Lo que inicialmente se presentó casi como una panacea generalizada resultó ser un paliativo acotado a un universo limitado de asalariados.Además, el Gobierno ha decidido no encarar el punto que es el talón de Aquiles del inequitativo y regresivo tributo: las escalas para su aplicación, que están vigentes desde hace más de una década y media, cuando las impuso el Gobierno de la Alianza.La promesa de aumentar el mínimo no imponible y en consecuencia amortiguar el impacto de Ganancias en los sueldos fue uno de los caballitos de batalla de Mauricio Macri y su coalición Cambiemos antes de las elecciones.La primera acción al respecto, vale recordar, fue idéntica a la del cristinismo de los últimos años: exceptuar el medio aguinaldo del impuesto, lo cual fue, como en otras ocasiones, un muy modesto placebo. Comprensible es, ciertamente, que apenas nacido, al nuevo Gobierno no podía pedírsele más en ese momento. Pero las promesas o los compromisos hay que honrarlos en algún momento, así que la expectativa quedó para el próximo paso inmediato.Quienes ven cercenados mensualmente sus haberes por el bien bautizado “impuesto al trabajo” estuvieron esperanzados en la reforma anticipada con fanfarria para la ocasión.Pero la cuestión, en síntesis, no llega ni a mitad de camino. Como se ha dicho, el tema de las implacables escalas quedará para el año que viene según lo dijo el propio Macri, pero también está en pie el peligro latente de, apelando otra vez a definiciones populares, que sea “pan para hoy y hambre para mañana”.Porque, si no se establecen mecanismos que automaticen o sistematicen el futuro cálculo del impuesto, el que hoy queda exceptuado puede volver a caer en el territorio tan temido al recibir un aumento salarial.
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