Este domingo la liturgia nos propone la íntima relación entre la Pascua realizada para siempre y para todos por Cristo y la liberación del pecado, fruto de esa Pascua. Si bien Cristo liberó y rescató a la humanidad del pecado, esta liberación debe actuarse todavía en cada hombre. El desprenderse del pecado exige una continua repetición y renovación a lo largo de la vida, ya que todos podemos caer en cualquier momento y ninguno puede considerarse impecable. Dios, que en tiempos antiguos había multiplicado los prodigios para liberar al pueblo elegido de la esclavitud egipcia, les promete nuevos y más prodigios para liberarlos de la esclavitud de Babilonia, como nos dice la primera lectura: “Mirad que realizo algo nuevo… abriré los caminos por el desierto, ríos en el desierto para apagar la sed de mi pueblo, el pueblo que yo me formé para que pregonara mi alabanza” (Is.43,19-21). Este pasaje se constituye en una profecía sobre el futuro Mesías, en el que Dios hará en favor del nuevo Israel -la Iglesia- una cosa absolutamente nueva y extraordinaria: entregará a su Unigénito al mundo para que sea el “camino de la salvación”, para que sea -no ya el agua que apaga la sed física-, sino el agua viva de la gracia que brota de la cruz para purificar al hombre del pecado y saciar la sed de infinitud que lleva el hombre en su corazón. Cristo es la luz, el camino, es el agua viva y el perdón. Es la luz que ilumina de una manera nueva la vida del hombre. Es el camino nuevo que hace caminar al hombre de una manera diferente por la vida. Él es el agua viva que apaga la sed del hombre y de su Iglesia. Nadie puede considerarse impecable y siempre estamos necesitados del perdón. Justamente el perdón es la gran novedad que nos trae Cristo. Él es quien -con su gracia- nos muestra que todos podemos ser perdonados y por lo tanto que nosotros también debemos perdonar a nuestro prójimo. Hoy meditamos el episodio evangélico de la mujer adúltera del Evangelio de Juan. Esta mujer es arrastrada hasta los pies de Cristo para que éste la juzgue: “Maestro esta mujer ha sido encontrada en flagrante adulterio, la Ley de Moisés nos manda a apedrear a las adúlteras, ¿tú que dices?” (Jn.8,4), le preguntaron los escribas y fariseos para ponerlo a prueba y poder acusarle. Y el Señor hace una cosa absolutamente nueva, frente a todos los acusadores y guardando silencio, no juzga ni acusa, dice solamente: “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra” (Ib.7). Supera así un antiguo criterio de vida en Israel e inaugura uno de mayor plenitud. Todos los hombres son pecadores, nadie por lo tanto tiene el derecho de erigirse en juez de los demás. Sólo uno lo tiene: el Señor, el Inocente, el que no tiene pecado. Mas Él no hace uso de este derecho, prefiere ejercer el poder de Salvador: Él ha venido a perdonar y a mostrar un camino nuevo al pecador, el camino del perdón y de la misericordia infinita de Dios. Jesús dijo a la mujer: “¿Ninguno te ha condenado?, tampoco yo te condeno, vete y no peques más” (Ib. 11). Sólo Cristo que vino al mundo para dar su vida por la salvación de los pecadores puede liberar a la mujer de su pecado y decirle “no peques más” ya que su palabra tiene la gracia y la fuerza eficaz que se deriva de su sacrificio salvador. En la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios, se renueva para cada creyente -a través del sacramento de la penitencia aquel gesto liberador de Cristo que confiere al hombre el perdón y la gracia para luchar contra el pecado y para “no pecar más”. Tenemos que ganar la misericordia y el perdón de Cristo a través de la Iglesia, en el camino nuevo del sacramento de la reconciliación. Esta es la gran novedad que nos propone la gracia de Dios y este tiempo cercano a la Pascua es el tiempo propicio para buscar el perdón y experimentar la misericordia infinita de Dios. San Pablo rompe todas las tradiciones, la cultura, el sistema de vida que lo ligaban a su pueblo estimando todo esto como “basura” con tal de ganar a Cristo (Fil.3,8). Invita al hombre a desligarse de todo lo que lo aleja de Cristo como camino salvador. Pero Pablo sabe que el camino no es fácil, que lleva consigo continuas luchas y nuevas liberaciones para alcanzar a Cristo y poseerlo. Que nadie piense que ya está en la meta, sino que debe lanzarse, debe seguir corriendo para conseguir y ganar a Cristo, como Pablo mismo fue ganado por Cristo. Es la Pascua del Señor: pide perdón y no peques más, corre la nueva carrera por el camino nuevo y lograrás la paz y el amor de Dios.Que la Virgen María, madre del Amor Eterno, nos acompañe en esta nueva carrera de amor, perdón y misericordia.
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