Mauricio Macri tenía que reconstruir su relación con Jorge Bergoglio y dio un paso para tender puentes con la máxima autoridad de la Iglesia, al llamarlo por teléfono por su cumpleaños. Un vínculo signado por las desconfianzas mutuas que data de los años que convivieron en Buenos Aires: uno como jefe de gobierno porteño, el otro como arzobispo primado.Una relación personal, ya no institucional, entre el Presidente y el hoy papa Francisco que se caracterizó por la indiferencia y hasta el desinterés. Frialdad relacional que se hizo pública por la polémica derivada por el saludo esperado, y nunca concretado, del pontífice a Macri por el inicio del mandato.Esta conjunción de puja de egos, sutilezas protocolares y gestos no correspondidos enrareció el nuevo escenario político del país, y poco contribuyó -se leyó en ambientes políticos y episcopales- al reencuentro anhelado de los argentinos y la amistad social que los dos pregonan.“Macri hizo bien en llamar a Bergoglio. Acercarse al Papa reconforta y cuando eso ocurre, él te da todo y esto es positivo para la Argentina”, fue el comentario más escuchado en ambientes eclesiásticos tras enterarse de la comunicación del primer mandatario con el pontífice. Un primer contacto desde que Macri fue electo que, casualidad o no, se dio tras la audiencia del Presidente con la cúpula episcopal que encabeza José María Arancedo.Este punto diferencia a Macri de Cristina Fernández, quien desde la elección pontificia de Bergoglio tuvo más cintura política y supo explotar las implicancias de ser la Presidenta del país natal de uno de los líderes más respetados en el mundo. Circunstancia que aprovechó políticamente hasta el fin de su mandato, y le valió conseguir siete encuentros con el Papa.Aunque para ganarse la confianza del pontífice, la exprimera mandataria se vio obligada a dejar atrás los rencores y prejuicios que tensaron la relación del matrimonio Kirchner con el entonces purpurado porteño.El silencio papal forzó a Macri a diagramar una estrategia, fundada en gestos, para reencaminar su relación con el Papa. Un vínculo personal casi inexistente desde el último encuentro entre ambos en septiembre de 2013 en el Vaticano, a donde el entonces jefe de gobierno acudió acompañado de su esposa Juliana Awada y su hija Antonia. La estrategia gestual de Macri incluyó ir, un día después de jurar, a la catedral metropolitana a una invocación religiosa presidida por el cardenal Mario Poli por el inicio de su mandato, y nombrar funcionarios “bergoglianos” en puestos clave para el nexo del Gobierno con la Iglesia.Uno de ellos fue la designación de Santiago de Estrada en la Secretaría de Culto de la Nación, un hombre de diálogo habitual con Bergoglio y conocido como “el obispo” en ambientes eclesiásticos.Empero Macri tuvo algunos escollos para nominar al embajador argentino ante la Santa Sede, pieza clave en la relación Buenos Aires-Roma. En una semana de gestión, dos nombres con perfiles muy diferentes surgieron para el cargo.Primero fue Vicente Espeche Gil, un diplomático de carrera que ya asumió la misma responsabilidad institucional durante el gobierno de Fernando de la Rúa y que según se dijo en Casa Rosada no aceptó el ofrecimiento de las nuevas autoridades.Luego se habló, hasta se anunció, que sería Tomás Ferrari, otro diplomático de carrera y poco conocido en el ambiente eclesiástico. Fue descartado.Por Guillermo VillarrealAgencia Diarios y Noticias (DyN)
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