El vértigo y las exigencias constantes hacen que muchas veces ignoremos las cosas simples y sencillas de la vida que son realmente las que nos hacen bien y de alguna forma mitigan los momentos difíciles de nuestro presente. Son esos instantes en los que hago una breve pausa para abrir las puertas del recuerdo y mis pensamientos me llevan a ese lugar donde por un momento puedo descansar. De pronto, veo mis pies descalzos y nuevamente comienzo a correr por ese camino de tierra que me lleva hasta donde se encuentra mi abuela, por siempre sentada en su mecedora de mimbre como todas las tardes y en su regazo con ella volverme a hamacar.Escuchando la dulce melodía de su voz cuando esas noches no podía dormirme sin antes escuchar sus buenas noches o sentado al borde de la cama rezando una oración.Su máquina de coser nuevamente comienza a girar, uniendo retazos de telas para hacerme un pantalón, sin importar que su elástico quedará marcado en mi cintura, pero orgulloso lo lucía en tardes de juegos para correr y saltar. Sobre la cocina veo esa antigua olla negra donde mágicamente salían los mejores sabores de una comida que en otros platos jamás pude encontrar. Nuevamente sobre la ventana se encontraba enfriando aquella crema de Maizena dentro de esa fuente enlozada que anunciaba que tendríamos el más rico de los postres que disfruté en mi niñez. Su cartera guardaba los más ricos chocolates y turrones que lo comíamos a escondidas porque algunas veces no alcanzaba para convidar. Luciendo un gastado batón su sombra recorría la casa en su lento caminar y apoyada en su bastón, arrastrando sus pantuflas, su sola presencia era el cimiento más fuerte de la familia porque nos brindaba un sentimiento profundo y fraterno que en pocos lugares se pueden encontrar. Su amor por la “azul y oro” convertían los domingos en alegría cuando su equipo abría el marcador, con ella la casa tenía alma, sabiduría y amor.Cuando éramos chicos, sus rezos y yuyos nos curaban y alejaban de todo mal, porque su misteriosa cinta que curaba el empacho, la convertía en nuestro ángel de la guarda que nos cuidaba y brindaba un cariño que jamás se podrá igualar. Su cigarro y sus historias nos llevaban a mágicos mundos cuando en silenciosas noches alrededor de su sillón solíamos disfrutar, porque éramos inocentes y felices porque no teníamos computadoras ni célulares que nos alejaran de tan hermosa realidad.Al recordar a mi abuela nuevamente vuelvo a ser niño, sin miedo ni temores porque sus consejos cargados de experiencias nos mostraban que no todo es lo que parece cuando debemos enfrentar alguna situación. Sus manos suaves y frágiles siempre guardaban una caricia, un consuelo o un reto que nos llevaba siempre a lo correcto, para andar por esta vida siempre con la frente en alto y que nuestras palabras sean sinónimo de verdad. Cómo no recordarte, si me enseñaste a agarrar bien fuerte con las dos manos ese mate lavado cuando todas las mañanas bajo esa parralera solíamos disfrutar.Al pensarte vuelvo a tener esa paz que sentía cuando -sobre tu regazo-, me contabas esas lindas historias que me hacían soñar, o hamacándonos al ritmo de una suave melodía que todas las tardes solías cantar, imposible dejar de ser nieto cuando en mis pensamientos siempre estás, con tus grandes aros y tu hermosa sonrisa que me brindaron las más lindas de las infancias de pies descalzos y la cara sucia pero siempre recibiendo un consejo, una sincera mirada y un inmenso corazón.Por Raúl Saucedoraulsau76@hotmail.com
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