Diciembre encontró al grupo “Corazones y Manos Solidarias” recorriendo, una vez más, la tierra colorada, acercando no sólo su colaboración, sino también amor y comprensión a la aldea Takuapí, tras haber trabajado durante todo el año.Así fue que el fin de semana pasado llegaron a la provincia con “un tanque de agua que se colocó al lado de la huerta, se fabricaron cien camas, se brindó un taller de estimulación temprana, un taller de cocina, pues tienen muchas verduras que no conocen y no consumían, un taller de costura, en el que se les enseñó a armar morrales para vender, dejándoles materiales para que trabajen, un mural con su logo y disfrutamos de un cierre super emotivo, donde nos mostraron sus danzas, cantos de agradecimiento y nos regalaron el mapa de la aldea”, contó a PRIMERA EDICIÓN Silvia Armando, fundadora de este gran movimiento.Además, “viajaron con nosotros profesores de computación. Donamos diez computadoras para la escuela donde van los jóvenes de las aldeas y los profesores dieron clases a los docentes capacitándolos en informática laboral”, mencionó.Y añadió que “el último día, al salir de Ruiz de Montoya, viajamos hacia Campo Grande, donde nos esperaba toda la comunidad con un almuerzo a la canasta y entregamos donaciones a todos, decidiéndose junto a unas familias de la colonia armar una biblioteca, por la cantidad de libros que llevamos, para que tengan una buena utilidad, para las cincuenta familias que viven en este lugar”.La movida solidaria, como muchas, nació a partir de un mal momento. “Hace seis años a un compañerito de mi hijo le detectaron un tumor en la cabeza, transitó su enfermedad 17 meses, en ese período a mí también me detectaron uno, pero el mío, gracias a Dios, era benigno. Estando internada, el nene, Ramiro, falleció. Hablé con la mamá y comenzó el proyecto ayudando a los papás y a los chicos del hospital donde estuvo internado, un trabajo que se inició allá por marzo de 2012”, detalló Silvia. Tiempo después “abrí una página de Facebook y la gente se sumó para colaborar y a pedir para diferentes lugares. Un amigo de mi hermano es padrino de la Escuela 40, de Campo Grande, a la que concurrió en su niñez. Al tener tanta demanda de donaciones comenzamos a colaborar con él. En enero de 2013 acompañé a entregar las donaciones a Campo Grande y me di cuenta de que sólo dar no sirve. Regresé el 12 de octubre de ese mismo año con cuatro personas más, una de ellas, oriunda de Misiones, y la gente de la zona pidió ayuda para un aula satélite a la que concurrían chicos de la aldea Takuapí, de Ruiz de Montoya”, aseguró. Y sí, nada es por casualidad, “llegamos cinco minutos antes del acto del Día de la Diversidad Cultural a visitar el aula satélite, por la tarde los docentes nos llevaron a conocer la aldea, a la que costó mucho entrar por la desconfianza, por miedo. Ese primer día no salió nadie, tuvimos que esperar mucho tiempo hasta que llegó el cacique y le explicamos las razones por las que estábamos allí. A los cuatro meses regresamos con un camión de donaciones”, relató con emoción la ideóloga del proyecto.“En aquel momento tuve una entrevista con el cacique, en la que me permitió sacar fotos a las casas y me planteó que se estaban muriendo, que necesitaban especialistas, que viven en el lugar 370 personas, que el promedio de vida es 45 años, que a partir de los doce las nenas tienen hijos, que la base de la alimentación es el maíz y la mandioca y que están todos desnutridos, que duermen en el piso, que muchos no cuentan con colchones ni frazadas. Así que en junio regresamos con veinte personas, entre ellas, un médico clínico, un pediatra, un nutricionista, un odontólogo, trabajadoras sociales con donaciones de frazadas, juguetes, utensilios de cocina, colchones. Tuvimos entrevistas con cada familia y comenzamos a entender un poquito cómo viven y a planificar la ayuda”, agregó. “Corazones y manos solidarias” en 2015 “viajó dos veces junto a todo el grupo a Misiones, y en dos oportunidades se entregaron donaciones a familias puntuales. En marzo fuimos personas, nutricionistas, trabajadoras sociales, herreros, enfermero, cocinero, entre otros. Llevamos para armar treinta camas, semillas para sembrar y colaboramos con el trabajo. Además de Dispositivos Intrauterinos (Diu), a pedido del cacique, que se entregaron a la enfermera del pueblo con el compromiso de que sea para ellas, les dimos charlas a las mamás, a los papás y llevamos donaciones a ocho aldeas de la zona”, detalló Silvia.“Se podría decir que estamos apadrinando (sin papeles) a Takuapí, queremos que progresen y puedan salir adelante, acompañándolos y capacitándolos en diferentes oficios, que estén a su alcance. Trabajamos en conjunto con docentes y con el equipo directivo del CEP 30, de Ruiz de Montoya. Nos apoyan, nos brindan su tiempo, nos dan alojamiento y permanecen junto a nosotros durante el tiempo que estamos allá y mantenemos el nexo durante todo el año trabajando para la próxima visita. Colaboramos con las otras aldeas de la zona por el momento únicamente con donaciones”, detalló.Ayuda y más“La gente es supersolidaria. Es increíble como colabora, desde el Facebook escribo lo que se necesita y la gente lo acerca a un negocio ‘Maderas Viana’. José, el dueño, es el padrino de la escuela de Campo Grande, en su negocio recibe diariamente las donaciones y una vez por semana las retiramos y llevamos a una escuela que nos cede un espacio para seleccionarla y darle destino. Día a día se va sumando más gente y comprometiéndose con el proyecto, por lo que siempre subimos fotos del trabajo realizado, para que confíen en nosotros y lo que pedimos”, aseguró Silvia.Y sumó que “este año se vio un avance super importante de la gente de la aldea hacia nosotros, a pesar de que muchos no nos comprenden, otros les traducen, nos explican, nos esperan y se muestran atentos a todas nuestras propuestas, que fueron dadas por ellos en alguna charla en visitas anteriores. La idea no es imponer ni cambiar sus costumbres, sino acompañarlos y que mejoren su calidad de vida”.“Cuando viajamos no descansamos, no dormimos, nos pica todo el cuerpo, nos cubrimos de tierra colorada, nos morimos de calor. Pero eso no importa, el ver la carita de esos niños y de esos papás sonreír no tiene precio. Ellos nos dan más de lo que podemos dar nosotros”, son las palabras de Silvia que resumen el amor por este trabajo que lleva adelante junto a “Corazones y Manos Solidarias”.
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