Desde aquel entonces, Bernabé se convirtió en un emblema de la protección de la naturaleza, a la vez que se incorporaba a la constelación de mitos y leyendas que engalanan la selva guaraní. Su ejemplo de abnegación y entrega aún sigue inspirando a los Guardaparques que en el ejercicio cotidiano de sus funciones enfrentan los peligros más diversos.La Selva Paranaense ya no tiene la misma extensión de hace cincuenta años. Al igual que todos los ambientes naturales de nuestro país, sufre el impacto del avance del ser humano.La caza furtiva continúa siendo un implacable y despiadado flagelo sobre la vida salvaje. Los animales no cuentan con refugios vegetales donde escapar y esconderse del hombre y sus armas quien, hasta en los últimos rincones de nuestros montes, persigue a la fauna silvestre con rifles, trampas y perros entrenados.Los animales de mayor porte son los más vulnerables: son más fáciles de ver, de encontrar, y tienen poco espacio donde desplazarse y vivir tranquilamente y a salvo.Pero lo poco de selva que sobrevive aún, se hace sentir en la piel de quienes hemos convivido con ella. El tórrido calor subtropical propicia la proliferación de un elenco de millones de insectos y arácnidos todavía desconocidos para la ciencia. Algunos de ellos, con sus venenos y aguijones son un potencial peligro que no debe subestimarse. Los hematófagos zumban en enjambres recalcitrantes que no dejan de hostigar a quien ose entrometerse en el dominio de las fieras.Las altas temperaturas inducen al sudor excesivo y obligan a llenar frecuentemente las cantimploras con aguas de cualquier charca o arroyo que se encuentre en el monte, sin que las circunstancias permitan examinar minuciosamente los sobrenadantes que acompañan al precioso líquido.De manera tal que el Guardaparque deberá internarse en la espesura con todos los recaudos que la ocasión exige; aunque tal vez nunca alcance a prever todos los riesgos: franqueada por las espinas del yaguá pindá y el yuquerí, la selva es el territorio de la yarará cusú y la poderosa víbora de cascabel.Para que una partida de Guardaparques no lo aprese, el cazador furtivo pone mucho esmero en disimular sus propias huellas y otros rastros que puedan delatar su presencia dentro de la selva. Característica folklórica de la región, el cazador misionero desarrolla su actividad desde un andamio construido en altura, entre las ramas de los árboles. Allí, en el “sobrado”, permanece invisible y pacientemente sentado durante horas y abrazado a su escopeta, cargada tantas veces con los peligrosos “brenek”. Sabe que el más mínimo carraspeo puede alertar el fino oído de los venados, tapires y tatetos que se le acercan ingenuamente atraídos por un cebo de sal que el hombre ha puesto previamente en el suelo, o atado al tallo de una palmera pindó.En el interior umbrío de las picadas y carriles, y a diferencia de las llanuras con pastizales, la visibilidad en la selva se reduce a unos pocos pasos. La tupida vegetación hará que el Guardaparque se encuentre sorpresivamente con el furtivo a unos diez metros de distancia, sea cuando éste se dirige al sobrado o cuando vuelve de él con el machete en una mano y la escopeta en la otra.En tiempos del guardaparque Bernabé Méndez los sistemas de comunicación eran precarios o inexistentes. Recorrían el río y los arroyos a remo, en pesados botes de madera. Si las recorridas duraban varios días dormían en el suelo, bajo los árboles, tapados con viejas frazadas. Apenas si cargaban lo necesario para cocinar un “reviro”. Se hubieran reído del repelente para mosquitos. Ignoro si acaso llevaban velas para alumbrarse durante la noche.¡Qué diferencia con nuestros tiempos! Hoy contamos con lanchas con motor fuera de borda; ligeras piraguas de fibra de vidrio, handy con antenas telescópicas, carpas, colchonetas de neopreno, bolsas de dormir sintéticas, teléfonos celulares y otros prácticos adminículos de tecnología digital, portátiles y livianos.Tal vez por ello todavía nos conmueve Bernabé; porque ofrendó su vida por la naturaleza en tiempos donde hablar de la protección del medio ambiente sonaba a un infantilismo romántico.Durante algunos años, con justo acierto, la escuela de Guardaparques se llamó Bernabé Méndez: su sólo nombre sintetizaba el espíritu y el contenido de nuestra profesión. Siempre lamenté que se lo hayan cambiado. El paso del tiempo y el olvido pueden confundir la esencia de las cosas.Por Guillermo MéndezGuardaparque Nacional RetiradoDNI 18071447Ubajay (Entre Ríos)Nota: la coincidencia con el apellido es casual.
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