Es una más de las múltiples facetas que tiene la corrupción y que lamentablemente es tomada como algo natural al que tienen derecho, haciendo oídos sordos a cualquier crítica. En este caso no es una irregularidad solo atribuible al oficialismo de turno, sino que es compartido por todos quienes acceden a algún cargo público, sin importar el color político ni la identidad partidaria o ideológica.La cuestión está tan naturalizada en ciertos sectores y se expresa de muchas formas. Entre éstas es habitual ese proceder entre aquellos que “aseguran” su futuro o el de su entorno cada vez que van a vencer mandatos, generando un crecimiento exponencial en la plantilla laboral sin importar quién vendrá después y deba asumir los platos rotos. O creando ámbitos cerrados, corporativos, al que sólo acceden quienes integran el séquito más próximo, donde familiares y amigos privilegiados tienen predilección. Aunque ambos casos aparecen sólo como un problema presupuestario, ya que si bien son los propios funcionarios los que disponen las diversas partidas de gastos serán los ciudadanos de todos los estratos sociales quienes deban responder con sus impuestos, tasas y contribuciones por esos mayores gastos. Con un consecuente endeudamiento público que servirá, a la vez, para que quienes presten esos fondo se apropien del ahorro de todos.Es así que en muchos estamentos estatales, con periodicidad de mandatos, se observa ese crecimiento exagerado donde conviven y subsisten exfuncionarios y exasesores muchos años después de que los primeros abandonaron sus bancas. Así el caso del Concejo Deliberante de Posadas es indicativo de ese comportamiento, pero no es único. Allí, por ejemplo y aunque las necesidades y las exigencias no son las mismas y la ciudad ha más que duplicado su población, caber advertir que desde el retorno de la democracia, en 1983, a la fecha la planta de personal ha crecido casi veinte veces, de 45 empleados de entonces a los alrededor de 800 de ahora.
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