El estado de las cosas hace que el Gobierno anhele más que ninguna otra cosa tocar fondo de una buena vez para comenzar a impulsarse hacia arriba en lo económico y lo social. La alta inflación y el preocupante nivel de actividad tiene a maltraer a una administración que posiciona al tema del empleo y a la relación con los sindicatos en medio de sus tribulaciones principales.Los consabidos meses de gracia de los que históricamente gozan los nuevos gobiernos en este país ya casi se le agotaron a un Presidente que, en un principio, intentó ganar la cuerda con discursos y algunos hechos trascendentales. Pero el volumen político se le acaba a ritmo alarmante.El contexto es de punto de inflexión, ya que el oxígeno comienza a faltar y queda en la superficie alguna alteración nerviosa que consume el aire a mayor velocidad.La impericia política de recurrir al veto antes que el diálogo, por ejemplo, lo obligó a soltar oxígeno mucho más rápido de lo previsto. Ello evidenció también que el gobierno central comienza a ser rehén de los gobernadores peronistas y, sobre todo, que podría serlo en cada ocasión que se los necesite.La jugada de Mauricio Macri de acordar con los empresarios 90 días sin despidos, establece un pacto que no tiene el compromiso de una ley, lo que redujo la iniciativa a una movida moral que quedó abiertamente en evidencia tras el veto presidencial que hoy será oficial.El tenso contexto laboral se suma a una economía que no muestra signos de reacción tal y como espera el Gobierno. Quizás una de las claves es la poca solidaridad encontrada en el sector comercial, que reclamaba a gritos cambios en el rumbo económico del país, pero que, ante una nueva administración, no dudó en elevar los precios en las góndolas.Lo cierto y concreto es que a la vuelta de estos meses la realidad encuentra al Gobierno con poco oxígeno y demasiado tiempo por delante. La prometida bonanza sigue sin verse en el horizonte cercano.
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