Filas interminables para conseguir alimentos, inflación del 270% anual, una de las tasas de inseguridad más altas del mundo y un gobierno que resiste (como ellos afirman) los embates del imperio, que tiene a Venezuela bajo una “guerra económica” contra el socialismo bolivariano. Es que no son solo los yanquis (como dicen los chavistas), también son los empresarios que acaparan productos para cobrarlos más caros, o bien están los contrabandistas que se llevan las mercaderías hacia Colombia. Provocan desabastecimiento, ponen en riesgo al Gobierno de Maduro y a “la revolución”. Quieren hacer entender al pueblo y al mundo que “el Gobierno es bueno” y tiene las mejores intenciones. La crisis es culpa de la “gente mala”. Las clases populares son las que peor la están pasando, porque día a día libran pequeñas batallas de supervivencia para conseguir elementos indispensables para la vida cotidiana. Venezuela tiene un problema inmenso, que lo hace inmensamente vulnerable a factores económicos externos. Es un país que prácticamente no tiene industria alimenticia y de bienes esenciales, por lo que debe importar de todo para abastecer al mercado interno. La mercadería e insumos se pagan en dólares y ahí fue donde el modelo chavista empezó a implosionar ya desde hace más de un año y medio. La gran fuente de recursos fue la industria petrolera. Cuando el barril estuvo a más de 136 dólares, Hugo Chávez se dio el lujo de pergeñar su modelo sentado en las gigantescas reservas hidrocarburíferas. Inclusive ofreció petróleo subsidiado (a menor valor de mercado) a 13 países amigos. Con mucho dinero en las arcas dio a las clases bajas venezolanas la posibilidad de acceder a elementos considerados esenciales para el ascenso material de clase: heladeras, aires acondicionados, televisores y electrodomésticos en general a bajo costo. Los pobres conocieron un nuevo estándar de bienestar. Chávez fue el benefactor que además realizó infinidad de políticas sociales para dotar de derechos a los que antes sólo accedían los integrantes de la burguesía tradicional. Pero un día el líder perdió la batalla por la vida. El frente externo cambió y el país petrolero dependiente sufrió la permanente y estrepitosa baja del crudo hasta los 33 dólares, valor que tenía hasta febrero pasado. Nicolás Maduro, el heredero que se topó con tamaña responsabilidad de sacar adelante el país, lucha hoy con un frente económico terriblemente adverso por la dependencia al “mono cultivo”, por la crisis social y por el avance de la oposición tras la victoria parlamentaria en las urnas. La historia reciente venezolana tiene varios matices espejo en la que se refleja la Argentina. Uno de ellos es el problema energético. La compra de electrodomésticos se disparó en los últimos años, pero al mismo tiempo la red eléctrica no soportó la sobrecarga de miles de nuevos aparatos conectados. Sin planificación estratégica. Cortes constantes. Igual que por estos lares.Otra coyuntura político-económica pareciera replicarse en el Palacio de Miraflores como una vez ocurrió en la Casa Rosada. Recordemos nuestra crisis del 2001. El país endeudado sólo conseguía dólares para pagar sus deudas. De La Rúa cayó en diciembre. Seis meses después el precio internacional de la soja empezaba a repuntar y fueron esos ingresos los que ayudaron al Gobierno de Kirchner a apuntalar las cuentas del país. Lo del segundo presidente radical desde la recuperación democrática fue una mezcla de mala suerte, inoperancia y complot.Hoy Venezuela está en la cúspide de la crisis y con el precio del barril de crudo rozando los 50 dólares. Los especialistas consideran que en tres meses podría afirmarse la tendencia alcista. Esto se convertiría en la tabla de salvación para el Gobierno de Maduro, pero tal vez (como a De La Rúa) no lo acompañe la suerte y el momento. La oposición reunió los votos suficientes para que la Asamblea Nacional llame a un referéndum revocatorio constitucional. La presión política interna y externa sobre Venezuela es descomunal como nunca ocurrió en la historia de un país Latinoamericano. Y esto ocurre porque tienen también como nosotros una profunda grieta. El modelo chavista tiene millones de seguidores que pujan para frenan la intimidación opositora. Quienes afirman que la administración se ha vuelto altamente impopular no está viendo todo el panorama. Pero si es cierto que se les ha fugado mucho apoyo. La prueba está en la pérdida de la mayoría parlamentaria. En los últimos meses Caracas sumó viento en contra. Mauricio Macri giró el timón y Argentina ya no forma parte de la alianza estratégica con Venezuela. Además, la suspensión de Dilma fue como un tornado que se llevó las exportaciones de alimentos y medicinas que Brasilia les otorgaba a pesar de las abultadas deudas. El presidente Michel Temer orienta su política externa hacia Buenos Aires y Washington. A Maduro sólo le queda para apoyarse Nicaragua (Daniel Ortega), Cuba (los Castro) y Ecuador (Rafael Correa). El 2 de febrero 1999, en su asunción como presidente Hugo Chávez afirmó: “juró delante de Dios, juro delante de la patria, juro delante de mi pueblo y sobre esta moribunda Constitución, haré cumplir, impulsaré las transformaciones democráticas necesarias para que la república nueva tenga una Carta Magna adecuada a los nuevos tiempos, lo juro”. Y así fue. Entre las modificaciones que se incluyeron estaba la extensión del mandato presidencial de cuatro a seis años. Al ser un período tan largo, se habilitó la posibilidad de hacer un referéndum que decidiera a mitad de mandato si el pueblo estaba de acuerdo con la gestión del presidente. Ese cambio legal que introdujo Chávez es al que Nicolás Maduro no acepta someterse. Los votos para que se llame a la consulta fueron reunidos, pero el Consejo Nacional Electoral, al que la oposición denuncia estar colonizado por el chavismo, no habilita la consulta. A instancias del ex presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, la oposición y el oficialismo mantienen reuniones para intentar hallar una solución al conflicto. Maduro no quiere ceder, porque sabe que puede perder en el referéndum y deberá llamarse a nuevas elecciones. La oposición empuja para que la consulta salga antes de enero de 2017, ya que si ocurre después de esa fecha, Maduro dejará el poder, pero asumirá su vicepresidente, el ignoto Aristóbulo Istúriz, quien se cree continuaría la política chavista. Si se cambia al Gobierno de Maduro y asume la oposición la pregunta es: ¿cambiará la realidad del hombre común venezolano?, ¿volverán a llenarse las góndolas de los supermercados?, ¿bajará la inflación galopante? Para bien y también para mal, Venezuela tiene su destino atado al petróleo. Como ya se mencionó, el precio ascendente será una válvula de escape
de la crisis. Pero si eso no ocurre, sólo con la oposición en el poder el país podrá realizar los cambios necesarios para dar soluciones. Maduro se maneja dentro del dogma económico del chavismo. No puede hacer ningún giro práctico porque se alejaría así de lo que dicta el modelo. Pero si asumen los opositores, también tendrán un problema descomunal para resolver. Sin fondos genuinos de la renta petrolera, la solución será salir a buscar deuda para suministrar dinero a la economía venezolana. Eso a la larga volverá a crear una dependencia externa con los organismos de crédito y los países que acudan al rescate con dinero. A futuro, el pago de esa ayuda y el éxito de ese otro Gobierno volverá a estar condicionado por los valores que maneje la industria del crudo. Con un gobierno que tenga dólares frescos para pagar las importaciones de alimentos, podrán terminarse las filas en los supermercados en Venezuela, pero la crisis económica continuará por mucho tiempo más. El pueblo seguirá padeciendo. Para concluir y a modo de reflexión, vemos que los modelos económicos populistas fueron exitosos mientras los Estados tenían suficiente espalda financiera genuina para desarrollar el proyecto e incluir a sectores de menos recursos. Pero ese éxito estuvo vinculado al precio de las materias primas y los “monocultivos”. Sin esas “billeteras” entran en crisis. Cuando a través de un Gobierno, el Estado intenta erigirse como el único sostén del bienestar, genera clases bajas paralizadas. La pobreza se institucionaliza. La posibilidad de la población de salir de la miseria depende de las políticas y del éxito del gobierno. No existe la independencia financiera para ellos. Rehenes de políticas perversas. Espejos de la Argentina de los Kirchner y la “moribunda” Venezuela de Nicolás Maduro. Colaboración: Lic. Hernán Centurión
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