Estamos prontos a celebrar la gran fiesta de la Navidad. Es una nueva oportunidad para vivir un verdadero encuentro con Dios que viene a nosotros, que nos impulsa al encuentro con nuestros hermanos. La paz y alegría de la Navidad es fruto de este encuentro. Cuando más es la profundidad de este encuentro mayor será el gozo de la venida del Señor. En nuestros festejos navideños contemplamos la cercanía de un Dios que se hizo hombre por nosotros. En ese Niño nacido de María, se nos manifiesta y revela el verdadero rostro de Dios. No es el Dios que se revela con la fuerza o con el poder, en la distancia y la lejanía, sino en la debilidad y la fragilidad, en la humildad y la sencillez, en el encuentro y la inclusión de todos los hombres. Y toma rostro en un niño recién nacido. Es la máxima expresión de la fidelidad que Dios tiene con todo ser humano y la ternura de un amor sin límites con la que Dios nos rodea a cada uno de nosotros.Este año para enriquecer nuestros “encuentros” el papa Francisco nos abrió la puerta santa, invitándonos al año de la Misericordia. Un encuentro de perdón, reconciliación y paz con un mismo, con nuestro Dios y con nuestros hermanos. Abrimos nuestros corazones a un Dios cercano, un Dios que quiere ver los corazones y rostros felices. Creo que la verdadera felicidad llegará en la medida que abrimos las puertas del corazón a Dios y a los hermanos. La navidad no es una fiesta más del calendario, sino que es la fiesta del ENCUENTRO que representa una experiencia del Dios cercano. Para vivir esta experiencia, así como la tuvieron los pastores de Belén y los Magos, debemos salir de nuestros estancos dejándonos conducir por la estrella de Belén, que representa la luz de Dios que nos ilumina. Eran hombres sencillos, pero abiertos para vivir el encuentro con Dios que nos cura y nos salva, que nos da metas y dirección, que nos propone caminos y trabajos…La alegría de la Navidad debe ser transmitida a todos los hombres. Es la alegría que nace de un Dios que quiere establecer amistad con el hombre. Y lo quiere hacer no desde el sometimiento y la esclavitud, sino desde una libertad expresada con obras en las que desea decirnos lo que nos quiere y quienes somos, haciéndose uno como nosotros y pasando por todas las circunstancias por las que tiene que pasar el ser humano. En el Niño de Belén nos revela su infinita bondad: es tan bueno que renuncia a su esplendor divino y desciende a un establo para que podamos encontrarlo todos los hombres. De tal manera que su bondad nos toque, se nos comunique y siga actuando en este mundo a través de todos nosotros. Se acerca así, como Niño, para que podamos estar con Él y podamos ser semejantes a Él. La Navidad es la fiesta de la luz y de la paz, es la fiesta de alegría y del asombro que se expande por todo el universo porque “Dios se ha hecho hombre” en el humilde portal de Belén y se acerca a todos, nos interpela y nos invita a renacer en Él. ¡Qué maravilla! Dios nos regala su tiempo. Dios no está lejos. Dios no es un desconocido. Dios no es inaccesible a nuestra vida y a nuestro corazón. El amor que Dios derrama en la Navidad elimina las rupturas, los enfrentamientos, las rivalidades, los egoísmos, los olvidos de los otros, las exclusiones por motivos diversos. Ese amor es el tiene que tocar nuestro corazón, nuestra alma y nuestra mente. Por ello, la Navidad es una invitación a abrir nuestro corazón a Dios, permitiendo así a que nos abra nuestra vida a todos los hombres sin excepción. Concediéndonos a gozar de este gran encuentro y aprovechar los dones que la generosidad divina nos ofrece ¡Feliz Navidad!P. Juan RajimónMisionero del Verbo Divino
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