo Tomás Abraham. “El kirchnerismo odia a Macri y desprecia a Scioli”. Colaboración: Lic. Hernán Centurión
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