“Ardí, Ardí y Ardí” decía el poeta sabio y místico persa Rumí.Yo quiero eso para mí, aunque no siempre pueda sostener la llama: a veces es una antorcha flameante, a veces una pequeña candela a la que tengo que cuidar para que no me la apague el viento.Antes me reprochaba durante los tiempos en que menguaba su ardor; hoy comprendo esas instancias como algo natural de la vida: momentos a los que uno necesita replegarse para cobrar nuevas fuerzas, más reconcentrado en repararse que en irradiar.La llama disminuye su lumbre, pero no se apaga, porque uno ha decidido que, pese a todo, seguirá ardiendo y ardiendo, ardiendo. Pero de lo que a veces mengua esa pasión en el cansancio moral: perder fuerza ante los impedimentos que las situaciones nos imponen.De modo que alguien de buena voluntad, apoyado en estos conceptos se lanza a la mar de los eventos confiando en que nada malo sucederá porque algo así como el universo empujará sus velas sin que tenga que remar contra corrientes adversas. El héroe o heroína lo es justamente porque no deja apagar su llama.De nosotros dependerá aprovechar el viento para avivar la llama en vez de permitir que la apague. Seguir nuestra vocación será lo que traerá la ventura de vivir haciendo arder desde lo invisible lo visible, antorcha de nuestra acción.HaikuEntre la brumaulula la sirena en una barcaza.Por Aurora Bitó[email protected]
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