Diciembre pasado encontró al grupo "Corazones y Manos Solidarias" recorriendo la tierra colorada, acercando no sólo su colaboración, sino también amor y comprensión a la aldea Takuapí, tras haber trabajado durante todo el año. Y ahora anhelan el paso de los días para reencontrarse, nuevamente, en julio próximo, cuando proyectan llegar con asistencia a nueve aldeas de la zona de Ruiz de Montoya.Es que Silvia Orlando y su equipo ya tienen proyectada una plaza, para la que están juntando pintura, de diferentes y vivos colores, para pasamanos, toboganes, etc. Además están recolectando juguetes de encastre, de goma, para continuar con el taller de estimulación temprana.Pero no todo es para los “peques”, también están juntando telas, hilos, agujas… para seguir con el taller de costura, que puede ser una buena opción como salida laboral para las mujeres de las aldeas. Además de cacerolas, sartenes, pizzeras, coladores, abrelatas, en fin, utensilios de cocina, para las capacitar a las mamás en una buena alimentación.Y para sostener los gastos del acarreo, puesto que viajan con todas estas donaciones desde Buenos Aires, el grupo comercializa cactus y suculentas, que producen a partir de gajitos que almas igual de solidarias les hacen llegar.Durante el encuentro pasado, por ejemplo, “Manos y Corazones solidarios” instaló un tanque de agua al lado de la huerta, se fabricaron cien camas, se brindó un taller de estimulación temprana y uno de cocina, además de una capacitación en costura, en el que se les enseñó a armar morrales para vender, una tarea que va más allá de vestir y alimentar, un trabajo que deja una huella importante en las comunidades.También trajeron computadoras para la escuela de la aldea Takuapi y los profesores solidarios dieron clases a los docentes, que se capacitaron así en Informática Laboral.Toda esta movida solidaria, como muchas, nació a partir de un mal momento: “Hace seis años a un compañerito de mi hijo le detectaron un tumor en la cabeza, transitó su enfermedad 17 meses, en ese período a mí también me detectaron uno, pero el mío, gracias a Dios, era benigno. Estando internada, el nene, Ramiro, falleció. Hablé con la mamá y comenzó el proyecto ayudando a los papás y a los chicos del hospital donde estuvo internado, un trabajo que inició allá por marzo de 2012”, detalló Silvia Orlando. Tiempo después “abrí una página de Facebook y la gente se sumó para colaborar y a pedir para diferentes lugares. Un amigo de mi hermano es padrino de la Escuela 40, de Campo Grande, a la que el concurrió en su niñez. Al tener tanta demanda de donaciones comenzamos a colaborar con él. En enero de 2013 acompañé a entregar las donaciones y me di cuenta de que sólo dar no sirve. Regresé el 12 de octubre de ese mismo año con cuatro personas más y la gente de la zona pidió ayuda para un aula satélite y ya nunca me alejé de la provincia”, aseguró.
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