Hay un pueblo en Misiones en el que todos sus habitantes se ponen de acuerdo una vez por año. Le llaman el pueblo tomado. No hay disidencias, no hay controversias, no hay enemistades en ese pueblo una vez por año. Es más, una vez por año, a todos los habitantes de ese pueblo se les hincha el pecho de orgullo, se miran y se palmean, se abrazan y festejan, comparten la comida, cantan, se sienten hermanados.Una vez por año, ese pueblo se anima a mostrarse al resto del mundo y mucha gente los visita porque se transforman en un fenómeno digno de ver con los ojos y de fotografiar con las cámaras y los celulares. No es para menos: en ese pueblo todos trabajan para lo mismo. Por eso se dice que en ese pueblo habita un espíritu mágico que posibilita esa confluencia entre materia y espíritu que no suele darse en los pueblos últimamente. Dicen los conocedores que el espíritu es altamente contagioso y que encima, suele anidar en los corazones, por eso es difícil que los que han caído en sus influjos se curen algún día. Dicen que por influencias de ese espíritu, cuando se ponen de acuerdo una vez por año, empieza una tarea en la que intervienen todos. Y cuando digo todos, es todos. Parece ser que en el pueblo han tomado la rara costumbre de guardarse botellas de plástico, bolsitas, envases de telgopor, tapitas y envoltorios de aluminio que se van acumulando en distintos puntos para cuando arranca el momento de la transformación. Cuando Ursula Kleiner y Marta Werle dicen “ya”, la gente del pueblo tomado se organiza en grupos y equipos. Meticulosos y orgánicos, van turnándose en un taller y cada uno hace su parte. Los que no saben transformar, limpian; los que no quieren limpiar, cocinan; los que no quieren cocinar, preparan los espacios públicos; las que no pueden ir al taller, tejen en sus casas. Los que no van a ayudar, simplemente no molestan. Y como son pocos…En el pueblo tomado hay una iglesia, varias plazas, largas avenidas, muchos árboles y grandes esculturas de material reciclable que se construyen una vez por año, se desarman y se reconstruyen al año siguiente, cada vez más brillantes y luminosas, cada vez más creativas y con una creciente expresión de buen gusto. En este pueblo tomado, todos se convierten en artistas. El pueblo tomado por el espíritu navideño se llama Capioví. En este estado permanece desde hace siete años y no quiere curarse. Todos quienes quieran contagiarse pueden visitar el pueblo cualquiera de estos días. También pueden ir los domingos, porque cada domingo de diciembre, la gente se junta, canta, baila y reza. No rezan a un dios determinado. Cada uno le reza al suyo. Y no rezan por ellos que están contagiados. Rezan por el resto.Por Mónica Santos – santamonica46@gmail.com
Discussion about this post