La liturgia de este domingo nos lleva a contemplar la Ascensión del Señor al Cielo como coronamiento de su Resurrección. Es la vuelta al Padre anunciada por Él en el día de Pascua: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Jn. 30,17). También lo había manifestado a María Magdalena y a los discípulos de Emaús: ”¿No era preciso que el Mesías padeciese esto y entrase en su gloria?” (Lc. 24,26). Indica no solamente una gloria futura, sino un hecho profundamente ligado a la Resurrección. El escándalo de la Pascua debía ser subsanado haciendo que los discípulos que habían sido testigos de su muerte, sean ahora testigos de su exaltación a la gloria suprema de los cielos. Lucas, tanto en la conclusión de su Evangelio como en el Libro de los Hechos de los Apóstoles, habla de la gran promesa del Espíritu Santo que confirma a los Apóstoles en su misión y en los poderes recibidos de Cristo: “yo os envío lo que mi Padre os ha prometido” (Lc. 24,49) y también: “recibiréis el poder del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos… hasta el extremo de la tierra. Diciendo esto fue arrebatado a vista de ellos y una nube le sustrajo a sus ojos” (Hech. 1,9). Espectáculo maravilloso que dejó a los Apóstoles atónitos “fija la vista en él” hasta que dos ángeles vinieron a sacarles de su asombro.El misterio de la Ascensión no es solamente para ser contemplado y rezado por los cristianos. Todos estamos llamados a participar de la gloria del Padre. Él mismo lo había dicho: “voy a prepararos un lugar y cuando yo me haya ido…volveré y os tomaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros” (Jn. 14,2-3). La Ascensión constituye un gran argumento de esperanza para el hombre que en su peregrinación terrena se siente desterrado y alejado de Dios y sufre. La Ascensión da la seguridad al cristiano de que después de esta vida irá a la gloria de Dios. Es lo que San Pablo dice a los Efesios: “El Dios de Nuestro Señor Jesucristo y Padre de la gloria…ilumine vuestros corazones, para que entendáis cual es la esperanza a la que os ha llamado” (Ef. 7, 17-18). La gloria de Cristo levantado por encima de toda criatura es el pensamiento paulino. Esto lleva consigo el cristianismo auténtico: creer y nutrir la firme esperanza de que así como hoy el creyente en las tribulaciones de la vida toma parte en la muerte de Cristo, también un día tendrá parte en su gloria eterna. Los ángeles prometen que este Jesús arrebatado a la gloria, volverá un día: “vendrá como le habéis visto ir a los cielos”. Este regreso de Cristo se constituye en un llamado de atención a los cristianos para poner manos a la obra en la tarea de la evangelización de la que el Hijo nos pedirá cuentas.Con la Ascensión termina la misión de Cristo en la tierra y comienza la de sus discípulos: “Id y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt.28,19). Tienen que continuar su obra permanentemente en el mundo: predicando, anunciando el evangelio, administrando los sacramentos, enseñando a vivir según la Voluntad de Dios. Sin embargo Cristo quiere que esto sea precedido por una pausa de oración. Así la vida de la Iglesia comienza no con la acción, sino con la oración “al lado de María la Madre de Jesús” (Hech.1, 14).La Iglesia celebra en esta jornada el Día de las Comunicaciones Sociales y en el Mensaje del Papa para este día se destaca la importancia de las redes sociales en la vida de las personas y sobre todo de las jóvenes generaciones. Estas redes constituyen una posibilidad de evangelización, de hacer presente a Jesucristo en el mundo comunicacional digital. El texto del mensaje termina diciendo: “en las redes digitales se puede llegar a ser verdaderamente mensajeros y testigos del Evangelio. Aprovecho para saludar a todos los periodistas y empresarios de los medios de comunicación social en este día e imploro las bendiciones del Señor para que puedan ser verdaderos comunicadores de la verdad, la justicia y la paz.
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